Una fracción minúscula del internet español está estos días revolucionada, no por la aparición del virus del ébola en la capital de España, sino por algo que consideran un desastre todavía mayor: que Podemos, a través de Pablo Iglesias, le haya encargado a Juan Torres y a Vicenç Navarro la elaboración del programa económico de esa formación política. Los miembros de esta fracción internáutica diminuta e imperceptible no se escandalizan porque tengan miedo de que las propuestas de los dos catedráticos sean terriblemente progresistas o porque, dado el crecimiento de la formación, esas ideas puedan llegar a poner en peligro algunos valores tradicionales muy asentados; qué va, hay quienes se preocupan por eso, pero son un grupo que aunque minoritario es mucho mayor que aquellos de los que hoy me ocupo. Lo que realmente preocupa a mi caterva insignificante, despreciable en su pequeñez, es justamente lo contrario: que las propuestas de los dos intelectuales quedarán demasiado cortas; que, dadas las orejeras que les imponen su formación clásica, ni Juan Torres ni Vicenç Navarro aceptarán nunca que el mundo tiene límites y centrarán su discurso en redistribuir, basándose sobre todo en aquello con lo que se crece, sin ver ni querer entender que el mundo está abocado a un decrecimiento duro y prolongado.
Conviene no olvidar que hace no demasiados meses estos dos mismos eruditos, Juan Torres y Vicenç Navarro, polemizaban con Florent Marcellesi sobre el significado político del decrecimiento. Desgraciadamente, a pesar de su honestidad intelectual y su compromiso con la sociedad, ninguno de ellos pareció comprender que el decrecimiento no es un movimiento político reaccionario delante de una realidad desagradable, sino una realidad desagradable a la que uno sólo puede reaccionar, en algún caso, a través de un movimiento político.
Vicenç Navarro llevó más lejos aún la polémica, lanzando repetidas andanadas contra el decrecimiento en general y contra Florent Marcellesi en particular, alguna de las cuales yo intenté devolver desde mi mucho más modesto navío internáutico, The Oil Crash. Y ahí quedó la cosa... o no quedó, porque unos meses más tarde un pequeño grupo de académicos y activistas, que incluía al citado Marcellesi y accidentalmente a un servidor, decidió lanzar el manifiesto Última Llamada (y más tarde este blog), con el propósito de denunciar que no sólo las medidas de austeridad ciegas llevan a la pobreza y la desesperación a la mayoría, sino que también las políticas neokeynesianas (a las que Navarro y Torres parecen ser adeptos) pueden llevarnos por ese mismo camino, a pesar de tener mayor voluntad social que las otras. En aquel fin de semana extraño en que el manifiesto Última Llamada viera inopinadamente la luz, aparecieron varias decenas de firmantes iniciales de los que yo nunca hubiera sospechado que estuvieran al tanto de lo que estábamos preparando aquel puñado de “mindundis”. Y entre los firmantes iniciales del manifiesto está, bien arriba de todo, el nombre de Pablo Iglesias.
Última Llamada ha supuesto para ese pequeño grupo que comentaba al principio un atisbo de esperanza en medio de la sinrazón del debate completamente polarizado de hoy en día. Delante de un escenario en que se plantean sólo dos opciones posibles (austeridad del neoliberalismo o “crecimiento vía el ahorro” versus redistribución y neokeynesianismo o “crecimiento vía el consumo”), Última Llamaba creaba una nueva e imprescindible dimensión a lo largo de la cual moverse, como diciendo: “¿Y qué pasa, señores, si crecer ya no es físicamente posible, aparte de no ser deseable?”.
Ninguno de los dos leviatanes económicos, neoliberalismo y neokeynesianismo, ha prestado la más mínima atención al alfeñique del decrecentismo hasta que sus tesis no han comenzado a ganar adeptos, a medida que el tiempo pasa y la crisis no se soluciona. Pero ahora que ese tercero en discordia ha comenzado a ganar un cierto (y escaso) terreno, los dos gigantes del pensamiento económico han optado por dos estrategias diferentes respecto a él: ridiculizarle e ignorarle (con mucho, la mayoritaria) o intentar desarmarlo intelectualmente (la opción de Navarro).
