La ficticia independencia de las ciudades frente a los ecosistemas naturales en los que se sustentan, convierte los sistemas urbanos en los más vulnerables ante factores altamente desestabilizadores como la emergencia climática, la crisis energética o las consecuencias territoriales de la crisis socioeconómica (hiperespecialización productiva en sector servicios y turismo, segregación espacial, deterioro de servicios públicos, exclusión social, cambios demográficos…). Una fragilidad incómoda que suele ignorarse y que en entornos altamente artificializados no se percibe con facilidad.
Ante esta situación, se ha ido haciendo hueco la noción de resiliencia, entendida como la capacidad de adaptación y reorganización de un sistema ante perturbaciones y cambios severos, desarrollando nuevos modos de organización. Un concepto que proviene de la física de materiales y que mide la capacidad para sufrir presiones y volver a su estado original, como un muelle; que ha pasado por la psicología para analizar la capacidad de las personas para rehacerse a traumas y catástrofes; hasta llegar a usarse por la biología para hablar del funcionamiento de los ecosistemas ante fenómenos disruptivos o más recientemente por el urbanismo para pensar la inaplazable transformación de ciudades y ciudadanías.
La resiliencia ha sido popularizada por los movimientos sociales, especialmente los ecologistas, y durante los últimos años ha sido ampliamente recogida en la literatura científica y de los organismos internacionales. Un término tan multiuso que parece una navaja suiza lingüística, y cuyo riesgo es que, al valer para todo y usarse de forma indiscriminada, termine banalizánose y no sirva para nada. Ante esta confusión se agradecen iniciativas como Horizontes Ecosociales que ponen a disposición de proyectos, organizaciones y comunidades locales, recursos e indicadores para analizar su nivel de resiliencia. Herramientas para respondernos colectivamente a la pregunta: ¿Cómo de alternativas son nuestras alternativas?
El proyecto MARES de Madrid
Durante tres años he participado de la comunidad de profesionales que daba vida a MARES de Madrid, un proyecto europeo liderado por el Ayuntamiento de Madrid durante el anterior mandato, orientado a aumentar la resiliencia de la ciudad. Una iniciativa que, recogiendo las innovaciones de la ciudadanía para enfrentar la crisis, impulsaba una transformación urbana a través de la economía social y solidaria, fomentando la creación de tejido productivo y comunitario en barrios desfavorecidos. El proyecto aspiraba a cambiar modestamente la ciudad incidiendo en cinco sectores estratégicos para transitar hacia modelos urbanos sostenibles: movilidad, alimentación, reciclaje, energía y cuidados.
La filosofía del proyecto contemplaba rehabilitar espacios municipales en desuso para que se convirtieran en epicentros de la actividad, situando estos nodos de innovación social en las periferias de la ciudad. Edificios temáticos que funcionaban como lugares de referencia para cada uno de los nodos sectoriales, así como para generar ecosistemas territoriales que permitieran llevar la economía solidaria a los barrios.
Algunos de los resultados de este proyecto,que se pueden reducir a datos, nos dirían que se han rehabilitado tres espacios municipales en desuso, que han participado más de trece mil personas, que se han realizado más de mil eventos de formación y sensibilización, que se ha colaborado con más de quinientas empresas, se han asesorado más de 330 proyectos y se han generado 48 nuevas entidades en los distintos sectores. Además, se han creado más de cuarenta comunidades de aprendizaje, como espacios de intercambio de conocimientos, habilidades y experiencias, en cuestiones como huertos urbanos inclusivos, comedores escolares saludables y sostenibles, crianza compartida, corresponsabilidad, ciclologística, feminismo y movilidad, autoconsumo energético, reciclaje y moda sostenible...
¿Cómo medimos la innovación social?
No obstante, personalmente, creo que donde se han realizado los aportes más significativos son en las cuestiones no cuantificables, pues no todo lo que puede medirse cuenta y no todo lo que cuenta puede medirse. ¿Cómo se mide el valor de la innovación social? Desde luego no se puede reducir al número de empresas creadas o de personas que han asistido a determinados eventos, sino que tendría que ver con el nivel de creatividad para construir nuevas definiciones de la realidad y con organizar colectivamente a las comunidades afectadas en torno a las soluciones a distintas problemáticas. Reformular problemas, dar respuestas inéditas y modelar prototipos de nuevas formas de satisfacer necesidades bajo una lógica económica alternativa.
