'El club de la lucha animal', una salvajada no apta para pieles sensibles
Durante años, una de las coletillas más recurrentes que podían oír de alguien a quien preguntaran por sus gustos televisivos era citar “Los documentales de La 2” como su alimento catódico principal. Era una alternativa segura, divulgativa, incluso elegante, frente a las asaduras que se estilaban en las cadenas privadas a ciertas horas de la tarde. También habría quien loaría sus cualidades ansiolíticas: los planos contemplativos y las voces profundas tenían una capacidad sedante en el espectador, que tras cierto tiempo podía empezar a entrar en un estado apacible perfecto para sobrellevar la digestión.
Si los documentales de La 2 fueran como El club de la lucha animal, una de las producciones originales que pueblan desde hace años la parrilla de Nat Geo Wild, el resultado sería bien distinto. Quizás, las tribulaciones a voz en grito del tertuliano de turno nos parecerían más soportables para la vista y los oídos. Nuestros estómagos sufrirían menos mientras hacen su trabajo y no tendríamos desagradables fugas de jugos gástricos hacia nuestro esófago viendo sus imágenes. Y en caso de pudiera uno conciliar el sueño, las ovejas que acabarían tomando el control acabarían tiñendo sus lanas de sangre oscura.
Los terrenos más violentos y desagradables que los documentales comunes que encontramos en manada en televisión solo pisan con sumo cuidado, este formato que puede verse en el canal de National Geographic los pisotea y revuelve sin contemplaciones, para sus protagonistas salvajes como para los más o menos domesticados televidentes.
Las reglas del 'Club de la lucha animal'
La referencia del título es ineludible e inevitable. Creado en 2013, El club de la lucha animal remite al archiconocido Club de la lucha, película de David Fincher que adaptaba la novela homónima de Chuck Palahniuk. Estábamos ante un retrato satírico de la masculinidad que requiere de la violencia para solventar sus problemas o los cambios con los que les amenaza la sociedad civilizada de la que forman parte. Dado que la idea de la civilización queda ajena a los animales, las soluciones instintivas son las que priman a la hora de dirimir conflictos, de la búsqueda de alimento, el cortejo y apareamiento o la supervivencia.
No hay ironía en la mirada de la cámara de National Geographic, pues: simple y llanamente, estamos ante estallidos de agresividad despiadada entre especies. Es decir, las peleas libradas entre iguales, sin censura. Un recorrido por el globo para encontrar y mostrar el lado más salvaje y menos idílico de la madre naturaleza, individualizado en animales reconvertidos en guerreros despiadados, cuyas gestas y batallas son recopiladas con un sentido del espectáculo pero sin perder de vista el componente divulgativo inherente a esta clase de productos. “El club de la lucha animal eleva a Nat Geo Wild a unos nuevos niveles de emoción rebosantes de testoterona”, afirman en la web del programa, consolidando esa asociación de ideas que iguala a las bestias con Tyler Durden.
El aviso al comienzo de cada entrega nos avisa de que el contenido no es apto para todos los públicos: solo los mayores de 12 años tienen entrada libre para estos combates no aptos para estómagos delicados. Por supuesto, la sangre forma parte inevitable de los documentales de naturaleza, pero a diferencia de otras versiones más academicistas, El club de la lucha animal hurga allá donde hay sangre y víscera, incluso canibalismo, sin que haya suavización de ningún tipo en las imágenes.
Rayando en el mondo
Nada de pixelados o desenfoques: quien sintonice con la cadena temática en el momento adecuado podrá saborear con detalle primeros planos de una mantis degustando la cabeza de un abejorro al que acaba de ver en una pelea, recreándose en la destrucción de su oponente como Edward Norton hacía con el rostro de Jared Leto en El club de la lucha cinematográfico; o a un león desfigurado, tras un escaramuza con búfalos en la sábana, ajeno al tambaleo de su globo ocular fuera de su cuenca correspondiente, como si del infausto trozo de pescuezo que le colgaba de Griffin Dunne en Un hombre lobo americano en Londres se tratara. En efecto, el nivel de atención sobre las lesiones que cada especimen sufre con cada descarnado altercado acerca a este programa a los límites de lo gore.
Por momentos, esa deriva sensacionalista nos hace pensar en antecedentes como el cine mondo, aquella variante documental que bajo el falso pretexto de archivar la realidad, recurría a teatralizaciones y con frecuencia a episodios de crueldad y maltrato animal, para impactar al público occidental con las supuestas prácticas que se llevaban a cabo lejos de sus fronteras. Aquí, claro, no hay escenificación de esos conflictos, claro, pero sí se explotan las posibilidades de las narrativas convencionales para apelar a la emotividad y, también, del estómago de la audiencia.
