“Girls just wanna have fun...damental rights” [las chicas solo quien tener derechos fundamentales]. Con este juego de palabras, que hace alusión al himno feminista de Cyndi Lauper de los 80, un póster del colegio femenino al que envían como entrenador de baloncesto a Marvyn Korn (John Stamos), sentencia la mentalidad con la que sus alumnas son educadas. Una formación con la que lanzarlas a cumplir el sueño americano y convertirse en las ejecutivas más importantes del país. Las futuras líderes del mundo.
El citado coach es El MísterEl Míster (Big Shot) que da título a la serie que Disney+ estrena este viernes 16 de abril. Una ficción de diez episodios que cambia la tornas para retratar -por fin- cómo nosotras también jugamos al baloncesto, hemos podido ser las estrellas de nuestros colegios/universidades y no tenemos por qué estar únicamente relegadas al puesto de cheerleader. O animando en la grada.
La propia High School Musical, One tree hill o Por trece razones, por citar tres ejemplos, contaba con sus plantillas masculinas como eje de sus tramas. Por ello, se agradece que esta producción juvenil -que quienes hayáis jugado al baloncesto en el colegio disfrutaréis igual-, haya optado por darle a ellas el balón, los pabellones llenos e incluso proyección de futuro en la NCAA (Liga Universitaria) y la WNBA.
Equipos como 'segundas familias'
El Míster es igualmente perfecta al ahondar en cómo tu equipo se convierte en 'tu segunda familia', la forma en que cuando eres adolescente cuesta separar lo que pasa dentro y fuera de la cancha, la organización en épocas de exámenes, los selfies de la victoria, los helados -con el tiempo cañas- después de los partidos, los deberes en conjunto tras acabar los entrenamientos, la amistad y unión que se genera. La figura tan sumamente fundamental en la que se convierte tu entrenadora o entrenador.
En este caso, un Marvyn que tiene mucho en común con el Marco de Javier Gutiérrez en Campeones. Si a aquel le enviaban a entrenar en un club de personas con discapacidad tras agredir a su compañero en la ACB; aquí, viniendo de la NCAA, es enviado al instituto de élite por enzarzarse con un árbitro y tirarle una silla a la cabeza. Para ambos esta segunda oportunidad es un camino de redención en el que -para sorpresa de nadie, pero igualmente disfrutable- aprenderá de su nueva plantilla, al tiempo que conseguirá que ellas no solo sean mejores atletas, sino también mejores personas.
Se trata de un hombre, divorciado y con una hija, exiliado de su zona de confort. De hecho, es enviado allí porque el padre más poderoso del centro quiere que entrene a su retoña, de la que espera que llegue a lo más alto. El prototipo de padre, aunque llevado algo al extremo, cegado con el éxito de su hija, olvidando que el baloncesto es un deporte de equipo. Y sin tus compañeras, no se llega a absolutamente nada, empezando por las victorias. Un perfil más habitual de lo que parece -si no, no habría energúmenos/as en las gradas de partidos infantiles y juveniles-, que se intuye acabará saliendo ganando de las lecciones que le dará su 'pequeña'.
Valores y crecimiento personal
Pese a su historial, Marvyn no tiene un corazón de hierro y, poco a poco irá abriéndose y quitándose esa coraza de masculinidad tóxica aprehendida que no le permite mostrarse vulnerable, ni sentirse con derecho a cometer errores. En su misión será fundamental su ayudante Holly (Jessalyn Gilsig), que le pone los pies en la tierra, es sincera, une fuerzas y arrima el hombro.
Aun así, no será el único que aprenda. Las chicas (Nell Verlaque, Tiana Le, Monique Green, Tisha Custodio y Cricket Wampler) están experimentando una etapa vital marcada por el cambio, la intensidad, las dudas, el despertar sexual, la presión por elegir qué hacer en el futuro, la rebeldía, la diversión y la confianza.
“¿Acaso no somos capaces de tomar nuestras propias decisiones?”, pregunta una de ellas cuando su profesora se queja de que el entrenador se está excediendo con dos entrenamientos al día. La joven reacciona porque a ellas nadie les ha preguntado. Están alcanzando ese periodo en el que nos damos cuenta de que tenemos una voz que alzar y un espacio que reivindicar con los que crecer, mejorar, conocernos y entendernos.
La ficción lo cuenta con ritmo. Con una realización que aprovecha el dinamismo de su deporte protagonista para controlar -como ocurre en un partido- los tiempos con los que llegar al final del encuentro/capítulo con ganas de más, pero no por cómo haya sido la última canasta, sino por lo ocurrido en los 40 minutos previos. No es baladí que sea David E. Kelley, creador de Big Little y The Undoing, su ideador junto a Dean Lorey (Harley Quinn) y Brad Garrett. Un productor con una trayectoria que le avala para que sus siguientes proyectos generen intrínsecamente interés.
Aquí la trama no gira en torno a un misterio o asesinato, es una historia que ahonda mucho más en el crecimiento personal y el tipo de día a día que impera en la adolescencia. Desde luego, también es bastante más amable que las previas, pues es agradecida y, como el propio entrenador hace con sus jugadoras, dosifica los 'cumplidos' con su audiencia, que seguramente se quede a apoyar a la serie -desde el sofá y no la grada-, durante el resto de la temporada.
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