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“Los gritos de dolor de mi sobrino rompen mi corazón”

Amjad Shabat

Gaza —

Sanad nació un mes antes de la ofensiva en Gaza. Desde entonces y con tan solo unos meses de vida ha tenido que soportar una realidad tan brutal que, aunque quisiéramos, sería muy difícil de imaginar. A sus tres meses de edad yacía en un hospital a punto de amputarle un pie. ¿La razón? Ser palestino. 

El pequeño Sanad, perdió a su padre en un ataque aéreo sobre su casa en Deir Al Balah el pasado diciembre. El mismo ataque aéreo se llevó por delante a sus dos tíos, sus esposas y otros cinco hijos. La madre de Sanad resultó gravemente herida y fue remitida a Egipto donde se debate entre la vida y la muerte. 

Cuando ocurrió el ataque aéreo, la mayor parte de la familia de Sanad fue borrada de los registros civiles. Se estima que más de 70 personas murieron en el mismo ataque. “Sanad fue encontrado en el regazo de su madre bajo los escombros. Ambos con lesiones graves”, explica Rimah Barak, tía y actual tutora de Sanad.

Los supervivientes fueron trasladados al único hospital de Deir Al Balah, el hospital Al Aqsa: “El hospital estaba abarrotado con cientos de heridos, decenas de muertos y miles de desplazados”, explica Rimah. Según su tía, la única ayuda médica que recibió Sanad fue para detener la hemorragia. “El bebé estuvo días sin ningún control. Unos días más tarde, empezó a notar que un líquido negro verdoso salía de su vendaje. Le rogué a un médico que viniera a ver qué le pasaba”. El pie de Sanad estaba infectado y tuvo que ser amputado inmediatamente. Como la mayoría de los hospitales de Gaza están fuera de servicio debido a los ataques israelíes, los trabajadores sanitarios trabajan abrumados y agotados por el enorme número de víctimas. 

Desde el 7 de octubre, se estima que más de 1.000 niños han sido amputados de una o ambas piernas, según UNICEF. Muchas de estas operaciones se realizan sin anestesia, con el sistema de salud paralizado y con una gran escasez de médicos, enfermeras y suministros como anestesia y antibióticos, según la Organización Mundial de la Salud.

Rimah es el único familiar que le queda a Sanad. Cuando le dieron el alta del hospital, ella se lo llevó a vivir a uno de los campamentos improvisados de la ciudad, después de tener que salir de su propia casa en busca de seguridad. Vive en una pequeña tienda de campaña con sus tres hijos y su marido. “Los gritos de dolor de mi sobrino rompen mi corazón. El hambre de mis hijos me cabrea, pero no tengo poder para hacer nada para sobrevivir a esta guerra”. 

En una zona repleta de miles de desplazados, encontrar agua dulce se ha convertido en un milagro. Ante la escasez de suplementos de ayuda humanitaria que llegan a Gaza debido al cierre israelí de los cruces de Gaza, apenas se hace una sola comida al día. Y la aglomeración de personas está dando lugar a la propagación de enfermedades:“Mis hijos tienen hepatitis por falta de higiene. Compartimos un baño con más de 50 personas”.

A este sufrimiento se suma el hecho de no poder encontrar leche de fórmula para alimentar a Sanad, ni pañales. Se ve obligada a darle de comer algunos frijoles machacados y un trozo de pan para que no pierda mucho más peso.

Rimah, su familia y los dos millones de personas de Gaza no pueden más. El asedio y la violencia les ha llevado a límites de horror y dolor por los que ningún ser humano debería pasar. “Ya hemos perdido suficiente”, concluye Rimah.

Sanad nació un mes antes de la ofensiva en Gaza. Desde entonces y con tan solo unos meses de vida ha tenido que soportar una realidad tan brutal que, aunque quisiéramos, sería muy difícil de imaginar. A sus tres meses de edad yacía en un hospital a punto de amputarle un pie. ¿La razón? Ser palestino. 

El pequeño Sanad, perdió a su padre en un ataque aéreo sobre su casa en Deir Al Balah el pasado diciembre. El mismo ataque aéreo se llevó por delante a sus dos tíos, sus esposas y otros cinco hijos. La madre de Sanad resultó gravemente herida y fue remitida a Egipto donde se debate entre la vida y la muerte.