CRÍTICA
'Hit': el sistema educativo está enfermo, tiene cura y necesitaba diagnóstico televisivo
“Estamos dibujando el peor escenario posible para la generación que hoy está en clase”. Ya era hora de que se dijera. Ya era hora de dejar de verter sobre los cerebros de los alumnos el “si te esfuerzas, conseguirás lo que te propongas”, y el aún más vomitivo “si quieres, puedes”. Que el futuro no es el apocalipsis, por supuesto, pero la frustración generada por unas expectativas imposibles, tiene todas las papeletas para convertirlo en un infierno. El responsable de esta visión crítica, mordaz e intrínsecamente polémica es Hugo Ibarra Toledo, HIT, protagonista de la serie de TVE a la que da nombre, y que la cadena pública ha estrenado este lunes, tras su paso por el Festival de Málaga y el FesTVal de Vitoria.
Una ficción, creada por Joaquín Oristrell, que ha decidido bajar a los fondos del sistema educativo, ofreciendo una visión nada complaciente ni tampoco tremendista, pero sí vinculada estrechamente con la realidad de los centros escolares de nuestro país. Una apuesta que no tendría que ser valiente, pero lo es, y a la que no le tiembla el pulso a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Daniel Grao es quien encarna -sobresaliente- al atípico maestro, y del que lo primero que descubrimos es que es alcohólico. Lo siguiente, su capacidad para dar charlas de motivación a lo TED Talks que revuelve a los profesores que le escuchan desde la sala. “Banca corrupta, una clase política que no está a la altura, el crecimiento de la ultraderecha. Tenemos yihadismo, terrorismo, nacionalismos. Estamos bien entretenidos en todos los 'ismos'”, expone para señalar el “futuro de mierda” que le espera a sus estudiantes.
Como era de esperar, sus palabras levantan ampollas. Molestan. Sin embargo, no son arrojadas en un saco vacío. Aunque para él sea un discurso superventas y le permita estar ganando dinero con el libro que ha escrito sobre él, es algo que defiende a ultranza y que decide poner en práctica en el colegio Anne Frank. Una escuela con alumnos a los que profesores y familias han perdido por perdidos y se limitan a esperar poder “quitárselos del medio”. El profesor sacude este conformismo, identifica el vandalismo como enfermedad y se dispone a entregarse para “curarlo”.
Igual este no sea el mejor contexto para plantearse cómo cambiarían determinados problemas si los identificáramos con enfermedades y le pusiéramos remedios como tal. Con palabras como antibióticos, reflexiones como terapias, entendimiento como escayolas y acción como rehabilitación- ¿se imaginan un Congreso reconociendo que está infectado de ambición, egoísmo e incompetencia?-. A Hit le valen para ir al grano de la cuestión e implicarse en el grupo de chavales problemáticos. No en vano, sostiene que los profesores son su “arma” y “última oportunidad” para que lo que venga sí merezca la pena.
Problemas como infecciones y soluciones... ¿a medida?
El primer capítulo de la serie sirve para establecer cimientos. Se dan pinceladas de los temas que se van a abordar a través de sus adolescentes “infectados”: pornografía, drogas, adicciones, soledad en tiempo de redes sociales, miedos. Todos ellos vertebrarán los nueve episodios de 60 minutos aun pendientes de emisión. Por lo pronto, la ficción ha conseguido plantar la semilla de la curiosidad por educación emocional que ofreces este maestro, que también es irónico, arrogante y desafiante.
El piloto contiene un ritmo que se corresponde con el de la vida, donde todo pasa cada vez más deprisa. Una velocidad que muchas veces nos imposibilita darnos cuenta de cómo hemos llegado a determinadas situaciones; pero de las que igualmente formamos parte. Aquí: un sistema educativo que no está a la altura, porque no puede estarlo. Y no es que Hit sea una bomba atómica contra gobernantes, directivos y demás implicados en la educación, lo que hace es poner el foco en aquello que normalmente se deja pasar, o ante lo que se mira hacia otro lado.
Profesores maltratados, puestos en duda y ninguneados
Esta es una serie sin buenos ni malos, en la que a nadie se libra de tomar partida ni responsabilidad, y que se toma muy en serio y con respeto a profesores y alumnos. Hablemos del maltrato, de la puesta en duda, del ninguneo, del chantaje, de las bajas por ansiedad, depresiones, agresiones incluso y persecuciones en redes sociales a las que son sometidos los primeros. Y hablemos de cómo los segundos, cuando caen en pozos, no lo hacen por falta de inteligencia, sino muchas veces por falta de medios. O quizás demasiados si consideramos los móviles como armas de destrucción masiva y dispersión.
La siguiente entrega abordará con más profundidad el papel de los padres, pero todo invita a pensar que serán tomados como una pieza más de este puzzle en el que tanto cuesta encajar. Hit no criminaliza a ninguna de las partes -y eso que unos son responsable de quemar coches en el parking del colegio-, no quiere convertir la serie en un patio del recreo, sino en un lugar que reivindique que hay mucho por hacer, que hay que tener ganas y el por qué.
Aventurarse a augurarle un futuro próspero en la televisión en abierto es algo complicado, pero sí es motivo de celebración que la cadena pública haya decidido incluirla en su parrilla. Desde luego, cuesta no imaginar que al menos pudiera tener una segunda vida en plataformas ávidas de contenido “juvenil”. Esta no es tampoco una serie adolescente al uso reciente, aquí el objetivo no es entretener con fiestas y polvos, sino generar preguntas que atañen a nuestros ombligos. Ahora que los colegios parecen avocados a convertirse en focos de contagio coronavírico, conviene no olvidar que cuando la pandemia pase -y durante- siguen siendo el germen de nuestro futuro.