Ocho años, un mes y dos días después del estreno del episodio piloto, 'Juego de Tronos' se despide entre sentimientos encontrados. No es tanto una división ocasionada por el último capítulo como por la octava temporada al completo, que cuenta con su propia petición masiva en change.org para que los showrunners vuelvan a escribirla. Este es el nivel de exigencia al que se van a enfrentar las ficciones de masas a partir de ahora en la era de Internet, y la de HBO no ha salido demasiado bien parada.
Las redes sociales han sido la peor pesadilla de los creadores y a su vez un caldo de cultivo brillante para el ingenio y la puesta a prueba definitiva de los espectadores. No hay frapuccino, botella de agua ni traducción peregrina que haya pasado desapercibida. Sin embargo, es ahí también donde se da un preocupante -y distorsionador- efecto espejo.
Es mucho más fácil odiar en Twitter que lo contrario. Uno puede ver el episodio y quedar medio satisfecho, que bastará con un breve 'scroll' por la red para encontrar argumentos de sobra que le convenzan de su equivocación. Por eso es importante plasmar las reacciones cuanto antes y de la forma más virgen posible: he ahí el dilema. No nos decidimos.
¿Ha sido un colofón meritorio para una serie que ha reescrito la historia de la televisión? Tenemos razones tanto a favor como en contra, pero ninguna es absoluta. Ni siquiera al final hay piedad porque, “en el juego de tronos, o ganas o mueres”. Sea cual sea tu bando, no dudes en compartirlo en los comentarios y en votar en la encuesta final.
No estamos aquí para valorar el desarrollo de la atropellada octava temporada, a todas luces cuestionable, sino del último episodio. Y, teniendo en cuenta el difícil panorama al que se enfrentaba tras la masacre de 'Las campanas', está resuelto con bastante sentido. No le correspondía a 'El trono de hierro' enmendar los errores de los episodios pasados, sino cerrar sus locos giros de guion de la forma más digna posible y dejar espacio para una sorpresa agridulce. Y todo ello en poco más de una hora y veinte. Misión cumplida: toca quitarse el sombrero.
Por supuesto que hay saltos temporales y elipsis confusas. Una serie no tiene la misma libertad que un libro y, desde que existen recursos como el flashforward -ejem, Harry Potter-, este no debería ser motivo de crítica. Nadie discute que podrían haber dedicado dos capítulos a cerrar un final histórico en lugar de malgastarlos con los excesos previos a la Gran Guerra. Pero ya es tarde para eso y, de nuevo, el sexto episodio no tiene la culpa.
Después de que Daenerys enloqueciese y decidiese achicharrar vivo al censo completo de Desembarco del Rey, restaba ver cómo le impedían sentarse en su ansiado Trono de Hierro. Hubiese sido interesante ver ese giro macabro en el que cualquier autarquía significa una forma terrorífica de Gobierno, incluso cuando viene de la mano de la que rompía cadenas y liberaba a los inocentes del mal durante siete temporadas.
Lo que hicieron los guionistas con su personaje para alzar a Jon Snow como el legítimo heredero de los Siete Reinos fue injustificado. Sin embargo, esa imagen con las alas de Drogon emergiendo de su espalda a lo alto de una Fortaleza Roja en ruinas bien ha merecido tal decisión. Si no es la más bella, la escena del discurso apocalíptico de la Targaryen frente a sus huestes y su posterior entrada a un salón del trono cubierto de cenizas es, como poco, de las más sobrecogedoras de la serie.
La locura de la Khaleesi no entiende de matices, por eso confía en la lealtad y el amor de Jon aunque todos los demás le hayan apuñalado por la espalda. Error. La estocada de su sobrino llegará de frente y precedida por un beso de Judas previsible pero no por ello menos efectivo. Su cadáver solo será llorado por Drogon, que, en lugar de calcinar a su asesino, derrite el sillón forjado que ha enloquecido a su madre y le ha provocado la muerte. Un momento simbólicamente bello que contrasta con una temporada burda por lo obvia que ha resultado en muchos momentos.