Los que apuestan por el decrecentismo, seamos honestos, son las personas desencantadas de tantas promesas incumplidas y que ya sólo buscan una tierra firme que pisar, no importa cuán baja sea. Para estas personas, la última y única alternativa final al decrecentismo es el colapso entero de la sociedad, y no es por eso casualidad que uno de los grupos de Facebook donde se contempla el decrecentismo como última esperanza se llame así, “Colapso”. Los decrecentistas han perdido ya la fe en la actual pero moribunda sociedad del consumo, y buscan, como otros muchos sectores de la sociedad, una regeneración, un cambio profundo que haga viable la sociedad desde bases más sólidas y mejor asentadas. Y por eso muchos decrecentistas y personas con pensamiento afín vivieron con gran ilusión la emergencia de Podemos y de Pablo Iglesias como una última esperanza de hacer las cosas bien hechas.
Sucede, sin embargo, que aquellos que han transitado por el camino del decrecentismo, que lleva a comprender la necesidad e inevitabilidad del decrecimiento, han ido mucho más lejos que los que sólo perciben la corrupción de nuestro mundo y la necesidad de que nazca un mundo nuevo. Los decrecentistas son, por ello, mucho más críticos, porque ya han pensado mucho en el problema y ya han descartado muchas falsas soluciones; sus mochilas se han vaciado, tras un largo proceso de reflexión y raciocinio, de renuncia a muchos sueños, y ahora ya son libres de toda carga material y sólo esperan que podamos emprender como sociedad el camino del descenso necesario.
Por eso resulta comprensible que, ahora que Pablo Iglesias se desmarca de esas ideas con un discurso de tonos ya no sólo neokeynesianos sino incluso socialdemócratas, la decepción de estas personas sea grandísima. Y el fichaje de Vincenç Navarro y Juan Torres para la elaboración del programa económico se percibe como una traición, perpetrada por aquel en el que algunos decrecentistas habían puesto sus últimas esperanzas.
Y sin embargo, a mi modo de ver, se equivocan los que piensan así. Se equivocan porque no comprenden qué es Podemos. Por encima de todo, Podemos es un partido político. Uno que aspira a regenerar la vida política, bien es cierto; pero es un partido al fin y al cabo. Y dada la dinámica de los partidos en las democracias liberales, Podemos se ve en la necesidad de hacer más aceptable su discurso si quiere llegar, algún día, a ser alternativa de Gobierno e incluso, más aún, la base de una nueva visión hegemónica. Pero como se repite en las discusiones de estos días, Podemos no puede llegar a ser un movimiento mayoritario con un discurso decrecentista. Y la razón es obvia: como digo desde el principio del artículo, los decrecentistas son cuatro gatos.
A la mayoría de la población no le puedes explicar que tiene que vivir con menos porque, aunque se reparta lo que hay entre todos, a la mayoría le acabará tocando a menos (porque cada vez habrá menos); no te querrán creer, porque en la tele, los diarios, las revistas... no se habla del fin del crecimiento ni del fin del capitalismo. Podemos aspira a ser el movimiento de toda esa gente, la que se da cuenta de que un cambio es necesario –que es la mayoría–, pero no de los que se dan cuenta de que ese cambio tiene que ser radical –que es una minoría–. Contentar a ambos colectivos a la vez es imposible sin mentir, y Podemos ha elegido al primero porque, simplemente, son muchísimos más, y con su fuerza aspiran a poder gobernar, y poder al fin hacer los cambios que consideran necesarios.
