Cuestión de supervivencia

Antes de empezar, necesito que liberéis vuestra mente del concepto de ‘superviviente’ que ha intentado colarnos Telecirco. Rosa Benito NO es una superviviente. Es un ama de casa (con todo mi respeto por este sector) que conquistó el corazón de la audiencia con su catarsis personal, cuando cayó en la cuenta de que hacía tres años que no iba al cine y que Amador nunca le sacaba a dar un paseo. Recordemos que el helicóptero prácticamente tuvo que amerizar para que la futura ganadora de Supervivientes 2012 tuviera la valentía de lanzarse al agua.

No. Yo vengo a hablaros de gente que está hecha de otra pasta. Y de programas que, si bien alimentan polémicas sobre su veracidad o su credibilidad, se aproximan más al concepto real de supervivencia y de cómo desenvolverse en parajes más o menos inhóspitos. Hoy quiero hablaros de Bear y Frank. O lo que es lo mismo, de ‘El Último Superviviente’ y ‘Frank de la Jungla’, dos estilos muy diferentes, pero que comparten un leit motiv: mostrar cómo el hombre se enfrenta a la naturaleza en todo su esplendor, saliendo victorioso de ello. Y una cadena: Cuatro. Que sigue haciendo algunas cosas bien.

Bear Grylls está empeñado en demostrarnos que la supervivencia en situaciones límite depende de uno mismo: “La respuesta a nuestra supervivencia la tenemos alrededor. Debemos escuchar a nuestros predecesores”. Si nunca habéis visto este programa, a lo mejor os imagináis al bueno de Bear como un ser místico que conecta con la Tierra y ésta le habla.

En realidad, es un ex miembro de las SAS, un cuerpo militar británico entrenado para ejecutar operaciones especiales en tiempos de guerra. Lo que vienen a ser los GOES españoles o los Navy SEAL’s americanos (los que dicen que echaron a Bin Laden al fondo del mar, matarile, rile, rile). Aunque sólo estuvo allí año y medio -como le echan en cara los que quieren acabar con su imagen de superhéroe-, parece que algo despertó dentro de él y se lanzó a este programa.

En cada entrega de ‘El Último Superviente’, Bear salta de un helicóptero a terreno supuestamente hostil y presuntamente alejado de la civilización; su objetivo es conseguir volver sobreviviendo por él mismo, sin ayuda de nadie y sin poder ingerir alimentos que no le sean procurados por la naturaleza y por su ingenio. Y aquí empiezan las dudas y los reproches: que Bear no está sólo, sino acompañado por un equipo técnico qué incluye ¡hasta pertiguista!; que después de enseñarnos a fabricar una camita supletoria con ramas para dormir en un árbol de la selva guatemalteca y que no nos coman los jaguares de noche, él se va al NH Guatemala a dormir en sábanas de raso; que beberse el pis como aconseja Bear para la deshidratación es letal...

Se conoce que no han oído hablar de la Orinoterapia, que tiene bastantes adeptos y hasta un Congreso Mundial Anual. Y se conoce también que no saben que para hacer un programa en exteriores, se necesita un pertiguista, que es el señor que sujeta el micrófono.

Admito que el supuesto entorno hostil no es más que una localización, y en ocasiones ni mucho menos alejada de la civilización y que Bear no tiene que sobrevivir realmente. Pero en lo que no hay ni trampa ni cartón, y que nadie que yo haya leído cuestiona, es –DISGUSTING ALERT- la cantidad de guarradas que se come. Lo más heavy que le he visto hacer es exprimir excrementos de elefante en Kenia para extraer líquidos y mostrarnos así como no morir de sed si nos vamos de safari a Kenia y nos perdemos. Por no hablar de bichos: insectos de dimensiones terroríficas, larvas, pescado crudo (y no estoy hablando de sushi, estoy hablando de pescar un salmón y liarte a darle bocados), testículos de cabra… En fin, que venga alguien a decirme que Bear Grylls no es un superhombre. Que me lo diga después de comerse unos testículos de cabra.

También le he visto hacer otras animaladas como atravesar desnudo un lago de agua congelada. Cierto que después se pone 20 forros polares (no-quechua) uno encima del otro y puede volver a la vida al calor de una hoguera en menos de dos minutos porque él conoce El Secreto del Fuego. Pero se mete en el agua a (supuestamente) -32º y se arriesga a que le de un paro cardíaco. No le reprochéis esa manía suya de querer tener un desfibrilador a mano, por si acaso.

No se le puede negar el mérito, independientemente de que es televisión, y algunas situaciones requieren ser creadas (como parece que debió entender Félix Rodríguez de la Fuente, por lo que dice Google), pero eso es televisión. No es ‘El Proyecto de la Bruja de Blair’. No es un colgado con su cámara auto filmando su locura. Sin embargo, algunos se sienten decepcionados con Bear; no hay más que googlear 'bear grylls'. La palabra farsa es la más repetida. Incluso circula la clásica leyenda urbana de que se ha muerto. Como la sobredosis del actor que interpretaba a Urkel, lo de que Paul, de 'Aquellos Maravillosos Años' de mayor se convirtió en Marilyn Manson y esas cositas que tiene Google.

No parece que a Bear le importe lo que digan de él, pero a 'Frank de la Jungla' sí le toca mucho los bemoles que se ponga en duda su credibilidad. Apela y reta a la audiencia constantemente, como cuando sujeta una serpiente diciendo “ahora vendrá algún gilipollas a decir que esta drogada”, o “si alguno cree que esto es fácil, que venga y lo haga”. Pero él tiene una misión: ilustrarnos. Porque este programa es más como un ‘Waku Waku’ asalvajado, porque Frank también es de los que les gusta sobreexponerse al peligro, un yonki de la adrenalina. Un flipado de los reptiles y los anfibios, que va por la selva de Tailandia (donde reside desde hace doce años trabajando como miembro de la Asociación de Guardianes de Animales) mostrándonos los animales que tan bien conoce.

Su estilo, sin embargo, es más de andar por casa, literalmente. Porque todo su atavío y equipamiento para hacer frente a los rigores de la jungla son unos zuecos de goma, unas bermudas y una camiseta, además de su estudio quechua portátil para dormir. Es un tío campechano, algo histriónico y con ese deje madrileño de vacile guasón. Pero es que sólo un madrileño puede decir con tanta jeta: “Yo no doy los nombres científicos de los animales. ¿Razón? Porque no tengo ni puta idea”. Así de fresco y natural. “Un demente con 17 personalidades”, como él mismo se califica.

La grandeza de ‘Frank de la Jungla’ es que todo es así. Las escenas de pedos no se editan, se emiten. El atractivo es el elemento granhermanesco, que ellos mismos reconocen e intentan explotar, con las escenas de disputas entre Frank, su cámara Santi y un tal Nacho, periodista, que les acompaña y vomita de tanto en tanto. En estas situaciones, vemos a Frank tal cuál es: con toda su mala leche, que no duda en sacar; pero tampoco duda a la hora de ser tierno, sensible y sensibilizador, como cuando denuncia las atrocidades que se les hace a los animales para comerciar con ellos.

El programa tiene un mensaje final, como 'Waku Waku': “Debemos respetar al mundo animal, amor les das y amor te dan en cantidad…”. Aunque esto último no es aconsejable con las serpientes que Frank domina con maestría y un palito, para aproximarnos el mundo de la herpetología. Frank es un tío divertido, que si fuera profesor, sería el profesor enrollado: el que te hace disfrutar de la asignatura. ¿Veracidad? Juzguen ustedes mismos:

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