'House of cards' o el goce televisivo: la review definitiva de la tercera temporada
Por Sergio CañeteSergio Cañete
Desear algo con muchas ganas, a menudo provoca que tras un intenso maratón, todo pase demasiado rápido. Esa es la sensación que he tenido al finalizar esta tercera temporada de 'House of cards'. Nuestro matrimonio más despiadado y favorito de la televisión ha vuelto a dejarnos momentos para el recuerdo.
(¡Cuidado spoilers!)
Una temporada que ha girado entorno a tres hilos argumentales:
1) Doug y su búsqueda asesina tras Rachel
2) La tensión EE-UU vs Rusia en su despliegue en el Valle del Jordán
3) Un legado: America Works, un ambicioso plan de empleo ideado por Underwood
La serie arranca potente, con momentos dignos de Shakespeare, esa meada de Frank sobre la tumba de su padre, es una auténtica declaración de intenciones. Una ruptura con el pasado, un presente infinitamente superior.
Doug y Rachel
Al principio nos quedamos un tanto absortos con la primera línea argumental, ya que no estábamos muy seguros de lo ocurrido con el alcohólico lugarteniente de Frank, Doug Stamper. Desde mi punto de vista ha sido quizás lo menos interesante de esta temporada, personalmente no me preocupaba demasiado el futuro de este personaje pero los guionistas decidieron darle galones y convertir esta subtrama en algo más principal.
Se trata de una caza, Doug debe recuperarse física y mentalmente de lo sucedido para averiguar donde se encuentra la única persona que conoce un secreto del actual presidente que podría destruirlo. Doug es el encargado de esconder la basura debajo de la alfombra y aunque habrá momentos que nos hagan dudar de su lealtad para con el Presidente, será sólo eso. Porque Doug tiene mucho que agradecerle a Frank y lo hará hasta las últimas consecuencias. Rachel tiene las horas contadas.
Los Underwood en el Despacho Oval
Lo que mola realmente es el matriomonio Underwood, han conseguido llegar donde quizás ellos ni pensaron que podrían. Ya se encuentran en el Despacho Oval. Pero nada va a ser fácil, más bien al contrario, mantenerse en el sillón va a costarles mucho esfuerzo. Veremos al propio Frank algo desmejorado, más canoso, más grueso y con más arrugas pero con la misma mala leche y dando la sensación de estar jugando a un juego en el que lleva todas las de ganar.
Aún así nadie parece apoyarle, sólo Claire, su jefe de prensa y Remy. Todo lo demás está en su contra. Frank ha encontrado un nuevo reto, quiere ser un presidente elegido por el pueblo norteamericano, recordamos que accede a la presidencia porque el anterior presidente debe dimitir tras el escándalo de China, y además quiere ser recordado y para ello elige un plan de empleo, América Trabaja. Éste será su legado y hará lo posible para sacarlo adelante, incluso si eso supone no presentarse a una futura reelección. O eso intentará hacernos/les creer. Frank hará gala de su amoralidad acostumbrada para cumplir sus objetivos, todo es sacrificable por un bien mayor. En su camino tomará decisiones como mandar drones armados para asesinar a población civil, asumiendo estos “efectos colaterales” como parte de su cargo. El Presidente tendrá que enfrentarse a Heather Dunbar en su carrera hacia una reelección y Doug le echará una mano también con eso.
Mientras ocurre todo esto, la escritura de un libro autobiográfico lo pondrá todo patas arriba. Sobre todo cuando ese libro, pasa de ser autobiográfico a un libro sobre un matrimonio y su ambición de poder.
Por su parte Claire tiene claro que debe dar un paso al frente, la contención hasta ahora mostrada, ya no es posible ocultarla y la Primera Dama exige su parte de la tarta. Ya está cansada de ser la muñeca que adorna al héroe, ella es parte fundamental de su éxito y ahora desea independencia. Ser embajadora en la ONU de su país es el primer paso, pero como a Frank, le van a llover las zancadillas. Nadie se lo pondrá fácil, ni siquiera su marido. La falta de experiencia para lidiar con este tipo de personajes la harán vacilar e incluso desaparecer de la primera fila por el bien de Frank, pero que nadie se equivoque: Claire ha venido para quedarse y si no al tiempo. Ese momento fabuloso en la cocina, en el que a pesar de todo lo acontecido Claire exige su puesto en la ONU mientras Frank se prepara un sandwich y sólo puede decirle: ok, a continuación Claire vomita y llora en el fregadero y se prepara dos huevos fritos…..para huevos los suyos.
