Ya empleada como acompañamiento musical para el tráiler, Everything in Its Right Place de Radiohead acompaña a Eddie Redmayne en su primer acercamiento a la elusiva figura de Chacal. La obertura del Kid A servía para advertir el cambio de tercio del quinteto de Thom Yorke, expandiendo su sonido y empapándolo de las líquidas atmósferas del krautrock a través de los sintetizadores. A través de ellos, y de una letra repetitiva y desconcertante, los de Abingdon parecían señalar las dificultades para insertarse en la realidad tras el éxito de OK Computer, aun cuando todo aparentaba estar en su lugar. Ese enunciado se repite una y otra vez mientras el implacable asesino ensaya antes de suplantar a un decrépito bedel alemán del edificio de una gran corporación mediática: caracterizado a imagen de este hombre invisible que yace ya muerto, imitando su acento y timbre al hablar, Chacal asegura su posición dentro del gran sistema de la existencia. Un sistema donde prima la verticalidad, donde los de arriba deciden sobre los de abajo, cuya vida tiene un valor insignificante. En el marco de una gran conspiración política de escala europea, nadie echará de menos a ese pobre trabajador. Ese es su lugar.
Nueva aproximación a la novela de Frederick Forsyth a cargo de Ronan Bennett, tras la excelente primera versión a cargo de Fred Zinnemann y la plúmbea actualización noventera dirigida por Michael Caton-Jones, The Day of the Jackal (Chacal) comparte una visión descreída del mundo contemporáneo con otra reciente composición audiovisual sobre la figura del hitman, El asesino de David Fincher; a la postre, otra adaptación, en su caso del cómic homónimo de Alexis Nolent y Luc Jacamon.
En ambos casos estamos hablando de thriller de escala global que se relacionan con el paisaje sociopolítico de nuestros días. El Chacal al que presta rasgos Eddie Redmayne y el asesino sin nombre incorporado por Michael Fassbender deambulan con máxima pulcritud por un universo de todopoderosos gurús tecnológicos que se han consentido el capricho de decidir sobre el pueblo que duerme bajo sus pies, grandes conglomerados empresariales que hurden su control en la sombra, populismos de extrema derecha que agitan ese estrato a pie de calle, y diplomacias tenues que ocultan sus tejemanejes en enrevesadas burocracias.
Sin embargo, hay algo más que conecta a ambos personajes más allá de esos tropos identificables. Al hablar de El asesino en Cine Divergente, Ignacio Pablo Rico señala el trabajo de Fincher al figurar “una agencialidad masculina pura, imparable, cuyo rasgo más terrible es su capacidad de adaptarse a toda circunstancia”. Ahí está la consagración a la pérdida de todo valor, de toda creencia, la asunción de la futilidad de la existencia, de la que es consciente Fassbender una vez cumplimentada su misión, mientras se relaja disfrutando de los exquisitos manjares que le ha granjeado. Si uno se ha dedicado a no dejar huella siendo invisible, otro lo hace interpretando personajes diferentes, asumiendo enésimas identidades prótesis mediante.
Es lógico, pues, que el británico se refiera al villano como un “actor a todos los efectos”, pues entra y sale de escena siempre como alguien nuevo, sabedor de las tramoyas que se ejecutan a su alrededor, invisibles al resto. Es todo un gran simulacro de vida, como el que vive Chacal en una Cádiz replicada -o simulada- en las costas de Croacia, donde aguardan una esposa, Nuria (Úrsula Corberó) y un crío de dos años ajenos a la realidad más allá de las lindes autoimpuestas.
Una serie consciente de su naturaleza y posición
A diferencia de El asesino, de narrativa tan fibrosa como el cuerpo de su protagonista y desprovista de distracciones de su sujeto de estudio, The Day of the Jackal entrelaza en el relato las trayectorias del sicario con la de su principal perseguidora, Bianca (Lashana Lynch), que se presenta en el otro lado de un espectro moral muy difuso. Salvando las distancias, podemos establecer una analogía entre la dinámica que se planteaba en Enemigos públicos de Michael Mann, que contaba con el propio Bennett como guionista, al enfrentar al cautivador criminal John Dillinger (Johnny Depp) y a su incansable perseguidor Melvin Purvis (Christian Bale), con métodos expeditivos. La aguerrida agente de MI6, como Chacal, parece convencerse a sí misma, o justificarse, en que el fin justifica los medios, y adopta una posición ambigua sobre la impartición de la violencia. Así como Chacal ejecuta a inocentes si eso sirve para alcanzar su objetivo, ella también hace lo mismo para darle caza. Los sistemas a los que se deben ambos, sea visible o invisible, legal o no, lo respaldan. En el clásico esquema del gato y el ratón, los civiles, los personajes sin seudónimo, sin cargo, tienen un valor nimio en el gran esquema de las cosas, aquel al que una y otro se deben.
Ante esa tesitura, a The Day of the Jackal le queda presentarse con frialdad, a través de una fotografía en tonos fríos, cianes, que deambula por no-lugares (hoteles, aparcamientos, estaciones, carreteras) pasando de un lado al otro, manteniendo la distancia con respecto a cada realidad paralela (Bianca también tiene una familia de la que parece ajena, casi una tapadera de su identidad real como cazadora impiadosa), sin terminar de decidirse en favor de una u otro, de igual forma que salta de países dislocando fronteras. Tomando en cuenta el progreso en los arcos narrativos de los tres primeros episodios, aquellos facilitados para la crítica, 10 horas se anticipan excesivas para mantener pleno interés sin recaer en ciertos vicios de la narrativa en streaming contemporánea.
En todo caso, la serie, puede decirse con contundencia, es modélica en sus competencias de entretener. Todo parece medido para asegurar una satisfacción global. Eso, cabe decir, también avisa de la autoconsciencia de la serie, renovada por una segunda temporada a los pocos días de debutar en Peacock en Estados Unidos, del lugar que debe ocupar en el escenario.
La miniatura de presentación, la imagen de la serie, nos coloca a actores de clase A al frente de un título ya reconocible, el de una franquicia que desempolva una licencia de gran valor, de origen literario, a la que se otorga valor multinacional, asegurando las posibilidades de horas y horas en las que profundizar en personajes cada vez más falibles, más maleables. “El destino es un placebo”, medita El asesino de Fincher en su conclusión, sobre la dificultad de aceptar que uno no controla su universo, que es uno de tantos. Por eso el primer episodio de The Day of the Jackal sobresale: no solo por su equilibrio perfecto en la conjunción de elementos, sino por acercarnos a un personaje en absoluto dominio de sus condicionantes, moviéndose con la soltura de quien sabe que todo se encauzará por sí mismo, cuyo camino está por escribirse... O que, al menos, así lo cree. Un limpiador cualquiera, un asesino extraordinario. En ese primer episodio, todo está en el lugar que le corresponde.