“Tranqui, colega, la sociedad es la culpable”, decía Siniestro Total en 1990, entendiendo que los comportamientos individuales están supeditados a las normas y el objetivo de un sistema. O, en Saoko, Rosalía dice “Cuando pone' perla' en el collar de Vivienne e' diferente, ya no son perla', uh, no”, entendiendo que un sistema por definición tiene propiedades emergentes distintas a las de la suma de sus partes. “No pongas todos los huevos en la misma cesta”, decía tu abuela, entendiendo que un sistema diversificado es menos vulnerable a las agresiones externas que uno más uniforme.
Si pensásemos en sistemas, no tendríamos que andar reexplicando el cambio climático cada vez que hace frío un martes tonto. Entenderíamos por qué Ayuso habla de una copa de vino en una semana en la que por detrás está destruyendo el sistema de metros de Madrid. Veríamos que no es ella en sí quien lo está destruyendo. Confirmaríamos que, como sospechábamos, el que esté Ayuso en ese puesto o sustituirla por cualquier otra persona resulta tremendamente irrelevante si no nos fijamos en las dinámicas sistémicas que hay por detrás.
El pensamiento sistémico es un complemento del pensamiento analítico, que aborda los problemas de forma diferente. Mientras que el pensamiento analítico “disecciona” un problema y se centra en describir cada una de sus partes, el pensamiento sistémico lo considera en su conjunto, y se centra más en las relaciones y reglas que existen entre ellas.
El pensamiento analítico – que tiene su lugar y su público – ha sido la estrella del show de los últimos 250 años, pero presenta ciertas limitaciones a la hora de abordar cuestiones como la degradación del medio ambiente, el hambre, la desigualdad o nuestra relación con los vídeos de gatitos. Cuestiones que, en un mundo más interdependiente que nunca, están de plena actualidad.
Un sistema no es solo un conjunto de elementos, sino un sistema de elementos interrelacionados para conseguir un fin – por esto el Atleti seguiría siendo el Atleti aunque se despidiese a todos los jugadores y se contratase a otros nuevos. Por esto no puedes hacer como que una plantación de pinos es un bosque. Por esto no da igual comprarle los mismos calabacines a un agricultor familiar que a una multinacional.
Si pensásemos en sistemas, veríamos que el mundo está lleno de bucles de retroalimentación positiva. Por eso en una partida de Monopoly a partir de la segunda ronda ya está todo el pescado vendido – o, en tu vida, a partir de que cometes la terrible decisión financiera de no nacer en una familia con dinero. O en el sistema financiero, cuando otorgamos a los bancos la capacidad de crear dinero de la nada y cobrarnos intereses por él.
También de bucles de retroalimentación negativa, como la voz con la que dices el domingo por la mañana que nunca vas a volver a beber, o la situación que cuenta Bad Gyal en Zorra, donde Rauw Alejandro se lía con todas sus amigas, pasa claramente un umbral de estabilidad y ellas se lo quieren cargar – no sé cómo acaba la historia, así que esto puede que sea un bucle de retroalimentación o un colapso del sistema.
Si pensásemos en sistemas entenderíamos que da igual el petróleo que queda en el subsuelo si va a costar más energía sacarlo de la que aporta.
Si pensásemos en sistemas dejaríamos de darle coba a Elon Musk.
La gente que se dedica a estudiar la dinámica de sistemas complejos no suele tener mucho tiempo para explicárnoslos, y a su vez solo solemos hacerles caso cuando queremos saber exactamente a qué hora va a llover este fin de semana en la playa. Pero hubo una señora que dedicó toda su vida al estudio de estas cuestiones, y que además era una maja y disfrutaba tremendamente explicándolas. Se llamaba Donella Meadows, y fue una de las autoras del informe “Los límites del crecimiento” – este era el equipo que planteó por primera vez que no podemos crecer infinitamente en un planeta finito, y que desde luego era una muy mala idea dedicar el conjunto de nuestros esfuerzos y nuestra economía a crecer lo más rápido posible. Les hemos hecho un caso bastante discreto.
Donella dedicó buena parte de su vida a la enseñanza y la divulgación. En este artículo recopilé algunos de los vídeos de Youtube en el que sale explicándose divinamente, con distintos grados de cutrerío estético noventero. Lo malo es que está todo en inglés, y por lo general no ha habido muchos recursos para visitarla en castellano. En este otro artículo resumí la parte de su teoría que a mí más me gusta, que es una pequeña clasificación sobre las distintas formas de incidir en un sistema complejo.
Además, la editorial Capitan Swing ha publicado recientemente su obra principal, Pensando en sistemas, en castellano, así que ahí hay otra posibilidad. Este libro es un curso de iniciación sobre pensamiento sistémico, los distintos mecanismos que operan en los sistemas complejos y cómo aprender a analizarlos para – con suerte – evitar pifiar de nuevo de las mismas formas.
Si aprendiésemos a pensar en sistemas veríamos que muchos de los sistemas más importantes – políticos, económicos, sociales – en los que participamos no tienen fallos, sino que funcionan perfectamente pero están orientados a unos objetivos terribles.
Si aprendiésemos a pensar en sistemas, podríamos hacernos de otra forma muchas de las preguntas en las que nos atascamos constantemente, encontrar soluciones distintas y diseñar otro tipo de sistemas nuevos, sistemas que nos permitan enfrentarnos a algunos de nuestros desafíos más importantes y, cuando menos, entenderlos por lo que son.
“Tranqui, colega, la sociedad es la culpable”, decía Siniestro Total en 1990, entendiendo que los comportamientos individuales están supeditados a las normas y el objetivo de un sistema. O, en Saoko, Rosalía dice “Cuando pone' perla' en el collar de Vivienne e' diferente, ya no son perla', uh, no”, entendiendo que un sistema por definición tiene propiedades emergentes distintas a las de la suma de sus partes. “No pongas todos los huevos en la misma cesta”, decía tu abuela, entendiendo que un sistema diversificado es menos vulnerable a las agresiones externas que uno más uniforme.
Si pensásemos en sistemas, no tendríamos que andar reexplicando el cambio climático cada vez que hace frío un martes tonto. Entenderíamos por qué Ayuso habla de una copa de vino en una semana en la que por detrás está destruyendo el sistema de metros de Madrid. Veríamos que no es ella en sí quien lo está destruyendo. Confirmaríamos que, como sospechábamos, el que esté Ayuso en ese puesto o sustituirla por cualquier otra persona resulta tremendamente irrelevante si no nos fijamos en las dinámicas sistémicas que hay por detrás.