Además para recordar esa magnífica disputa verbal en el Air Force One, cuando ante la metedura de pata de Claire, Frank le espeta: “Nunca debí convertirte en Embajadora” y la resuelta respuesta de su esposa: “Nunca debí convertirte en Presidente”. Y a continuación la mirada de Frank llena de odio hacia la cámara: ¿Qué estáis mirando?
Petrov el Orgulloso
Al líder ruso lo veremos a partir del tercer episodio, Petrov (estupendo Lars Mikkelsen) no se esconderá y atacará a su homónimo donde más le duele e incluso será capaz de besar a la primera Dama delante del cortejo de ambos en una demostración de fuerza sin precedentes. El detonante será que bajo la excusa de mantener la paz en la zona del Valle del Jordán, Underwood quiere desplazar a su ejército allí. Pero Petrov no lo ve claro y piensa que lo único que quiere es un despliegue estratégico en la zona y por ella pedirá una compensación: que su sistema de misiles en Europa sea desmantelado.
A partir de aquí un tira y afloja bastante entretenido al que tenemos la sensación de haber asistido y que suponemos bastante cercano a la realidad. Las negociaciones son concesiones a cambio de lo que más te interesa, ni más ni menos. Y la última concesión será la dimisión de Claire como embajadora en la ONU. Esto es política y la política es la guerra.
Claire, siempre fue Claire
El matrimonio se tambalea y la ambición de Claire es una piedra en el camino para Frank. Han dejado de ser un equipo, ahora no existe un objetivo común. Cada uno tiene los suyos y ambos se están entorpeciendo. De repente, los planes ideados no funcionan como se espera y los planes B han dejado de existir. Claire se ha dado cuenta de que no puede aspirar a nada más de lo que ahora tiene, y eso la frustra. Su mirada nos dice que quiere más, que ha aprendido en esta carrera por el poder y que ahora será ella la que tome las decisiones. El estado de Iowa ha sido para su marido, Dunbar ha caído allí donde era más importante sobrevivir, pero Claire no está con Frank, lo observa por televisión, fría, calculadora.
Cuando éste vuelva al despacho oval la encontrará sentada en su sillón. Claire no se reconoce, tener que pedir ayuda para conseguir sus metas le revuelve el estómago, se siente pequeña y débil. Frank Underwood ya no es bastante para ella.
¿Qué nos deparará la cuarta temporada? Todo apunta a una Claire en solitario, buscando el reconocimiento de los que pueda servirse y quizás optando al “trono” en la Casa Blanca. Frank puede pasar a un papel de perrito faldero o puede que se convierta en rival de su propia esposa. ¿Habrá separación? ¿el matrimonio político perfecto, tendrá futuro de forma individual? Ya lo veremos, aunque no hay confirmación sobre su renovación aún. Lo que está claro es que seguimos interesados por la vida de estos personajes, quizás exagerados, quizás no tanto.
Como afirma Frank, “no somos asesinos, somos supervivientes” y añado yo: en un mundo amoral, lleno de cinismo, maldad, mentira, traición, degradación y vileza. Mientras, nosotros sospechamos frente al televisor, que en mayor o menor medida, este mundo existe, y observamos atentos sus movimientos ajedrecísticos. Todo esto ocurre como parte de un goce televisivo común que traspasa la pantalla y nos apuñala el estómago o la espalda.
Por Sergio CañeteSergio Cañete
Desear algo con muchas ganas, a menudo provoca que tras un intenso maratón, todo pase demasiado rápido. Esa es la sensación que he tenido al finalizar esta tercera temporada de 'House of cards'. Nuestro matrimonio más despiadado y favorito de la televisión ha vuelto a dejarnos momentos para el recuerdo.