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Extractivismo en tierras manchegas: ¡a Torrenueva el 21 de mayo!

Hace un cuarto de siglo, uno de los investigadores del Worldwatch Institute de Washington D.C., John E. Young, captaba en el título de un importante ensayo una de las tendencias centrales de nuestras sociedades industriales: hablaba de “La Tierra convertida en una gran mina” (informe del Worldwatch Institute La situación en el mundo 1992). Durante los últimos tres siglos nos hemos desarrollado esencialmente como sociedades mineras, construyendo sistemas industriales basados en las riquezas del subsuelo, en una huida hacia adelante (acelerada sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, como bien nos explica Mateo Aguado) que hoy nos deja literalmente a las puertas de una catástrofe ecológico-social: calentamiento global, agotamiento de los recursos naturales, Sexta Gran Extinción, crisis edáfica e hidrológica…

Tiene toda la razón José Manuel Naredo (uno de los mayores economistas de nuestro país y de nuestro tiempo) cuando indica en su último libro, Diálogos sobre el oikos que “habrá que revisar el paso tecnológico en falso que dio la civilización industrial al basar la intendencia de la especie humana sobre extracciones de la corteza terrestre, en vez de hacerlo sobre la fotosíntesis y otros derivados renovables de la energía solar”.

En el pasado inmediato, el mundo que nos parece normal (aunque está muy lejos de serlo en términos históricos y antropológicos) se basaba en recursos minerales baratos (comenzando por los combustibles fósiles) y en la capacidad de la biosfera para absorber la contaminación sin generar daños a los seres humanos. Ambas condiciones están desapareciendo rápidamente. Hoy nos hallamos en un “mundo lleno” o saturado en términos ambientales: tras tres siglos de saqueo, intensificado en los últimos decenios, estamos entrando en un nuevo mundo. El papel de la actividad minera en este saqueo ha sido cartografiado no hace mucho por el profesor italiano Ugo Bardi en un libro incisivo, Extracted (que es también un informe al Club de Roma). Desde 1950, el consumo de combustibles fósiles (en términos energéticos) se ha multiplicado por cinco y el de minerales no energéticos por siete.

Como ha indicado Alicia Valero –una de las mayores expertas en nuestro país en estas cuestiones–, a pesar de que toda la corteza terrestre esté compuesta de minerales, el ser humano sólo puede hacer uso de aquellos que están concentrados, ya que el coste energético (y por supuesto económico) de extraer de la roca desnuda es inabordable. Según los estudios de CIRCE (el centro de investigación adscrito a la Universidad de Zaragoza que coordinan Antonio Valero y Alicia Valero), los minerales concentrados tan solo representan entre un 0’01 y un 0’001% de la cantidad total de la corteza.

“Una mina es ciertamente una rareza geológica y a lo largo de la historia, las mejores minas, aquellas con mayores leyes minerales, ya han sido explotadas”. A medida que vamos agotando las mejores minas, el segundo principio de la termodinámica (ley de la entropía) nos asegura que, para extraer la siguiente tonelada de mineral, el consumo energético asociado y la cantidad de roca removida crecerán exponencialmente. Y no sólo eso: “Los impactos ambientales (y sociales) asociados a la extracción de minas menos concentradas aumentan también exponencialmente”.

Antonio y Alicia Valero, a partir de conceptos termodinámicos básicos como la exergía y los mejores datos geológico-mineros de que disponemos (como los de la agencia estadounidense USGS, entre otras), han calculado los costes (exergéticos) de reposición de los 51 principales minerales no energéticos a lo largo del siglo XX, así como el grado de agotamiento de estos minerales. La conclusión general es que sólo en un siglo, las sociedades industriales han degradado un 26% de las reservas de base de minerales no energéticos, con la tendencia exponencial ya apuntada. Y sólo en un siglo se ha agotado el 45% de las reservas minerales de un país como España.

La noción de extractivismo es clave. El extractivismo, señala Alberto Acosta en Post-extractivismo: entre el discurso y la praxis, “hace referencia a las actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales no procesados (o que lo son limitadamente), principalmente para la exportación que depende de la demanda de los países centrales”. Como ha indicado Eduardo Gudynas (uno de los mayores expertos mundiales en este fenómeno), independientemente del recurso extraído y sus impactos en el territorio el extractivismo supone la apuesta por un modelo de economía de enclave, donde las actividades se asemejan a una isla con escasas relaciones con la economía local. Los insumos y las tecnologías son importados, el personal contratado es de predominio extranjero y los recursos extraídos no nutren las cadenas industriales nacionales.

Por ello, este tipo de actividades suponen una escasa contribución a la economía local, quedando el grueso de las ganancias en manos de las empresas inversoras. Por otro lado, la aprobación e implantación de tales proyectos responde a intereses exportadores hecho que sitúa a los países que los acogen en una situación de dependencia y subordinación en el marco de la economía global.

El extractivismo, señala el investigador mexicano Gian Carlo Delgado Ramos (del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México), “por lo general se gesta sobre la base de una permanente acumulación por desposesión (David Harvey), es decir, de un despojo –legal o ilegal– en tres sentidos: el despojo de los bienes comunes, el del bien común de buena parte de la población e incluso de pueblos enteros, y el despojo gradual del futuro de las generaciones venideras”.

Es necesaria una limitación drástica en la extracción de recursos minerales, nos advierten los que saben. Tal es el contexto en que hay que situar iniciativas empresariales como la que propone Quantum Minería para las comarcas manchegas donde se ubican las Concesiones Matamulas y Rematamulas (amplia información a través de https://twitter.com/sialatierraviva ). Pero en lugar de intensificar la explotación minera, destruyendo territorios y recursos bióticos que vamos a necesitar como base para una sociedad que sea verdaderamente sustentable, lo que precisamos es: 1) reducir y optimizar el uso de los recursos (abióticos y bióticos). 2) Cerrar los ciclos de materiales. 3) Minimizar las emisiones. 4) Reducir el uso de energía y eliminar la dependencia de fuentes energéticas no renovables. 5) Desmaterializar los productos. 6) Revegetar, reforestar y desarrollar prácticas agropecuarias sustentables basadas en la agroecología. 7) Transformar los valores y modificar los hábitos de vida. 8) Cambiar la legislación y los sistemas fiscales.

Hay mucho en juego. Amigos, amigas: acudamos a la manifestación de Torrenueva el próximo 21 de mayo en contra de la minería de tierras raras. La garra del extractivismo está rascando esas cercanas tierras manchegas.

Hace un cuarto de siglo, uno de los investigadores del Worldwatch Institute de Washington D.C., John E. Young, captaba en el título de un importante ensayo una de las tendencias centrales de nuestras sociedades industriales: hablaba de “La Tierra convertida en una gran mina” (informe del Worldwatch Institute La situación en el mundo 1992). Durante los últimos tres siglos nos hemos desarrollado esencialmente como sociedades mineras, construyendo sistemas industriales basados en las riquezas del subsuelo, en una huida hacia adelante (acelerada sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, como bien nos explica Mateo Aguado) que hoy nos deja literalmente a las puertas de una catástrofe ecológico-social: calentamiento global, agotamiento de los recursos naturales, Sexta Gran Extinción, crisis edáfica e hidrológica…

Tiene toda la razón José Manuel Naredo (uno de los mayores economistas de nuestro país y de nuestro tiempo) cuando indica en su último libro, Diálogos sobre el oikos que “habrá que revisar el paso tecnológico en falso que dio la civilización industrial al basar la intendencia de la especie humana sobre extracciones de la corteza terrestre, en vez de hacerlo sobre la fotosíntesis y otros derivados renovables de la energía solar”.