CRÍTICA
La arriesgada apuesta de Amazon para mostrar el sacrificio de Carolina Marín
Hay formatos en los que parece difícil ver una evolución, una apuesta arriesgada o algún tipo de novedad. Un buen ejemplo podrían ser las docuseries sobre deportistas que tan de moda se han puesto, y que obviamente se dedican a mostrar sus vidas introduciéndose más o menos en su parte privada. Sin embargo, puede haber excepciones, y Carolina Marín: puedo porque pienso que puedo es una de ellas.
Amazon Prime Video estrena este viernes 9 de octubre su nuevo documental de cuatro entregas producido por Buendía Estudios que sigue la vida y carrera de la campeona mundial y olímpica de bádminton, y que ha logrado que este deporte que es un fenómeno en Asia se convierta también en un motivo de orgullo en España por sus logros.
Y para plasmarlo, sus directores y guionistas Jorge Laplace y Anaís Berdié han hecho una apuesta arriesgada basando la producción en una dualidad bueno-malo que, aunque al principio puede parecer que se está señalando al entrenador de la deportista, Fernando Rivas, al final todo se endereza mediante una charla catártica entre los dos protagonistas.
Dos protagonistas... ¿El malo y la sufrida?
Porque sí, aunque suene raro, este documental sobre Carolina Marín tiene dos protagonistas: la propia deportista, y su entrenador. Un binomio que se alarga ya 12 años, y que comenzó cuando la jugadora de bádminton tenía apenas 14 años y se trasladó a Madrid. Un binomio que, como ella misma dice nada más empezar la primera entrega, le ha supuesto muchas “broncas” y enfrentamientos fuertes.
Carolina Marín: puedo porque pienso que puedo muestra una historia de sacrificio. Enseña lo que hay detrás del éxito deportivo y la fama en medio mundo (demostrando el fenómeno que la deportista es en Asia), que se resume en una frase de su entrenador: “Carolina y deportistas como ella no tienen tiempo para tener una vida ordinaria”.
Lo hace con una narrativa nada habitual en este género y que sin duda arriesga, como hemos dicho, que parece presentar a Fernando Rivas como un controlador. “No puedo tomar decisiones, no tengo esa libertad”, dice Carolina Marín. Una de sus amigas añade que “ella tiene que pedir permiso”, otra se sorprende de que le haya permitido ir a la boda de su mejor amigo, y hasta su familia le pregunta si su entrenador le dejará acudir a un bautizo.
La grave lesión no aminora la exigencia total
Narrativamente es la apuesta más destacada, aunque la docuserie tiene una “trama” (llamémosla así, puesto que es tristemente real) que gira en torno a la grave lesión que Carolina Marín sufrió en la rodilla, y que trastocó sus planes para los Juegos Olímpicos 2020. La acompaña en su recuperación y, como es habitual en este tipo de producciones, muestran la increíble decisión, espíritu competitivo y gen ganador de la deportista, con testimonios halagadores sobre su carácter de Rafa Nadal o una de sus grandes rivales, la india Saina Nehwal, contra la que precisamente se lesionó.
Pero incluso en esos momentos, la exigencia y el control total de su entrenador aparece. Una exigencia admitida y valorada por la deportista, a pesar de lo cual vuelve a resaltarse cómo tras su operación ella esperaba descansar pero Fernando Rivas la ordenó empezar a entrenar apenas cinco días después. Claro que gracias a eso y al tratemiento intensivo y doloroso, a los dos meses y medio ya va sin muletas, y a los cinco meses vuelve a entrenar.
La producción logra que el espectador empatice con la deportista y su poca posibilidad casi “de vivir”, y escucha cómo su propia madre recuerda que Carolina Marín decidió romper el contacto con muchos de sus amigos porque no entendían ni respetaban que tenía que cuidarse hasta el extremo. Y cuando ella disfruta de dos días libres por la boda de su mejor amigo, y vuelve a entrenarse con un nivel que su entrenador no tolera, ve cómo incluso la psicóloga deportiva de la jugadora de bádminton intenta mediar entre ella y Rivas para poner paz, pero él se mantiene firme: “A mí me molesta la falta de honestidad. Está siendo inconsciente”, dice, y asegura que si no lo solucionan, tendrán que “divorciarse”.
En el máximo nivel de tensión, todo cambia gracias a una charla catártica que ambos tienen con las cámaras de testigo. Y que si no es totalmente real, al menos lo parece. Una conversación que sirve para alcanzar un punto de confluencia e iguala a los dos protagonistas. El hasta ahora “malo” Fernando Rivas le explica a la hasta ahora “sufrida” Carolina Marín que “si te conviertes en una persona normal, dejas de hacer cosas extraordinarias”. Y tras haberse puesto como objetivo ser la mejor jugadora de la historia del bádminton, no se lo puede permitir. “Yo no tengo ninguna intención de controlar tu vida personal, pero mi trabajo es hacerte reflexionar sobre lo que tu ocio te puede costar. Y no lo quieres ver”, le dice Rivas. Y Carolina Marín, tras reconocer que cuando están en buena sintonía logran todo lo que quieren, rompe a llorar y toma conciencia de ello. No hay “malo” ni “buena”, sino un equipo aunque sea un deporte individual.
Sacrificar la adolescencia para alcanzar los sueños
Solucionada la presentación de sus dos protagonistas, de esa atractiva y arriesgada forma que hemos explicado, el documental sigue adelante narrando los esfuerzos y dificultades de Carolina Marín para volver a ser la mejor del mundo. Una carrera que obligatoriamente debe ser a sprint por la proximidad de los JJOO (finalmente pospuestos por el coronavirus) y que le hace vivir malos momentos y nuevas tensiones con su entrenador, pero también alegrías y satisfacción por el trabajo bien hecho, como el propio Fernando Rivas le demuestra tanto a ella en privado como al hablar delante de las cámaras.
Precisamente por ese entorno, por esa concentración y por máxima exigencia en su día a día, de una deportista que reconoce que “a los amigos los cuento con los dedos de una mano y me sobran. Tengo muy pocos”, y que acepta igualmente que “me he perdido muchas cosas, yo lo sé. Pero creo que ha merecido la pena, me han venido todas las recompensas que yo de pequeña soñaba”, sorprende que esta obra documental haya logrado tener un acceso tan cercano y total a su recuperación y preparación.
Así se logra un documental que muestra en primera persona la dureza de ganarlo todo y de ser la mejor, y que comparte el sacrificio y la pérdida de infancia y adolescencia de Carolina Marín para alcanzar su gran objetivo, que ella misma se puso cuando era una niña: “Quiero ser la mejor en todo”.