MARES ha sido clave para abrir el debate sobre los supermercados cooperativos y participativos, dejando tres proyectos en marcha en la región que agrupan a miles de personas; vertebrar a las pequeñas tiendas de alimentación ecológica de barrio para que cooperativicen servicios de cara a ser competitivas frente a las grandes superficies; impulsar un centro logístico agroecológico cooperativo; poner en marcha la primera cocina pública que sirve como incubadora de proyectos gastronómicos; impulsar una pionera cooperativa de consumo de servicios de cuidados; ayudar a conformar su propia cooperativa de servicios ciclologísticos a un grupo de riders, hartos de las grandes plataformas; consolidar una cooperativa de comercialización de energía eléctrica renovable; apoyar la creación de una asociación que agrupe a diversas entidades implicadas en la moda sostenible…
Madrid es una de las ciudades más desiguales de Europa y un verdadero reequilibrio territorial exigiría de ambiciosas medidas redistributivas coordinadas a lo largo del tiempo. MARES ha aportado su grano de arena al poner la periferia en el centro de la innovación social, ejerciendo una suerte de reequilibrio simbólico de la ciudad. Personalmente, uno de los rasgos más entrañables del proyecto y que más he disfrutado, ha sido llevar a los barrios las visitas internacionales, las jornadas universitarias, los proyectos piloto… Una manera de hacer que muchas personas conocieran fragmentos de la ciudad que están excluidos de los mapas turísticos, que conocieran sus problemas y la tozudez con la que los tejidos comunitarios locales defienden sus barrios, incluso que gente del resto de la ciudad tuviera la ocasión de “viajar” a la periferia, esa gran desconocida.
Invirtiendo las prioridades de la economía convencional
El economista chileno Max Neef defendía que ante grandes males, necesitamos muchas soluciones pequeñas, coordinadas, coherentes. MARES era un proyecto piloto valioso, con todas sus insuficiencias y carencias, pues esbozaba algunos de los cambios que cualquier ciudad debería acometer para avanzar hacia un sistema socioeconómico que tenga la justicia social y la sostenibilidad en el centro. Un modestísimo ejercicio de anticipación que mostraba la viabilidad empresarial de proyectos que invierten las prioridades de la economía convencional: satisfacción de necesidades frente a ánimo de lucro; territorialización y vinculación con el entorno frente a la amenaza de deslocalización; cooperación frente a competencia; rentabilidad social frente a tasa de ganancia; apuesta por el empleo y por los grupos sociales más vulnerables frente a aquellas empresas intensivas únicamente en capital; atención a los cuidados dentro y fuera de nuestros equipos; compromisos ecológicos fuertes…
Obviamente no pretendo disfrazar de neutralidad mis valoraciones, aunque coinciden en buena medida con las evaluaciones realizadas desde la Unión Europea ensus positivos informes de seguimiento.
Hace unas semanas MARES terminaba y el nuevo consistorio municipal se negaba a darle continuidad, en un ejercicio de incomprensible revanchismo político. Y yo no hago más que recordar las palabras de una amiga cooperante, al afirmar que, paradójicamente, lo primero que escasea tras una inundación suele ser el agua potable. Algo similar nos ocurre con el acceso a la información potable en un tiempo de posverdades, fake news y sobreinformación: que cuesta distinguir lo verdadero y relevante, aunque lo tengamos delante de los ojos.
El disfrute del mar en Madrid representa la utopía, como cada verano recuerda la Batalla Naval vallecana. Así que estamos convencidos de que esto no es el final de MARES, sino su transformación en una imperceptible marejada. Un movimiento moderado de olas, o como dice la segunda acepción de la RAE, una exaltación de los ánimos y una señal de disgusto, manifestada sordamente por varias personas, y que suele preceder al verdadero alboroto. Un alboroto que impugne constructivamente este modelo de ciudad y de economía.