La primera temporada de Gigantes funcionó como un equipo de fútbol. Abraham Guerrero, su líder, ejerció de entrenador-jugador durante su participación en el encuentro, enseñó a los suyos cuál era el camino más directo a la victoria y no tuvo problemas en bajar a defender, recuperar el balón y lanzar el contraataque para llevarse los tres puntos a casa.
Como los futbolistas más viscerales, su intención nunca fue hacer amigos sobre el césped. Ni entre los suyos ni entre los rivales. Él solo quería ganar de cualquier forma. Y durante muchas temporadas lo consiguió, pero pagando un alto precio por ello.
Sus tres jóvenes pupilos, víctimas de un estilo de juego que no les favorecía en absoluto, desearon su dimisión una y otra vez. Pero Abraham no era de esos, era una estrella. Y como tal, solo colgó las botas obligado por su propio declive.
Una vez fuera de combate, el equipo tuvo dos opciones: reconstruirse y dar un nuevo rumbo a sus vidas o asumir que, en realidad, estaban condenados a jugar para siempre como Abraham les había enseñado. Y esto último hicieron, aunque con las consiguientes fracturas de vestuario.
Los personajes femeninos dan un paso adelante
Daniel (Isak Férriz) y Tomás (Daniel Grao) decidieron seguir jugando a sangre fría, pero cada uno por su lado y con sus propias armas. Su rivalidad fue un aumento hasta que este viernes, cinco meses después de disputarse la primera mitad, ambos retomen lo que dejaron a medias.
Porque Enrique Urbizu, como árbitro que pone orden al juego, pitó el final de la primera parte en el mejor momento, con las espadas en todo lo alto. Y así siguen a la vuelta de vestuarios, porque la segunda temporada de Gigantes no existe como tal, sino que es una continuación pura y dura que retoma la acción en el instante donde la dejó. Y la retoma con un primer capítulo que recoloca las piezas sobre el tablero y un segundo donde todo explota definitivamente. La diferencia es que ahora no solo juegan dos extremos que atacan la banda rival con fiereza, también una serie de jugadoras que, como apuestas de futuro, han sabido esperar su oportunidad para dar un paso adelante en el momento justo.
Sol (Sofía Oria), Carmen (Yolanda Torosio) y Márquez (Elisabet Gelabert) dejaron claro durante los seis primeros episodios que los seis siguientes serían suyos. Que se apoderarían de la posesión y marcarían el ritmo del encuentro. Y así ocurre en los dos primeros. No hasta el punto de eclipsar a los Guerrero -difícil tarea esa-, pero sí de plantarles cara como es debido.
Algo que enriquece la historia y da un respiro a Daniel y Tomás. Dos gallos en ese mismo gallinero que es Madrid. Que es su barrio. Que es su propia existencia. Esa que ambos se juegan desde posiciones contrarias. Daniel como un lobo solitario, magullado e inquebrantable al desaliento que sabe que el infierno no le espera porque ya está en él. Y Tomás como un corrupto cerebral de impoluta presencia que está perdiendo el control de la situación. Y eso hace que actúe en consecuencia.
'Gigantes' sigue funcionando como un engranaje perfecto
Porque la segunda y última temporada de Gigantes es una temporada de decisiones. Nadie se queda quieto. Todo el mundo se mueve. Carmen, la heredera de Abraham Guerrero, no esconde sus intenciones de llevarse a todos por delante. Sol, su madre, la quiere proteger, aunque eso suponga tomar ciertos riesgos. Márquez está tan cerca de los Guerrero y tan obsesionada con ellos que está a punto de quemarse. Y Clemen (Juan Carlos Librado, 'Nene') sigue huyendo sin éxito de la sombra Guerrero. También de sus propios actos del pasado.
Todos estos personajes, junto a los de Daniel y Tomás, se quedarían en nada sin el magnífico trabajo de los actores que los representan, que en esta segunda tanda vuelven a elevar el material de partida -ya alto de por sí- a otro nivel.
Igual que Urbizu, que ha vuelto a mirar al espectador a los ojos y no por encima del hombro para regalarnos una historia cruda y directa, violenta y oscura que te golpea el estómago sin piedad y sin recurrir a artefactos de ningún tipo. Solo a la autenticidad y la coherencia que le caracteriza a él, al guion -firmado también por Miguel Barros y Michel Gaztambide- y a sus personajes, un abanico de “pobres diablos” que se traicionan entre sí dentro de una serie que nunca se traiciona a sí misma. Una serie que vuelve a dejar huella con sus nuevos capítulos. Una serie, en definitiva, hecha por gigantes.