Avaricia, pereza, ira, lujuria, gula, envidia y soberbia. El periodista Jon Sitiaga se sirve de los siete pecados capitales para abordar en la quinta temporada de Tabú los nuevos males del siglo XXI.
Los vicios humanos catalogados por el cristianismo son traducidos en la corrupción política, la depresión, la furia desatada por el fútbol, la diversidad de opciones sexuales que ofrecen las nuevas tecnologías, los desórdenes alimentarios, la prensa de corazón y las redes sociales.
Así, en cada uno de los episodios, varios personajes aportan sus testimonios sobre los conceptos propuestos para aterrizar cada pecado. En la primera entrega, que se estrena este jueves 15 de noviembre a las 22:00h en #0, la avaricia aplicada a la corrupción política contará como entrevistados a figuras como Jorge Trías, Xavier Mariscal, Antonio de la Torre o Javier Marjaliza.
El responsable del formato habla con Vertele para explicar por qué ha querido hablar de “cómo somos de envidiosos o lujuriosos los españoles si es que lo somos”.
¿Por qué la elección de los pecados capitales como tema para la nueva temporada de Tabú?
Los pecados capitales son una clasificación que hizo la Iglesia hace mil años de lo que entonces se llamaban los vicios del ser humano. Siguen existiendo en la realidad pero con otros nombres, y me gustaba la idea de poder hablar de la depresión desde el pecado de la pereza, de los desórdenes alimentarios desde la gula o de los influencers y nuestras vidas virtuales desde la soberbia.
Me interesaba llegar al público a través de la concepción del pecado. A los que nos hemos criado en una determinada cultura en la que apela a nuestra conciencia de la culpa, pero también a los millennials que no han leído la Biblia y no entienden qué son, pero sí que la bulimia o la anorexia son un problema.
¿Piensas que la Iglesia debería actualizar esos conceptos?
La Iglesia no va a cambiar ni va a dejar de hablar de pecados, porque dejaría de tener razón. Cualquier religión es una norma de conducta contra determinados vicios. Si no existiesen esos vicios no habría miedo, y sin miedo no existiría Dios.
¿Cómo ha sido el proceso de aterrizaje de los pecados a la actualidad?
Largo y muy reflexivo. De cuestionarse de qué hablamos realmente ahora cuando nos referimos a la avaricia ¿De querer mejorar tu estatus? ¿De querer ascender en tu empresa? ¿De ansiar tener más dinero en el bolsillo? La avaricia es ese apetito infame por tener más y más pese a lo que pase. Eso tiene nombre: corrupción. Tratar la avaricia es una forma de hablar de la sociedad, porque al hablar de los pecados hablamos de nosotros mismos. De nuestras debilidades y miserias, y de lo que estaríamos dispuestos a hacer si cayéramos en uno de esos pecados.
En el caso de la ira, preferí llevarla al fútbol porque es ese lugar donde todos los que vamos nos convertimos en otras personas. Nos permitimos llamar hijo de puta al que tenemos en frente aunque no nos haya hecho nada. Simplemente porque viste con una camiseta de otro color.
¿Cómo ha sido la toma de contacto con los personajes?
Todos los personajes que aparecen en Tabú hablan porque les apetece. Ya sea por estar convencidos, por necesidad personal, por catarsis o porque creen que así dan ejemplo. A nadie le gusta reconocerse como envidioso ni como soberbio, ni avaricioso. Los pecados capitales normalmente no te los reconoces, nunca te los ves. Te los ven o los ves tu en otros.
¿Cuál ha sido el capítulo más complicado?
El dedicado a la envidia, porque era el más difícil de aterrizar. Finalmente lo llevamos al mundo de los realities y de la prensa del corazón. Dos universos que giran en torno a la envidia que se genera por admirar otras vidas que te gustaría tener o imitar. Pero, sobre todo, el regodeo que se siente cuando las personas a las que admirabas caen, se convierten en juguetes rotos o lo pierden todo.
Resulta extraño sentar al espectador a ver a gente hablar mal de sí mismos en un momento en el que impera el postureo y la apariencia de una vida perfecta en redes sociales. ¿Se pensó así?
Sí es difícil sentar a la gente a hablar mal de sí mismos, aunque junto a cada pecado también hablan sus antónimos, gente honrada y honesta. Está un corrupto pero también el tipo que sacó a la luz los papeles de Bárcenas. El episodio sobre la soberbia lo llevamos precisamente a las redes sociales, donde todos intentamos dar una imagen mucho mejor de nosotros mismos. Nos morimos de envidia cuando vemos que otros están de viaje, se genera un sentimiento de odio. Las redes no dejan de ser una mercantilización del ego con la que muchos juegan. Los influencers son personas que hacen dinero con su propio narcisismo y el postureo es la traslación en redes de la soberbia.
No sé si explotará pero sí tengo claro que estamos generando una educación a nuestros hijos en la que parece que esto es lo bueno. Donde cuantos más seguidores y likes tengas mejor, donde diez seguidores en Instagram te convierten en un pringado. Hay niños que piden de regalo de reyes diez mil seguidores por cuarenta euros, y los padres se los compran.
De todos los testimonios a los que ha accedido el programa, ¿hay alguno que te haya impresionado en especial?
Hay bastantes. La pereza entendida como hastío, dejadez y abandono de ti mismo lleva directamente a hablar de la depresión. Los especialistas afirman que hay dos millones y medio de españoles en depresión, somos el país del trankimazín. La depresión se ha convertido en la segunda causa de baja laboral.
Para la gula abordamos los desórdenes alimenticios. Planteamos qué hace el sistema, qué hace la industria alimentaria para ir generando unos códigos estéticos imposibles de alcanzar pero que hace que mucha gente los quiera adquirir y acabe en unidades de hospitales por anorexia, bulimia o trastornos por atracón.
Hemos hablado con pacientes e impresiona lo que puedes llegar a hacer. Te hace pensar en situaciones y gente de tu entorno. Te das cuenta de que son mucho más común de lo que se piensa, porque sigue siendo una enfermedad muy estigmatizada. El tener una hija con anorexia, un hijo con bulimia.
¿Cómo ha sido el acercamiento a los pacientes?
No es nada fácil. Los desórdenes alimenticios son lo más estigmatizado de lo que contamos en la temporada. Se tiende a ocultarlo porque es algo que desde el punto de vista de la familia los padres van a pensar que han fallado por no haber sido capaces de detectar la enfermedad en sus hijos. Y ocurre porque las personas que lo sufren lo hacen en silencio.
Los trastornos de la conducta alimentaria son enfermedades mentales tan ladinas y malas que dominan tu mente, a ti mismo y tu dolor hasta que llega un momento en el que necesitas que sea alguien de fuera quien te haga ver que algo va mal.
Sus testimonios son estremecedores porque las tres mujeres que se abren por completo. Relatan esos pequeños detalles de cortar la fruta en trozos muy pequeños, de ir rápido al baño después de comer, de decir que tienes mal el estómago para no ir a una cena con amigos. Situaciones con las que todos hemos coincidido.
Les pregunté también por el momento en que empezaron a odiarse porque es lo que hace la enfermedad, que todos los problemas emocionales, ese iceberg gigantesco que no sabes controlar lo acabes enfocando en maltratar a tu cuerpo por exceso o por defecto.