Ironía y sangre a borbotones en Drácula, la nueva versión del vampiro donde Van Helsing es una monja
¿Por qué los crucifijos asustan al Conde Drácula? ¿Qué pasa si le da la luz del sol directamente? ¿Dónde están los ajos? ¿Por qué está empeñado en hacer el mal? ¿Es necesario que haya tantas moscas? ¿De verdad no se refleja en los espejos? ¿Qué sabemos en realidad del rey de los vampiros? Hay muchas leyendas y pocas certezas.
Estas son solo algunas de las preguntas que plantea Drácula, la nueva serie de Netflix y BBC compuesta por tres capítulos de 90 minutos de duración y basada en la historia original del vampiro más famoso de la historia. Sus creadores son Steven Moffat y Mark Gatiss, los mismos que recuperaron a Sherlock Holmes para ponerlo a investigar con un smartphone en la mano.
Pero Moffat y Gatiss no han calcado su propia fórmula. Los tres capítulos de Drácula también son tres saltos temporales que abarcan medio siglo. Su trama se basa, en un principio, en el relato original de Bram Stoker publicado en 1897, con un Conde Drácula (Claes Bang) que necesita a un abogado para que gestione sus temas inmobiliarios en Inglaterra y, de paso, le ayude con un tratamiento de belleza anti-edad.
Jonathan Harker (John Heffernan) es el letrado que acude al castillo del cliente en Transilvania para resolver el papeleo. Su intención es llegar, hacer el trabajo y regresar a su casa para casarse con su prometida Mina (Morfydd Clark). Como se presiente desde el primer minuto, la cosa se complica. Los planes del abogado se van al garete y empieza la fiesta del terror.
Batallas verbales y atracción
Los diálogos de Drácula son uno de sus principales atractivos. Cargados de ironía y sarcasmo, dan un nuevo carisma a unos personajes clásicos, en especial al vampiro y a su némesis, que en esta ocasión no se llama Abraham sino Agatha (Dolly Wells) Van Helsing. Tampoco es doctor sino monja, y ya se perfila como uno de los personajes preferidos del 2020 según la crítica británica y los usuarios de Twitter (habrá quien se fíe más de uno o de otro, pero en esta ocasión parecen coincidir).
La nueva versión de Van Helsing no es una novicia cualquiera, claro. Poco (o nada) creyente en Dios -una de sus ya célebres respuestas es “como cualquier mujer de mi edad estoy atrapada en un matrimonio sin amor, manteniendo las apariencias para tener un techo sobre mi cabeza”- está especializada en el tema de los vampiros. Cuando Harker recala en su convento aprovecha para conseguir toda la información posible acerca del Conde, su obsesión. El abogado es el enlace entre ambos.
La figura de la monja con un carácter impropio de su condición es un gancho efectivo y más que usado en la ficción. Véanse ejemplos como las novicias psicodélicas de Entre tinieblas, la congregación de monjas-comadronas de Call the Midwife o la sardónica hermana Michel de Derry Girls. Todas aplaudidas por el público porque la rebeldía siempre es atractiva. Y un ejército de monjas armadas con estacas de madera no tiene desperdicio.
Esa fascinación por las religiosas contestarias hizo que un personaje con una presencia mínima en la novela de Stoker se convirtiese en principal. En el libro, la hermana Ágata solo atiende a Harker cuando recala en su convento, pero en la mente de los creadores dio pie a la idea de una monja atea. De ahí desarrollaron al personaje que acabaría tomando el rol de Van Helsing con hábito.
Según declaró Steven Moffat a Newsweek, mientras escribían las escenas pensaron: “esta es Van Helsing. No necesitamos a nadie más, solo a la monja. Las monjas están más o menos vestidas con un traje de superhéroe para luchar contra vampiros ¿no es así? ¡¿Por qué Bram no pensó en eso?!”.
El cambio de género del personaje también les permitió provocar una tensión sexual entre los protagonistas que no se encuentra en la novela. Aunque también podría haberse dado sin esa modificación, porque tanto en el libro como en la serie se sugiere la bisexualidad de Drácula.
Stoker publicó la novela en plena época victoriana, un tiempo marcado por un rígido puritanismo que hizo del sexo un tema tabú. Las relaciones homosexuales eran, por supuesto, una perversión inaceptable. Teniendo en cuenta que el vampiro es una encarnación del mal en la tierra, su inclinación por ambos sexos encaja bastante bien en su personalidad depravada según el pensamiento de aquellos tiempos.
Las propias tendencias sexuales del escritor se han analizado con detalle a lo largo de la historia, principalmente por ese trasfondo homoerótico apreciable en la novela. Aunque se casó con Florence Balcombe y tuvo un hijo con ella, su relación nunca fue demasiado apasionada, al contrario de la que mantuvo por carta con el poeta Walt Whitman. También se le han atribuído idilios con John Irving y Oscar Wilde, que formaban parte de su círculo cercano (de hecho Florence fue primero novia del autor de El retrato de Dorian Gray).
Banquetes de sangre y manicuras fatales
Moffat y Gatiss actualizaron a los personajes al moldear sus personalidades pero mantuvieron los códigos clásicos del género de terror. Al contrario que en algunas versiones modernas del universo vampírico, los protagonistas no son intérpretes bellos y pulcros. Cierto que Drácula mejora con el tiempo y aprende a vestirse según la época en la que se encuentra, pero su atractivo reside en su personalidad.
La tensión de la trama mantiene consigue generar, como poco, inquietud -el miedo ya depende de la persona- y bastante repulsión. Las uñas putrefactas, dentaduras asquerosas, moscas que se meten dentro de los ojos, heridas purulentas y demás encantos vampíricos emergen constantemente de la oscuridad. Y, por supuesto, barra libre de sangre. Tanta que a veces roza la serie B de manera involuntaria.
¿Era necesaria una nueva versión del clásico? un personaje tan potente y un universo tan seductor como el de los vampiros siempre va a despertar nuevos impulsos creativos para darle una vuelta más a la historia. En esta se da respuesta a dudas ya resueltas en la novela y a otras que surgen de la mente de los guionistas para dirigir la historia hacia donde quieren. Pero lo que no consiguen es atar cabos sueltos que Stoker dejó en su escrito: puede que a Moffat y Gatiss se les pasaran o puede que no encontrasen la solución. El único que la sabe es el Conde Drácula y no parece muy buena idea invitarle a pasar.