“Black Mirror”: El oscuro espejo en el que no queremos vernos reflejados
Somos adictos a la tecnología, a las redes sociales, a opinar sobre los demás e insultar desde el anonimato, somos voyeurs de vidas que no son las nuestras y que acabamos sintiendo como si las co-protagonizáramos, somos anónimos que morimos por una mención de un famosillo de medio pelo… Sin embargo somos felices. Felices hasta que un producto como Black Mirror provoca que nos veamos reflejados en sus personajes, entonces ya no nos sentimos tan bien, porque nos hace pensar.
Esta miniserie británica aterriza hoy en Cuatro avalada por unas excelentes críticas que son quizá sus principales enemigas. En las últimas fechas hemos sido bombardeados con múltiples imágenes de esta producción, salpicadas con frases procedentes de los más reputados medios de comunicación alabando sus excelencias, elevándola a la categoría de obra maestra. Y no lo es. Es un magnífico producto audiovisual, pero no va a cambiar la historia de la comunicación. No es una crítica a Black Mirror, sino un aviso, ya que unas expectativas demasiado altas pueden arruinarnos disfrutar de ella debido a una ligera sensación de decepción.
Es recomendable visionar sus 3 entregas como lo que son, 3 obras independientes autoconclusivas, enfocándolas más como películas que como capítulos de una miniserie, ya que son diferentes, tanto en temática como en calidad.
El Himno nacional es el gancho mediático de la serie: una princesa inglesa es secuestrada. Su captor dice que la matará si el Primer Ministro inglés no tiene relaciones sexuales con un cerdo en televisión. ¿Qué debería hacer el mandatario? La premisa es brillante pero el desarrollo no está a la altura, aún así sigue siendo un excelente reflejo de lo que disfruta la gente con el “linchamiento” televisado de una figura pública.
Toda tu historia es el mejor de los 3 episodios, ya que a pesar de hablar de un hipotético futuro con una tecnología ahora inexistente, consigue contar la historia más cotidiana, la que más implica al espectador. Transforma al ser humano en un Gran Hermano de su propia vida, deseoso de que los demás contemplen sus vivencias y ávido de presenciar las del resto sin importar las consecuencias.
15 millones de méritos es el que menos engancha de los 3, por su lento y repetitivo desarrollo, además de ser el menos original. Es inevitable sufrir diversos deja vus al verlo, ya que maneja conceptos ya introducidos en películas como La Isla, In Time y, sobre todo, El Show de Truman, resultando casi imposible ver los planos de espectadores tomados desde los televisores y no acordarnos una y otra vez del film de Peter Weir. Lo mejor, sin duda, es cómo representa el aislamiento que produce la era digital materializándolo en los pequeños cubículos con pantallas en vez de paredes en los que viven los protagonistas.
Lo que está garantizado con Black Mirror es que vamos a vernos reflejados queramos o no, ya sea en alguno de los capítulos al visionarlos o en la negra pantalla del televisor al apagarlo después. La duda es cuál va a ser el reflejo que nos guste menos…
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Somos adictos a la tecnología, a las redes sociales, a opinar sobre los demás e insultar desde el anonimato, somos voyeurs de vidas que no son las nuestras y que acabamos sintiendo como si las co-protagonizáramos, somos anónimos que morimos por una mención de un famosillo de medio pelo… Sin embargo somos felices. Felices hasta que un producto como Black Mirror provoca que nos veamos reflejados en sus personajes, entonces ya no nos sentimos tan bien, porque nos hace pensar.
Esta miniserie británica aterriza hoy en Cuatro avalada por unas excelentes críticas que son quizá sus principales enemigas. En las últimas fechas hemos sido bombardeados con múltiples imágenes de esta producción, salpicadas con frases procedentes de los más reputados medios de comunicación alabando sus excelencias, elevándola a la categoría de obra maestra. Y no lo es. Es un magnífico producto audiovisual, pero no va a cambiar la historia de la comunicación. No es una crítica a Black Mirror, sino un aviso, ya que unas expectativas demasiado altas pueden arruinarnos disfrutar de ella debido a una ligera sensación de decepción.