Lo mejor de 'La amiga estupenda' no es el texto de Elena Ferrante, sino todo lo demás
El polvo parece haberse quedado en suspensión tras los bombardeos en el distrito de Luzzatti, uno de los más periféricos y míseros de Nápoles. El gris lo inunda todo. Los edificios de cemento de cinco plantas se funden con las aceras, con un barro de color plomizo que tiñe las suelas de los zapatos y con los ánimos de la posguerra (años 50). En mitad del sucio caos, dos niñas medirán sus fuerzas en una amistad poco inocente pero llena de verdad.
Los dos primeros episodios de La amiga estupenda, la adaptación de la famosa saga de Elena Ferrante, acaban de ver la luz en HBO. Aunque llega precedida por el nada desdeñable patrocinio de la plataforma de streaming, cinco productoras italianas son las responsables de uno de los títulos más esperados de finales de año. No solo deben cumplir con las expectativas de los 30 millones de lectores que tiene Ferrante en todo el mundo, sino con las de la propia autora: el miembro más exigente del público.
El director Saverio Costanzo ha filmado durante once meses bajo la supervisión en diferido de Ferrante. “Ha sido como trabajar con un fantasma, literalmente: empecé a soñar con ella y era un ente sin cara, una voz, una voz demandante, exigente, tanto por mail a través de su editor como en los mismísimos sueños”, contó el responsable a Mujer Hoy en una visita al rodaje. Aunque sea anónima, la escritora ha querido ser la figura de referencia en la adaptación y dar el visto bueno a todas y cada una de las frases del guion.
El resultado es fiel, pero lento. Poco cinematográfico. Se nota que Ferrante firma los diálogos de Lènu y Lila, las dos protagonistas de la tetralogía napolitana, como ya lo hizo sobre el papel, y menosprecia en cierta forma el magno poder de la imagen. Al menos el resto, donde ella no ha podido ejercer control, es absolutamente brillante.
Los que hayan leído La amiga estupenda sentirán que pasean por el subconsciente del gran misterio literario de esta década. Los que no, presenciarán una postal del Nápoles de los años 50 en movimiento. Triste, desgastada y viva. Resulta imposible destacar antes la labor del equipo de cásting que la del de dirección artística o la de vestuario, porque todos se acoplan con la precisión del mecanismo de un reloj sobre la pantalla.
El director de arte estuvo una semana entera merendando con vecinos de Luzzatti y merodeando por sus álbumes familiares. Quiso que cada olla, Vespa, pupitre y vía de tren fuesen reales, rescatándolos de mercadillos de segunda mano. La réplica es tan exacta, que asegura que uno de estos ancianos rompió a llorar según puso un pie en el plató. Lo mismo ocurre con el vestuario, consistente en piezas de 50 años para los extras y en confecciones sobre telas antiguas para los protagonistas. Pero, sin duda, la magia se obra con el reparto.
El cásting estupendo
Elisa Del Genio interpreta a la primera Elena Greco (habrá cuatro distintas según vayan creciendo), la narradora de la historia. Rubia, dulce y brillante, Lénu sufre un contradictorio picotazo de celos y admiración cuando Rafaella Cerullo la reemplaza como mejor alumna de la clase. Esta otra, a partir de ahora referida como Lila, toma vida en el pequeño cuerpo de Ludovica Nasti, un torbellino capaz de poner a temblar al espectador con unos ojos encendidos como dos aceitunas brillantes.
Lénu y Lila pasarán de ser enemigas íntimas a mejores amigas -y viceversa- por las ansias de liderazgo de la segunda y la nociva atracción que ejerce sobre su colega. Los dos primeros episodios sirven para situar el contexto de las dos niñas en una Italia machista y clasista poco dispuesta a permitir que vivan de su inteligencia y de sus sobresalientes aptitudes.
Son vecinas de bloques enfrentados, por lo que ambas pertenecen a familias de clase social baja que subsisten como pueden con demasiadas bocas que alimentar para tan poco puchero. Sin embargo, pronto se verán las diferencias entre una y otra.
A Lènu, la mayor de sus hermanos, le correspondería quedarse en casa a ayudar a su madre con las tareas en lugar de pasar al bachillerato elemental. Aunque luchará por el apoyo de su progenitora sin resultado, cuenta con el de su padre, al fin y al cabo el que tiene la última palabra. Pero en casa de Lila la opción de los estudios superiores ni se contempla y, cuando ella los pelea con fiereza, corre el riesgo de que la tiren por la ventana (literalmente). Es la única mujer y su padre no está dispuesto a que tenga el privilegio que no tuvieron él ni sus primogénitos.
Estos hechos, que en principio parecen incapaces de filtrarse por las grietas de la inocencia, irán moldeando las personalidades de las niñas y escribiendo su futuro con tipografías desiguales. Lila es fría y dura, llena de una ambición sin frustrar y, consciente de la “fortuna” de Lènu, capaz de convertir las travesuras más cándidas en zancadillas contra ella.
Los episodios titulados Muñecas y Dinero (son ocho en total) dan pistas de lo rápido que evolucionan las prioridades de estas pequeñas. En ambos, Lila es la que camina por el filo de la navaja, arrastra a su amiga y no duda en darle un empujón al vacío si es preciso. La primera escena invita a pensar que esta enemistad amigable perdura hasta que son mayores, concretamente cuando alcanzan los 60 años y Lénu decide “vengarse” novelando la vida de Lila.
“Te prometí que nunca lo haría, pero ahora estoy muy enfadada, así que escribo toda tu historia. No solo lo que he visto, sino también lo que sé y lo que me has contado tú. Esta vez yo también llegaré hasta el fondo. Ya veremos quién gana”, teclea la mujer en su portátil. Por el momento, la que gana es La amiga estupenda, la energía de las niñas que una vez fueron y que iluminan todo a su alrededor, hasta el Nápoles más grisáceo.