Joaquín Prat es uno de los rostros más populares de Mediaset España. Bien lo saben los espectadores, que al sintonizar Telecinco por las mañanas le ven al frente de la crónica rosa en El programa de AR, y por la tarde le siguen la pista en Cuatro al día con toda la actualidad de la jornada. Hombre polifacético, a lo largo de más de 12 años frente a las cámaras ha pilotado formatos variopintos y está enterado de casi cualquier tema. Lo que quiere, dice, es trabajar. Y eso no le falta.
De hecho, un exceso de trabajo es lo que le dan, en algunas ocasiones, los colaboradores y entrevistados que se asoman a la ventana de Cuatro al día para opinar sobre lo que esté ocurriendo en el mundo. Puesto que existe cierta predilección por los temas espinosos, no es raro que el presentador se vea envuelto en algunos rifirrafes. Las declaraciones cargadas de odio o insultos son el límite que parece tener cuando hace una entrevista. Si el invitado cruza esa línea, Prat responde, aunque nunca se pone “a su altura”.
Son momentos perfectos para la televisión del infoentretenimiento, aquella que combina información pura y dura con temas livianos, pero en plató se viven “con tensión”. “Intento separar lo personal de lo profesional y mantener siempre la educación y el respeto por el entrevistado”, explica Prat en declaraciones a Vertele. Esta filosofía, dice, es la que le acompaña cada vez que recibe a los invitados del programa, pero las entrevistas no siempre acaban de la mejor manera. A finales de 2019 despachó muy serio a Pilar Gutiérrez –la señora franquista que había encontrado un altavoz en varios espacios de Mediaset y Atresmedia– por referirse a los musulmanes como “asesinos” y “violadores”. “Esta tía no vuelve a entrar más”, sentenció el periodista al dar por acabada la intervención de la invitada.
Más recientemente, apenas hace un mes, otras dos entrevistas acabaron como el Rosario de la Aurora. Prat dio por concluida la exposición de Enrique Cabal –negacionista de la pandemia– cuando este acusó a los periodistas de “mentir” y de comportarse como “terroristas informativos”. Y sólo unos días después, otro invitado franquista, Juan Chicharro, presidente de la Fundación Francisco Franco, intentó noquear al presentador diciéndole que su padre, el también presentador Joaquín Prat, “vivió feliz” en TVE bajo el régimen del dictador. Pese a entrar en el terreno de lo personal, la entrevista continuó, pero el conductor de Cuatro al día quiso recalcar que Chicharro estaba equivocado.
Con Joaquín Prat hemos hablado sobre cómo gestiona estos momentos virales. Pero también sobre censura, coberturas desmedidas, sobre el ritmo trepidante de la televisión, el hartazgo ciudadano, y sobre su relación con Ana Rosa Quintana, con la que lleva trabajando más de una década y con la que también discrepa delante de las cámaras aunque de manera muy distinta: “Ana es amiga y compañera, y jamás me ha reprochado que tenga una opinión distinta a la de ella. Eso se queda en plató. Nunca se comenta, nunca hay un reproche ni nada por el estilo”.
Continúas en 'El programa de Ana Rosa' y presentas 'Cuatro al día'. Tienes mañana y tarde ocupadas. ¿Te da la vida para algo más?
Me da para ver a mis hijos por la mañana cuando llevo al pequeño al colegio, y por la tarde noche cuando llego a casa, y para hacer deporte cuando dejo al pequeño en el cole.
Crónica rosa, sucesos, política... ¿en qué registro te sientes más cómodo?
En todos. Todo es contenido y, por la tanto, hay que saber hacer de todo y saber lo mínimo de todo. Además, siempre te apoyas en colaboradores que son expertos en la materia, con lo cual, yo llevo la batuta de la escaleta, que no de ellos porque pueden decir lo que les dé la gana.
Últimamente tu nombre ha aparecido en muchos titulares por algunos encontronazos que se han producido entre tú y los entrevistados. Son momentos que, a priori, tienen mucho gancho televisivo porque son bastante espectaculares pero... ¿cómo los vives tú?
Los encontronazos los tienen los entrevistados conmigo, no yo con ellos. Yo solo pregunto, pero hay preguntas que son incómodas. [Los vivo] con tensión, pero también intentando separar lo personal de lo profesional y manteniendo siempre la educación y el respeto por el entrevistado. No hay que olvidar nunca que el entrevistado es una persona a la que tú invitas a participar en el espacio –si lo hace de buena o de mala gana eso ya habría que preguntárselo a él– y que se merece un respeto y un trato educado por parte del entrevistador. A mí, que me intenten buscar las cosquillas, que no me van a encontrar.