En definitiva, Podemos es o aspira a ser un reflejo de una sociedad que se ha sentido ignorada y engañada por sus dirigentes, y también aspira a ser reflejo de sus cambios. Y, admitámoslo, nuestra sociedad no es decrecentista; no ha entendido el decrecimiento ni sabe ni quiere saber que el decrecimiento ya está en marcha, sin que lo hayan puesto en marcha los decrecentistas, y sin que nadie lo pueda parar.
No culpemos a Podemos por no ser como aspiramos que sea, por no ser cómo sabemos que debería ser si no quiere estrellarse. Podemos es sólo el espejo donde se mira la sociedad, y por tanto ese “Podemos” de su nombre es más bien “Lo que podemos”, aquello que la sociedad es capaz de decir, pensar y hacer. Al oír su nombre, “Podemos”, pensamos que son todo posibilidades, que su nombre es la expresión de una voluntad regeneradora e indómita; sin embargo, en realidad su nombre significa “Lo que podemos”: no es todo lo que podríamos hacer, sino una delimitación de lo que nos atrevemos a ser y a pensar; no son todo verdes praderas sino una expresión de nuestras limitaciones como sociedad. Simplemente, no podemos más. Esto es lo que somos y esto es lo que podemos. En realidad, al decir “Podemos” insistimos sobre “Lo que no podemos”.
Los decrecentistas, en realidad, tienen que entender que hay que seguir haciendo pedagogía con la sociedad. Hay que seguir explicando que el ecosistema planetario está gravemente enfermo, y que esta frase no es un lugar común sino un hecho constatado y doloroso; hay que seguir diciendo que esta crisis no va a acabar nunca y explicar el porqué; hay que decir en voz cada vez más alta que ni el fracking ni las renovables ni ninguna otra tecnología-milagro van a resolver nuestros problemas; hay que advertir que a pesar de los sueños de recuperación estamos a las puertas de una gran recesión que puede traer consecuencias peligrosas e imprevisibles; hay que gritar, a pleno pulmón, la verdad a la cara. Sólo cuando sepamos podremos comprender mejor lo que sucede, cambiando también lo que somos. Sólo cuando cambiemos lo que somos cambiaremos lo que podemos. Y sólo entonces podremos.
Podemos. Hagámoslo.
Una fracción minúscula del internet español está estos días revolucionada, no por la aparición del virus del ébola en la capital de España, sino por algo que consideran un desastre todavía mayor: que Podemos, a través de Pablo Iglesias, le haya encargado a Juan Torres y a Vicenç Navarro la elaboración del programa económico de esa formación política. Los miembros de esta fracción internáutica diminuta e imperceptible no se escandalizan porque tengan miedo de que las propuestas de los dos catedráticos sean terriblemente progresistas o porque, dado el crecimiento de la formación, esas ideas puedan llegar a poner en peligro algunos valores tradicionales muy asentados; qué va, hay quienes se preocupan por eso, pero son un grupo que aunque minoritario es mucho mayor que aquellos de los que hoy me ocupo. Lo que realmente preocupa a mi caterva insignificante, despreciable en su pequeñez, es justamente lo contrario: que las propuestas de los dos intelectuales quedarán demasiado cortas; que, dadas las orejeras que les imponen su formación clásica, ni Juan Torres ni Vicenç Navarro aceptarán nunca que el mundo tiene límites y centrarán su discurso en redistribuir, basándose sobre todo en aquello con lo que se crece, sin ver ni querer entender que el mundo está abocado a un decrecimiento duro y prolongado.
Conviene no olvidar que hace no demasiados meses estos dos mismos eruditos, Juan Torres y Vicenç Navarro, polemizaban con Florent Marcellesi sobre el significado político del decrecimiento. Desgraciadamente, a pesar de su honestidad intelectual y su compromiso con la sociedad, ninguno de ellos pareció comprender que el decrecimiento no es un movimiento político reaccionario delante de una realidad desagradable, sino una realidad desagradable a la que uno sólo puede reaccionar, en algún caso, a través de un movimiento político.