UNRWA es la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Medio. Desde 1949 trabajamos para proporcionar asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, que representan más de la quinta parte de los refugiados del mundo y que actualmente viven en campamentos de refugiados en Jordania, Líbano, Siria y el territorio Palestino ocupado (la franja de Gaza y Cisjordania), a la espera de una solución pacífica y duradera a su difícil situación.
Ola y Eyad, un amor condicionado por la ocupación
Cuando Ola Abu Taleb se puso de parto, su marido no pudo acompañarla. Dio a luz por primera vez en Jerusalén, lejos de su esposo, Eyad, que es de Cisjordania y no disponía del permiso israelí necesario para entrar en la Ciudad Santa.
“Tuve que llamar a dos de mis hermanos para que me llevaran al hospital cuando iba a nacer mi hija, Mila, el 28 de noviembre”, relata Ola, a quien la ley israelí obliga a vivir separada de Eyad.
Profesora de inglés, nació en Jerusalén hace 32 años y tiene documento de identidad de residente permanente en esta ciudad. Pero Eyad no lo posee porque es de Cisjordania.
Desde 1967, la zona este de Jerusalén, donde vive la gran mayoría de los palestinos de la ciudad, se encuentra ocupada por Israel, que se la anexionó en 1980.
Muy pocos palestinos jerosolimitanos tienen nacionalidad israelí, casi todos cuentan con estatus de residente permanente, con un documento conocido como carné de identidad azul por el color de su funda. Los palestinos de Cisjordania, con documento de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), no pueden entrar en Jerusalén sin permiso israelí.
A pesar de estar casados, Ola y Eyad tienen prohibido vivir juntos en Jerusalén. La ley israelí no permite que los hombres palestinos se acojan a la reunificación familiar en Israel hasta los 35 años y Eyad tiene 31. Desde que se solicita hasta que la conceden “pueden pasar dos años”, subraya Ola con resignación.
Si Eyad entra en la ciudad de forma ilegal, ante los ojos de Israel, y sale a la calle, corre el riesgo de que le pidan la documentación y lo arresten. Si permanece en casa, la policía podría detenerlo en las redadas que lleva a cabo periódicamente en hogares palestinos.
A Ola le queda la opción de establecerse en Cisjordania con su marido, pero entonces perdería su estatus de residente en Jerusalén y tendría que abandonar la ciudad.
“Sufrimos muchas dificultades. Tengo que ir sola a un montón de sitios y reuniones familiares. Tuve que dar a luz sin mi marido y cuando estaba embarazada y necesitaba algo, llamaba a un hermano, a una hermana o a los vecinos”, explica Ola en el Centro Infantil que la UNRWA gestiona en el campo de refugiados de Shuafat, donde da clases de dabke (danza popular de Oriente Medio), una de sus grandes pasiones.
Ola nació en este campo. Su padre también. La familia era de Lod, pero fue expulsada por las fuerzas israelíes en 1948, durante la guerra entre árabes e israelíes que siguió a la creación del Estado de Israel. Lod se encuentra desde entonces en este país.
La madre de Ola no es de Jerusalén, pero obtuvo su carné de residente permanente en esta ciudad cuando se casó. “A finales de los años 60, después de la ocupación (israelí de territorios palestinos) era más fácil que te dieran la residencia”, asegura Ola, la pequeña de doce hermanos.
El campo de Shuafat se estableció entre 1965 y 1966 para albergar a los refugiados palestinos que vivían hacinados y en condiciones sanitarias precarias en el campo de M'askar, dentro del barrio judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Poco después, cuando en la Guerra de los Seis Días el Ejército israelí ocupó Cisjordania, incluida Jerusalén este, Gaza, el Sinaí egipcio y los Altos del Golán sirios, acogió a nuevos refugiados.
El campo se instaló en tierras de la antigua aldea de Shuafat, cedidas a la UNRWA por Jordania -que en aquellos días controlaba la zona- y convertidas en un barrio de Jerusalén.
El campo acogió a 1.500 refugiados, pero en la actualidad ocupa el doble de espacio y alberga a 20.000 personas de las que algo más de la mitad son refugiadas. Las demás se instalaron allí porque la vivienda es más barata.
El campo, de calles estrechas y superpobladas donde se acumula la basura, se ha convertido en hogar de las familias con menos recursos de Jerusalén y en uno de los lugares con mayor índice de delincuencia de la ciudad.