¿Eres difícil en ese sentido?
Sí. Lo que pasa es que soy de chispa fácil cuando se desata la chispa. Y no me gusta nada, así que evito que esa chispa prenda.
Complicado esto que cuentas cuando algunos de los colaboradores y entrevistados son también de chispa fácil o directamente unos provocadores.
Pero tienes que saber lidiar con ellos. Si tienes un invitado que te puede salir por esas vías, es mucho mejor estar preparado. Lo que no voy a hacer es ponerme a su altura. Si él insulta, yo no voy a insultar; si tú reprochas, yo no voy a reprochar. Intento que mis preguntas estén encaminadas a la actualidad y que sean con arreglo a la verdad, con datos objetivos que reflejen el planteamiento de la entrevista.
Esos encontronazos que, como decías, han tenido los entrevistados contigo, a veces se han resuelto teniendo que matizar las palabras del invitado o incluso despidiendo la entrevista. ¿Cuándo crees necesario llegar a estos extremos?
De verdad, intenté aproximarme a los postulados que defendía Esteban Cabal, intenté que me diese argumentos, pero a lo que se dedicó durante los cinco minutos en los que no le interrumpí fue a insultar a la cadena, insultar al programa, y a cuestionar nuestra labor con palabras muy feas. Cuando hubo terminado y hubo desaprovechado la ocasión que le brindó el programa para exponer las teorías que él defiende, consideré que la entrevista había terminado porque no había argumentos. A mí, si me ofrecen argumentos, aunque no los comparta, yo siempre voy a seguir preguntando por esa vía. Pero no le invitamos para que descalificara nuestro trabajo. En el fondo lo sentía, porque ese señor no va a volver a entrar en mi programa, como Pilar Gutiérrez, la franquista que se dedicó a decir que todos los musulmanes son unos violadores. Son cosas que yo no voy a permitir en el programa que presento. Que no es mi programa, es de los espectadores y de la gente que lo hace, pero como yo estoy dando la cara, yo decido cuándo se termina una entrevista. No suele pasar, pero con una cascada de insultos y descalificaciones hacia mi trabajo sí la doy por terminada.
Respecto a la Fundación Francisco Franco, el señor [Juan] Chicharro se equivocó. Confundió a mi padre con Kiko Ledgard. 'Su padre trabajó con Franco': ya como muchos españoles que lo que intentaban era ganarse la vida. Él se fue por lo personal, y yo no tengo ningún problema. Pero se equivocó. Todavía estoy esperando a que me mande la foto de mi padre con Francisco Franco.
Una entrevista deja de ser entrevista cuando el entrevistado no quiere ser entrevistado. Pues oiga, usted mismo. Le despedí con toda la educación del mundo. No le encuentro sentido a que vaya la cosa por ahí. Así no avanzamos. Sí, es muy espectacular televisivamente, pero qué le importa a la gente que hablemos de mi padre si de lo que estamos hablando es de la intención del Gobierno de ilegalizar la Fundación Francisco Franco.
¿Quién selecciona a los entrevistados de 'Cuatro al día'?
Yo no. Nunca me meto en la escaleta. Yo puedo sugerir, proponer... pero he descubierto que yo, de las cosas que le interesan a la gente, no tengo mucha idea. Prefiero que sean otros los que decidan los contenidos y elaboren la escaleta. Yo jamás he vetado a nadie; Pilar Gutiérrez se descolgó con esa barbaridad que dijo de los musulmanes y sé que no va a volver a entrar. Cabal, que se dedicó a insultarnos, sé que no va a volver a entrar. Pero yo ni pongo ni veto.
¿Te sientes cómodo con voces que, en ocasiones, son demasiado extremistas?
me siento incómodo con voces que se superponen unas a otras y hacen que el espectador no se entere de nada. Pero si la pregunta es si me identifico con alguno de los discursos extremistas, la respuesta es no. Ni de un lado, ni de otro. Pero creo que, al igual que están representados en el máximo órgano de la voluntad popular que es el Congreso de los Diputados, también tienen que estar representados en un programa de televisión.
Con Ana Rosa también has tenido algún pequeño rifirrafe con tintes políticos, aunque imagino que después de tantos años trabajando codo con codo es algo que se lleva con naturalidad.
