CRÍTICA
'Inés del alma mía': embarcarse en una aventura también es “cosa de” mujeres
“A los hombres no les gustan las mujeres como tú, con esa mirada rebelde y desafiante”. En otras palabras, con esa “mirada” que no es espera ni debe pertenecer a una mujer, en este caso, con los ojos de Elena Rivera. Ella es la protagonista de Inés del Alma Mía, la serie que adapta la novela homónima de Isabel Allende y que ha sido producida a seis manos entre RTVE, Boomerang TV y Chilevisión. Esta historia de épica, conquistas, codicia y amor llega este viernes a Amazon Prime Video, antes de su lanzamiento en abierto el próximo otoño. La historia de una mujer adelantada a su tiempo que no titubeó en embarcarse al Nuevo Mundo en pleno siglo XVI.
El proyecto consta de ocho episodios que han contado con 8 millones de euros de presupuesto, cuantía que queda patente, desde su primer capítulo, por la cantidad de localizaciones (a uno y otro lado del charco), su equipo humano movilizado y una factura que hace justicia a la epopeya narrada. Más cuando apuesta por recrearse en el vacío y hastío que dejan las batallas sin prisa, los planos cortos y su poso para captar lo que se respira en semejantes ambientes; que cuando opta por distraerse con cámaras lentas como ocurre en su introducción. Una escena que bien sirve, eso sí, para dejar constancia de quien es la líder de la producción, la conquista y la crónica narrada: Inés de Suárez.
Sabiendo desde el inicio que es ella quien pedirá a sus hombres pelear hasta morir y, si hace falta, morir combatiendo, la serie no tiembla al incluir saltos temporales y permitirnos profundizar en este personaje que, diez años antes, vivía en Plasencia bajo la tutela de su abuelo. Un hombre conservador y autoritario que en la piel y voz de Juan Fernández impone e infunde ese tono de control, dominancia y poder sobre ella y su hermana Asunción (Andrea Trepat). No en vano es él quien decide que la segunda se case con el hijo del herrero y la primera se quede con él para cuidarle. Una imposición que en nada convence a Inés y que poco tarda en desobedecer. Aunque habría que preguntarse si defender nuestra libertad es realmente un acto de desobeciencia o más bien de amor propio. De optar a lo que merecemos. Quizás si obedecer nos lleva a lo contrario, el pecado quien lo comete es quien ordena y no el que acata -hasta aquí la digresión-.
Entre medias, la joven conoce a Juan de Málaga (Carlos Serrano), que enseguida se interesa por ella. Curiosamente, más allá de sus intenciones sexuales y ¿amorosas? es él quien concede a Inés la mayor herramienta para conseguir su ansiada libertad: aprender a leer. “No sabes ni leer, te engañarán”, le advierte antes su abuelo en impertinente tono paternalista, dejando claro que no haberle enseñado ha sido una opresión consciente. Así, libro en mano y encuentro sexual mediante, escapa con él a Sevilla, donde se casan. Más adelante, convencido por la falsa promesa de oro en el Nuevo Mundo, él parte para obtener riquezas dejando a Inés sola. Más de un año después sin recibir noticias, el personaje de Rivera parte en su busca. Sin suerte.
Embarcarse en una aventura también es “cosa de” mujeres
Acostumbrados a que las historias de aventuras las lideren hombres, dado que era a quienes se permitían tales hazañas, los capaces de gestarlas, de sobrevivir, de vencer, invadir, dominar y, simplemente, experimentar la adrenalina de embarcarse en ellas; aquí es Inés quien emprende la suya. Y sí, en un primer momento es en busca de su amor, que en realidad le servirá para encontrar uno nuevo, el de Pedro de Valdivia (Eduardo Noriega), con el que partirá a tomar Chile.
Uno de los grandes aciertos de la serie es infundir de pasión las relaciones entre sus personajes, creando un cauce que funciona para entender las motivaciones que les mueven -que no es otra cosa que la pasión que despierta el ansia de riqueza-, incluso por encima de la religión. “Aquí Dios soy yo”, explica quien conduce a Inés de Cartagena de Indias en un eterno viaje a Cuzco. Porque si algo queda en evidencia es la arrogancia del hombre para autoerigirse por encima de toda creencia, ley y humanidad. “Los indios no son seres humanos”, expone justificando que los trate como esclavos, viole y asesine sin miramientos.
Esta arrogancia y prepotencia es la que le lleva a preguntarle a la protagonista: “¿Acaso pensabais que el nuevo mundo era mejor que el viejo?”. Porque así fuimos y así se asumió una supremacía digna de identificar a quienes llevaban siglos viviendo en unas tierras, que lo suyo era un mundo “nuevo”. Y, porque sí, debía acabar siendo “nuestro”. Una idea que se torna en obsesión enfermiza y cegadora, capaz de hacer correr ríos de ridícula crueldad y sangre. Inés del alma mía une esta obcecación con lo material con la de la carne, siendo la de la mujer concebida igualmente como ese objeto a poseer, acumular, usar y tirar. Así se ve en cómo la presencia de compañeras en la ruta se limita a permitir a los “conquistadores” violarlas a su antojo cuando se tercie. Algo que igualmente intentan con Inés, porque la penetración a la fuerza es uno de los máximos exponentes de dominación para la masculinidad tóxica, como la forma de sí o sí demostrar que se está por encima -literalmente-. Es motivo de celebración, eso sí, que la ficción no utiliza tal aberración para, en su retrato y mirada, cosificar el cuerpo de la víctima.
Otra clave de Inés del Alma Mía es su montaje, al utilizarlo en paralelo para exponer las contradicciones propias de esta época. Ocurre en una de las primeras escenas, en las que vemos cómo, mientras la joven experimenta por primera vez el sexo, su abuelo está rezando y azotándose con un látigo postrado ante Dios y, a su vez, asistimos a los prehistóricos discursos del sacerdote que recuerda a todas las asistentes que aquellas que no cumplan con su voto de castidad merecen todo el mal del mundo. “Has estado fornicando como una ramera”, será lo que tenga que escuchar después, castigada por su actitud “impura”. ¡Qué osadía!
Pese a los 60 minutos de los episodios, que ahora es ya más bien una excepción de minutaje que la regla, la serie arranca con ritmo y presentando principalmente a su protagonista, sobre la que deja ganas de conocer cómo consiguió ir labrándose su camino para que los alistados a tomar el Nuevo Mundo se postren ante ella considerándola su líder. Esta sí que es una gesta, como bien supo captar Isabel Allende convirtiéndola en su “extraordinaria” protagonista, en todas sus aristas.