El papel del narrador, Eric Meyers en la versión original británica (Carlos López Benedí y Xadi Mouslemeni han sido algunos de los que han participado en su versión doblada al castellano), es vital para lograr ese objetivo. Muy lejos de la solemnidad de Rafael Taibo al locutar en lengua cervantina a Cousteau, la propuesta en El club de la lucha animal enfatiza el tremendismo en cada sílaba, pero a la vez busca el sarcasmo y la ambigüedad en sus textos. Con frecuencia, se humaniza la jerga con la que se refiere a los protagonistas de cada viñeta, poniendo en juego un humor por momento pícaro, por momentos cruel, aunque sin tener que recaer en lo explícito.
Veamos un ejemplo cristalino en el segundo episodio correspondiente a la primera temporada, Peleas en USA (Rumble in the U.S.A.), cuando toca narrar una pelea entre dos tortugas del desierto macho por una hembra. “Este macho es nuevo en el barrio. Es tan duro como una roca, pero tiene una parte blanda para esta hembra”, comenta mientras el quelonio intenta aparearse con la citada dama.
Añádanle a este lenguaje llano numerosos recursos propios de la televisión comercial, como un uso casi abusivo de los zooms digitales y las repeticiones para remarcar la fiereza de los lances de cada pelea. No hay sutilezas tampoco al diseñar la ambientación sonora: cuando la crudeza se abre paso, también lo hacen sonidos pastosos y líquidos que amplifican el nivel de desagrado y violencia de cada ocasión; la música, obra de Lenny Williams y Chris Biondo, se recrea y juega a alternar instantes más humorísticos (como el de las tortugas antes mencionadas) con atmósferas que potencian el suspense de la escena como si de un filme de terror se tratase.
Una vez superada la aprensión, El club de la lucha animal tiene no poco que ofrecer con un enfoque mucho más vivo que otros de su misma especie. El ritmo es frenético, sin posibilidad para la cabezada.
Pedagogía en la casquería
Así como hay espacio para lo escabroso, también hay espacio en este club para la divulgación. Como si de una instrucción en defensa personal se tratase, el programa profundiza en las técnicas que permiten sobrevivir a todos estos animales captados por todo el globo.
Para ello, el formato recurre a unas técnicas tan impresionantes como las que facilitan las propias imágenes de acción real (nunca mejor dicho): animaciones y recreaciones en 3-D de la fisionomía de los animales, donde se nos detallan el funcionamiento y la utilidad de cada rasgo desarrollado mediante la selección natural para estos seres.
Observemos este ejemplo de un ataque entre dos machos de bisontes americanos: la infografía en este caso concreto, permite conocer de qué manera uno utiliza los 900 kilos de peso en sus embestidas contra las costillas del contrincante: “Sus cuernos de 60 centímetros actúan como bayonetas, los pulmones del joven son 13 veces más grandes que los de un humano, y vulnerables a una estocada”, indica el narrador. Toda una lección magistral que podría visionarse en una clase de biología... Siempre que los alumnos no tengan la piel demasiado fina para soportar esta clase de envites.
También hay que decir que todos estos combates no nos son presentados de manera frívola. Cada uno de estos lances son justificados como imprescindibles e inevitables para que sus protagonistas se mantengan con vida en el reino animal. La mayor parte de estas luchas tienen por objetivo sobrevivir o garantizarse perpetuador de la especie mediante el apareamiento. “Algunos están dispuestos a morir antes que perder su alimento”, nos hace entender el narrador.
Todos los datos que se van aportando resultan fascinantes y, en última instancia, sirven para reverenciar la resiliencia de estos animales. Son seres tan complejos como los humanos. La emotividad vuelve a surgir a colación, esta vez para hacernos partícipe de ese ansía por continuar con vida que impulsa a las bestias.
¿Dónde verlo?
Estrenado en 2013, El club de la lucha animal cuenta con seis temporadas en su haber, con producción de Arrow Media para National Geographic. En España, podemos disfrutar (o sufrir, según cada cual) de la quinta en National Geographic Wild, la marca dedicada a la naturaleza de la compañía, ahora parte de la Disney tras la absorción de 21st Century Fox a cargo de la multinacional del ratón Mickey (cuya voracidad se ha demostrado tan compulsiva como la de muchos de los protagonistas). Igualmente, es accesible a través del paquete de Movistar+.
No son pocas las opciones diseminadas por la parrilla para ver las entregas correspondientes a esa quinta tanda: en estos momentos, se emiten una entrega de lunes a viernes en dos horarios distintos, por la tarde (17:10 horas) y por la noche (23:20 horas); y maratón cada domingo en la sobremesa, entre las 14:00 y las 18:00 horas.