'Caronte': la solemnidad autoimpuesta deja al procedimental de Telecinco y Amazon al borde del desacato
“Reza para que todo esto sea verdad”. Esta línea de diálogo se repite en los dos primeros episodios de Caronte (Verónica Fernández, 2020-¿?), después de que los requiebres del heterodoxo abogado epónimo den un vuelco a los procedimientos judiciales abiertos contra sus clientes. Así como el Doctor Gregory House reiteraba, episodio tras episodio, que la dolencia misteriosa que le tocaba curar “no era lupus” antes de dar con el diagnóstico definitivo, el expolicía/expresidiario reconvertido en jurista encuentra su modus operandi más efectivo bordeando el precipicio de la legalidad, sometiendo a tensión a unos eslabones del sistema, fiscales y magistrados, que desconfían de sus técnicas. Casi parecería que ese diálogo clónico opera cual ostinato, como lema ajustado de una serie armada tomando las métricas del procedimental televisivo clásico.
No hay nada que objetar, en absoluto, ante una serie que se desarrolla dentro de unos estándares de ficción convencionales, que asume con modestia su función dentro del engranaje catódico. Sin embargo, su énfasis por tratar de trascender a esta categorización, por tratar de ser algo más, solo conduce a dejarla al borde del desacato definitivo.
Con la venia de Telecinco, Amazon Prime adquiere la concesión de recluir en el universo de pago un drama que por sus características debiera haber estado en la libertad del abierto desde el primer momento. Que, al menos, se defiende mejor cuanto más ajusta sus pretensiones y más centrada está, como su personaje principal, en los casos que ha de afrontar y no en los pretextos con que se adorna.
El investigador sobre la investigación
Caronte se construye sobre un idealismo maniqueo que no se aleja de propuestas como Ley y orden: Unidad de víctimas especiales (Law & Order: Special Victims Unit, Dick Wolf, 1999-¿?), por citar un ejemplo paradigmático estadounidense; o de la efímera Cazadores de hombres (Verónica Fernández, 2008), otra creación televisiva de la misma autora. Estamos ante dramas policíacos que plantean la lucha contra la decadencia del sistema a cargo de profesionales abnegados e incansables en su objetivo de dar la reparación debida al débil, al desfavorecido. Partiendo de casos con resonancias actuales -mientras el primero, de temática deportiva, remite al asesinato del hincha del Deportivo de la Coruña “Jimmy” Romero Taboada; en el segundo resuenan ecos a mediáticas desapariciones como la de Diana Quer-, cada episodio trabaja sobre el concepto de falso culpable, apuntando siempre hacia las altas esferas como auténticas responsables en la sombra. Frente a esas élites, los clientes de Samuel Caronte pertenecen a unas clases populares necesitadas de mejores perspectivas, y eso es lo que pretende aportar esta producción de Big Bang Media: resoluciones, si no plenamente esperanzadoras, sí decididamente inspiradoras, positivas.
Siguiendo las reflexiones sobre el género del estudioso Jason Mittell, la estrella de un procedimental ha de servir para generar un primer compromiso emocional con el espectador, pero su protagonismo debe someterse a los designios de la intriga, siendo el procedimiento para desentrañarla el foco último de la serie. La investigación ha de estar por encima del investigador, algo que Caronte no acaba de asimilar.
Como él, la serie duda por momentos de su naturaleza y se niega a ser una pieza más de la maquinaria, e insiste en cargar más peso del que requiere, como avergonzada de su concepción como producto para el consumo generalista. Como si quisiera compensarlo extralimitándose en sus funciones. La volatilidad de Roberto Álamo, siempre al borde de quebrarse en escena, aporta ese plus de gravedad, acentuada por unos diálogos literarios que parecieran impregnarse de la prosa moralista de Steven Knight. Pero así, sin embargo, solo se visibilizan las taras de una ficción cuya composición de personajes tiene menos profundidad de la que aparenta.
Estos motivos hacen del capítulo inaugural la peor credencial posible para Caronte, construido desde la afectación y marcado por una persistencia pueril en martirizar a su personaje principal con sucesivas justificaciones dramáticas que se anulan unas a otras y distancian del centro de la diégesis. Ante tanta impostura, la entrada en escena a partir del segundo episodio de Miriam Giovanelli, con un registro más liviano que el de su compañero, permite un encauzamiento progresivo hacia terrenos menos ambiciosos pero algo más agradecidos.
¿Costeada o de oficio?
Hay atenuantes que impiden sentenciar a este producto de forma definitiva. A saber: una galería de secundarios que bucea más allá de las primeras páginas de las agencias de representación de intérpretes; o su empeño por localizar más allá del centro de Madrid y patear los barrios, mudándose a territorios más cercanos al lumpemproletariado. De hecho, Caronte tiene en la recreación de los procesos judiciales y en la traslación del lenguaje específico uno de sus puntos de mayor interés. Ahora bien, su dilatada duración se hace difícilmente asequible para sus aspiraciones.
Los 70 minutos promedio por episodio denotan su arraigo dentro del mercado de televisión en abierto, para su consumo con periodicidad semanal. Algo que, de nuevo, no debiera ser motivo para dudar de los méritos de esta u otra ficción, pero que hace de su salto en primicia al pago, como un Amazon Exclusive (y, recordemos, sin fecha estimada para su lanzamiento en Telecinco) una cuestión de confianza. Así como podemos considerar la solemnidad autoimpuesta un vano intento por encajar en esta cuestionable época de Prestige TV, ¿no es esta estrategia de lanzamiento otro intento por fingir ser lo que no es, ni necesita ser? ¿No es una coartada con la que esconder cierto sentimiento de culpa, o al menos de inferioridad?
“Si no puede costearse un abogado, se le asignará uno de oficio”, acostumbran a decir los agentes del orden cuando esposan a un sospechoso en cualquier historieta policíaca que hayamos podido ver. Uno no debiera pensar que ese oficio sea insuficiente. No debiéramos pensar que una ficción en abierto, por el hecho de serlo, fuera a serlo también.