UNRWA es la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Medio. Desde 1949 trabajamos para proporcionar asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, que representan más de la quinta parte de los refugiados del mundo y que actualmente viven en campamentos de refugiados en Jordania, Líbano, Siria y el territorio Palestino ocupado (la franja de Gaza y Cisjordania), a la espera de una solución pacífica y duradera a su difícil situación.
La casa es el refugio del ser humano: “Nací bajo un árbol, sin cobijo, y he sufrido la demolición de mi casa tres veces”
“En 1949 nací debajo de un árbol. Mi madre en su noveno mes de embarazo se iba apoyando en el tronco de un árbol mientras caminaba con dificultad”, recuerda Mohammed Abu Habsa, de 71 años, que comenzó su historia como refugiado de Palestina en la aldea desplazada de Sares, al oeste de la Jerusalén ocupada. A punto de dar a luz, la madre de Mohammed intentaba andar con dolores que presagiaban la llegada del recién nacido, al mismo tiempo que trataba escapar de la destrucción.
La aldea en la que vivía su familia fue demolida por las autoridades israelíes. Su casa fue una de las destruidas. La situación les obligó a huir en busca de un lugar más seguro en el campamento de refugiados de Palestina de Qalandia.
En 1975 volvió a pasar por esta traumática experiencia. “Mi madre regresaba de Ramallah con una canasta llena de verduras y frutas y cuando llegó al campamento descubrió que nuestro hogar se había convertido en un patio de recreo”. Según cuenta Mohammed, miembros del ejército israelí amedrentaron a su madre al pedir explicaciones y la golpearon en el pecho con un rifle. Se desmayó y fue llevada al hospital. “No creo que pueda describir la gravedad del asunto y su impacto psicológico en mi corazón”, afirma Mohammed.
La práctica israelí de demoler hogares, infraestructura básica y fuentes de sustento es cada vez más devastadora para las familias y comunidades palestinas en Jerusalén Este y en Cisjordania. En ocasiones, estas demoliciones se aplican como una forma de castigo colectivo, algo ilegal según el derecho internacional. De acuerdo con los datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, solo en 2020 se han contabilizado 67 estructuras palestinas afectadas.
Con ojos llorosos, Abu Saleh describe cómo en 2016 el tribunal israelí aprobó la demolición de su casa por tercera vez consecutiva, esta vez porque su hijo menor Annan, según testimonios israelíes, había actuado contra la fuerza ocupante. Abu Saleh se inclina hacia el asiento y mira con tristeza mientras cuenta que Annan era su hijo menor, un hombre muy querido por todo el mundo, polifacético, experto en natación y equitación al que le encantaba ayudar a la gente, pero fue arrestado cuando tenía 15 años.
La mañana del 23 de diciembre de 2015, los soldados israelíes dispararon y mataron a Annan, y siete meses después, en la noche del Eid de AL-Adha, una fiesta musulmana muy importante para la comunidad palestina, entró en vigor la decisión de demolición. “Nos informaron que las autoridades tenían la intención de demoler toda la casa por tercera vez. Allí vivíamos 3 familias, en una parcela conformada por 3 apartamentos. Vaciamos nuestro hogar a excepción de una cama en la que dormimos antes de la demolición. Cuando el ejército entró al campamento, recibí una llamada telefónica. Me dirigí al balcón de los vecinos y al amanecer volaron la casa. La fuerza de la explosión afectó al resto de hogares. Tres familias fueron desplazadas y perdieron sus enseres”.
A Abo Saleh ya no le importa. Está acostumbrado a las frecuentes demoliciones, sin embargo, destaca cómo el resto de las familias no tuvieron tiempo de recoger todas sus pertenencias por mantener la esperanza de que la demolición fuera cancelada hasta el último segundo. La familia sufrió grandes daños psicológicos. “Las autoridades nos impidieron reconstruir la casa. Entraron en ella varias veces para comprobar si habíamos arreglado algo. Cada vez que entraban, rompían todo lo que veían a su paso”.
En el año 2020 se alcanzó el número récord desde 2009 de demoliciones y desplazamientos, incluidos incidentes que han afectado a estructuras financiadas por donantes de diferentes organizaciones humanitarias. Solo en lo que llevamos de 2021, las demoliciones han aumentado en un 14%, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.
La casa es el refugio del ser humano y cuando la casa desaparece de la noche a la mañana, los efectos psicológicos que provocan son muy duros y se prolongan durante muchos años. Solo la fe y la paciencia hacen que Muhammad se mantenga firme ante las injusticias que afronta. “Nací bajo un árbol, sin cobijo, y he sufrido la demolición de mi casa tres veces. Sin duda mi país se merece algo mejor”.
“En 1949 nací debajo de un árbol. Mi madre en su noveno mes de embarazo se iba apoyando en el tronco de un árbol mientras caminaba con dificultad”, recuerda Mohammed Abu Habsa, de 71 años, que comenzó su historia como refugiado de Palestina en la aldea desplazada de Sares, al oeste de la Jerusalén ocupada. A punto de dar a luz, la madre de Mohammed intentaba andar con dolores que presagiaban la llegada del recién nacido, al mismo tiempo que trataba escapar de la destrucción.
La aldea en la que vivía su familia fue demolida por las autoridades israelíes. Su casa fue una de las destruidas. La situación les obligó a huir en busca de un lugar más seguro en el campamento de refugiados de Palestina de Qalandia.