“Hace cuatro años compré una casa pequeña, ya que no teníamos mucho dinero. Era muy difícil vivir allí porque no había ni ventanas, ni luz. Ahora que tenemos una niña, hemos vendido la casa y hemos comprado otra un poco mejor, aunque necesita muchos arreglos”, comenta Ola, abierta y expresiva.
Esta mujer valiente y constante tiene un sueldo fijo, pero su marido no. Trabaja esporádicamente como obrero de la construcción, a pesar de ser licenciado en Lengua Árabe.
Shuafat es el único campo de refugiados palestinos que se encuentra dentro de Jerusalén. Pero cuando Israel construyó el muro de Cisjordania, lo separó de la ciudad, lo dejó al otro lado de la enorme pared de hormigón, en territorio cisjordano.
Los vecinos del campo mantienen la tarjeta de residencia permanente en Jerusalén y pagan los impuestos al ayuntamiento de esta ciudad, pero no reciben servicios municipales. Tampoco tienen acceso a los de la ANP porque no están bajo su jurisdicción.
Al campo de Shuafat pueden entrar los palestinos del resto de Cisjordania sin permiso israelí porque el muro lo dejó en la parte “cisjordana” (Jerusalén este se encuentra también en Cisjordania geográficamente, pero a efectos de división territorial política, no).
Una vez allí, los palestinos con carné de la ANP no pueden acceder al resto de Jerusalén si no tienen autorización israelí que les permita cruzar los controles de la policía de fronteras de Israel.
Si las fuerzas de seguridad entran en el campo y descubren a palestinos no residentes en Jerusalén, los arrestan. “Mi marido, que es de Dura, cerca de Hebrón (sur de Cisjordania), necesita permiso de Israel para verme. A veces se lo dan de un día, de dos o cinco. Cuando lo consigue, puede moverse por Jerusalén y también vamos a otros lugares como Jaffa (en Israel). Si viniera de forma ilegal no saldría a la calle por miedo y tampoco estaría seguro en casa porque a veces entra la policía por la noche en el campo y busca puerta por puerta”, dice Ola, de espíritu luchador.
Eyad suele obtener permisos de visita de vez en cuando “porque no tiene antecedentes de seguridad”, afirma Ola en referencia a que nunca ha sido arrestado por haber cometido ningún presunto delito contra la seguridad de Israel.
El hogar de la pareja, el impuesto municipal -llamado arnona-, la electricidad y el agua están a nombre de Ola, requisitos indispensables para mantener la tarjeta de residente permanente en Jerusalén.
A pesar de tener todos los documentos en regla, las autoridades todavía no le han concedido el carné de residente a su hija. “Fui al ministerio del Interior varias veces, incluso al día siguiente de haber dado a luz. Me pidieron muchos papeles, pero nunca tienen suficiente. Me dicen que debo aportar más documentos para demostrar que vivo en Jerusalén”, señala Ola.
En esta ciudad hay una oficina del ministerio del Interior especial para los palestinos residentes donde hay que hacer largas colas a la intemperie y a menudo exigen los mismos documentos varias veces alegando que se han traspapelado. Los israelíes y los extranjeros efectúan sus trámites en otras sedes del mismo ministerio donde no hay colas en la calle y no se extravían tantos papeles.
Los palestinos residentes en Jerusalén están cubiertos por el sistema sanitario público israelí, pero Ola tuvo que pagar todos los gastos hospitalarios de su parto.
“Me dijeron que los documentos presentados no eran suficientes para probar que yo residía en Jerusalén, que mi marido era de Dura y que tenía que demostrar que no resido allí”, indica Ola. Por las mismas razones no ha recibido la ayuda que ofrece el Estado a los ciudadanos cuando tienen hijos.
En abril presentó la documentación adicional que le exigieron en el ministerio del Interior y ahora espera una respuesta con la esperanza de obtener la residencia permanente en Jerusalén para su pequeña, a la que se ve obligada a llevar a la consulta privada de un pediatra.
Cuando Ola Abu Taleb se puso de parto, su marido no pudo acompañarla. Dio a luz por primera vez en Jerusalén, lejos de su esposo, Eyad, que es de Cisjordania y no disponía del permiso israelí necesario para entrar en la Ciudad Santa.
“Tuve que llamar a dos de mis hermanos para que me llevaran al hospital cuando iba a nacer mi hija, Mila, el 28 de noviembre”, relata Ola, a quien la ley israelí obliga a vivir separada de Eyad.