CRÍTICA
'Diarios de la cuarentena', una serie llena de buenas intenciones pero tan inapetente como nuestra realidad

'Diarios de la cuarentena'

Paula Hergar

TVE estrena hoy Diarios de la cuarentena una serie hecha a contrarreloj, con las actores casi atropellando a los guionistas para interpretar y sacarlo todo ya. Porque esta ficción salía ahora o no tenía sentido.

De hecho, la idea llevada a cabo por la cadena pública junto con Proamagna y Morena Films podría erigirse como esa luz al final del túnel para muchos profesionales del sector que han visto paralizados todos sus rodajes a la espera de “la vuelta a la normalidad”. (También ha hecho algo parecido TV3 con Jo també em quedo a casa)

Pero ya se sabe cómo son los artistas para los que el confinamiento supone liberar aún más su creatividad y gracias a iniciativas como esta pueden hacer realidad todo lo que su imaginación está maquinando.

Por todo ello, Diarios de la cuarentena no es una serie cualquiera: es una apuesta por innovar en tiempos de encierro, por entretenernos en momentos de incertidumbre, un golpe en la mesa de los “titiriteros” que no quieren dejar de trabajar y un reflejo de nuestra sociedad que, cuando pase el tiempo recordará a través de ella lo que fuimos e hicimos durante una de las épocas más extrañas que hemos compartido.

Eso sí, otra cosa es el contenido. Quizá, su mayor escollo.

Lo mejor de la serie

Más allá de agradecer que nuestra cadena pública se haya puesto las pilas para entretenernos con una ficción que no deja de ser un guiño a nuestra realidad, la apuesta tiene otros atractivos.

Meternos en las casas reales de los actores es uno de ellos. Sin este confinamiento nunca hubiéramos imaginado cómo es el salón de Juan Margallo y Petra Martínez o Adrià Collado. Tampoco pensamos en ver la cocina de Carlos Bardem y Cecilia Gessa y mucho menos el baño de Montse Pla y Víctor Clavijo. Tampoco el balcón de Fele Martínez y Mónica Regueiro, ni el estudio de Fernando Colomo, entre otros. Y, en cambio, ahora son ellos mismos los que nos invitan a entrar.

Es más, dejan que nos movamos por sus hogares como si fuéramos uno más para darnos cuenta que no somos tan diferentes: que también se arreglan solo la parte de arriba y por debajo siguen en pijama, que tampoco saben en qué día viven, que en las videollamadas entre amigos surgen los mejores inventos, que también se desquician, hacen retos y aplauden mientras radiografían a la comunidad.

Todos ellos nos regalan un trozo de su intimidad para susurrarnos, entre líneas, que no estamos solos. Y ofrecer esa compañía, es otro de los aciertos.

Lo que aún puede mejorar

“Al igual que todos vosotros, quienes hemos participado en esta serie lo hemos hecho sin salir de casa. Queremos dedicarla a todos los profesionales que trabajan cada día por nosotros” dice la ficción al arrancar el capítulo. Un mensaje que podría sonar a disculpa por la calidad técnica que, sin embargo, es tan buena como muchas comedias de antes del confinamiento.

Lo que sí deja con sabor a “mejorable” son las historias. Porque los actores se convierten en personajes de sí mismos pero en una situación tan inapetente que los convierte en lo mismo. De hecho, podría acabar siendo hasta tan claustrofóbica como nuestra realidad.

A excepción de la trama de Víctor Clavijo, encerrado con una amante fugaz, que consigue interesar por su continuidad el resto son una sucesión de escenas cotidianas que no despiertan la adicción por acompañarlos.

Tampoco hay variedad en los perfiles de los personajes que, más allá de mostrarnos parejas heterosexuales conviviendo (y discutiendo) juntas u hombres solos, no reconocemos a nuestra diversa sociedad. ¿Dónde están las parejas homosexuales?, ¿y las mujeres que también viven solas?, ¿y los amigos que comparten piso?, ¿y los solteros con hijos?, ¿y abuelos solos?...

Por lo que el reto más grande de Diarios de la cuarentena es reflejar nuestra monótona realidad sin convertirse en ella. Aún así, como sitcom hecha a sí misma, como ficción de emergencia, se merece un aplauso, y ya después podrá ir sacando brillo a sus buenas intenciones.

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