Eso es producto de dos visiones opuestas sobre una misma realidad. Ni lo comentamos después ni nada por el estilo. Es, simple y llanamente, lo que sucede en un plató de televisión. Ana es amiga y compañera, y jamás me ha reprochado que tenga una opinión distinta a la de ella. Eso se queda en plató. Nunca se comenta, nunca hay un reproche ni nada por el estilo. Somos compañeros de trabajo y la considero una buena amiga. No hay censura y nunca he recibido instrucciones. La gente cree que estamos recibiendo instrucciones a diario de los poderes fácticos, económicos y políticos... y a mí nadie me dice lo que tengo que decir. Jamás, jamás me han censurado.
Aunque a veces, el periodista, sabiendo qué no debe decir...
Sí, te autocensuras. Todos nos autocensuramos. La sinceridad extrema está sobrevalorada. No es necesario decir exactamente lo que uno piensa siempre. O cómo lo piensa, porque si yo dijera las cosas como las pienso, perdería fuerza el mensaje porque soltaría muchos tacos por la boca. Y hay cosas que tienen que ver con la autocensura que uno se impone con arreglo a la legalidad vigente. No soy tan tonto de imputar delitos a la gente sin no hay una sentencia de por medio. Ni soy tan tonto de hablar sobre menores que están protegidos por ley. La autocensura también tiene que ver con eso.
Parece que últimamente funcionan mejor los programas que combinan información y entretenimiento con un toque de espectacularidad. ¿Crees que los espectadores sacan algo en claro de toda es mezcolanza?
Pues yo también me lo pregunto a veces. Creo que a veces pecamos de confundir dinamismo con un bombardeo de contenidos constante, y al final la gente no sabe muy bien de qué estas hablando. Intentamos corregir esos errores, pero a veces caemos en ellos. A veces no me entero de los temas ni yo porque la actualidad va tan rápido que no te da tiempo a reposar las cosas.
Siempre digo que trabajamos para la gente que nos ve y con la esperanza de que cada vez nos vean más; el espectador tiene que ser siempre el protagonista, es el destinatario de tu trabajo y es la persona a la que te tienes que dirigir siempre. Nosotros no tenemos que ser los protagonistas, somos meros hilos conductores. Me ha encantado el confinamiento en el que la gente nos hacía el programa desde sus casas vía Skype, radiografiando lo que la sociedad estaba viviendo y sufriendo. A mí ese es el periodismo que me gusta.
Se te ve muy cabreado con la actitud de los políticos... Esa crispación que tanto te enfada, ¿nace en los platós de televisión o simplemente se refleja en ellos?
Yo creo que se refleja. A mí me cansa mucho que se esté reclamando constantemente la responsabilidad de los ciudadanos cuando, la inmensa mayoría, han sido responsables. Ahora nos imponen una serie de medidas derivadas de la situación que estamos viviendo, pero estamos viviendo esa situación porque usted no ha hecho su trabajo. Basta ya de señalarnos siempre a los ciudadanos para no admitir la responsabilidad. Todos los ciudadanos sabían lo que estos señores tenían que hacer. A lo mejor no al principio, pero pasados unos meses sí, que por eso han alertado los expertos que saben de esta historia y que han alertado de las herramientas para intentar mitigar esta situación. Si no se han puesto en marcha no es responsabilidad de los ciudadanos, es de quien tiene la responsabilidad de poner las medidas en marcha.
Cuando se dieron los primeros casos de coronavirus en España hubo quien criticó a los medios de comunicación por un alarmismo excesivo. Viendo ahora la magnitud del problema, quizá aquella cobertura inicial se quedó corta...
Lo que genera alarma es la desinformación, el desconcierto, que unos hablen de unas cifras y otros den otras, que se anuncien medidas que luego no se implantan, la guerra política... eso es lo que genera alarmismo. Y reconozco que el exceso de información también satura a la gente. Yo mismo estoy saturado, cómo no va a estar saturada la gente.
¿Te interesaría continuar en esta senda de programas informativos o te gustaría presentar o participar en algún espacio de entretenimiento, como ya hiciste con 'Pequeños gigantes' o 'Campamento de verano'?
Pero si es que hago de todo... Yo lo que quiero es trabajar, que sigan contando conmigo. Me da igual el formato que tenga que defender, siempre les digo lo mismo a mis jefes: intentaré defenderlo de la mejor manera y con la máxima profesionalidad e implicación. Me da igual lo que venga por delante, intentaré hacerlo lo mejor posible. Lo que quiero, insisto, es trabajar.