La elección de Bran como rey de Poniente supone un soplo de aire fresco por lo mismo. No hay trono, no hay fortaleza, no hay pueblo al sur y, por lo tanto, no se necesita un rey heroico. Solo uno humilde y sin ansias de poder que permita un cambio radical en el sistema político del continente. Ya no dependerá del linaje, sino de la elección del Consejo (un pequeño paso para la democracia -no tan participativa como Sam querría- y un gran paso para la humanidad).
Fundir el Trono de Hierro también es una declaración potentísima de los que saben cómo funcionan las pasiones de los espectadores. El sillón formado por espadas ha sido el símbolo indiscutible de la serie, pero su destino solo depende de los creadores. En una línea de guion pueden cargarse a los personajes más queridos o destruirlo todo, y no hay petición en change.org que pueda cambiar eso. Pero en un acto de benevolencia, también han tomado las típicas decisiones populistas que contentan a todos.
Tyrion carga con el peso dramático del episodio en la segunda mejor escena del mismo, cuando desentierra a sus hermanos de la avalancha de ladrillos, recupera su elocuencia en el monólogo de la celda y retoma el puesto de verdadero mandamás como Mano del Rey. Así ha funcionado siempre la política. Bran El Tullido podrá irse de viaje astral cada vez que quiera porque los que tomarán las decisiones importantes son los que le rodean.
Al resto de los Stark, que han sobrevivido a la octava temporada en manada, ahora les toca volar solos y tomando un rumbo coherente. Arya embarcándose en aventuras más allá de Poniente, Sansa siendo mucho más que lady Stark y la señora de Invernalia y Jon volviendo a sus orígenes. Un final duro para los que dieron su trono por supuesto y una defenestración al nivel de la que sufrió Dany por su culpa. Quizá no sea un final perfecto, pero sí uno justo con las expectativas y con los personajes supervivientes. Y, aunque habrá quien lo critique, eso le acerca mucho más al bando de 'Breaking Bad' que al de 'Perdidos'.
Es imposible hacer un final a gusto de todos los espectadores, pero es todavía más complicado crear uno tan carente de lógica narrativa como el de 'Juego de tronos'. Ya sabemos que es un mundo de ficción, con dragones y caminantes blancos, pero esto no sirve de excusa para justificar los vacíos argumentales que llevamos padeciendo prácticamente desde que los libros de George R. R. Martin dejaron de ser una referencia para los guionistas.
El problema no es tanto lo que se cuenta sino el cómo se cuenta. Puede ser lógico que Daenerys se volviera loca o que Bran haya sido el elegido para ocupar el Trono, pero no lo es tanto el camino que han seguido para que acaben de esta forma.
Mientras que en otras series como Breaking Bad vemos una lenta bajada a los infiernos del antagonista, el cual se enfrenta a una serie de circunstancias que le hacen abandonar su lado más humano, en 'Juego de tronos' era muy complicado ver como villana a Daenerys hasta 'Las campanas'. Y vale que ya nos dejaron pistas de que su populismo iba a acabar mal, pero si cuando ese cambio llega los espectadores lo ven abrupto, entonces es que algo no se ha hecho de forma adecuada.
Los compases finales de la serie están tan llenos de lagunas que ni siquiera tirando de imaginación es posible evitarlas. La muerte de la Targaryen, al igual que otras tantas escenas clave, se siente muy forzada y carente de sustancia. No puede ser que lo que preceda a este asesinato sea un debate entre Tyrion y Jon sobre si La que no arde de verdad merece vivir.
Es imposible que el exbastardo dude de ese aspecto después de contemplar a niños calcinados con cara de horror. ¿De verdad no fue suficiente todo lo que ocurrió en Desembarco del rey? De hecho, cuando este se pone a enumerar las razones que pueden “justificar” el genocidio de Dany resulta cuanto menos poco creíble. O eso, o que Kit Harrington no está a la altura de su actuación.
Por el contrario, no se detienen en aspectos que sí podrían haber sido interesantes, como es el reinado del terror instaurado por Daenerys o los compases posteriores a su muerte. Lo que tenemos es una elipsis temporal mostrada a través del nivel de la barba de Tyrion encarcelado por traición. ¿No importa la reacción de Gusano gris al asesinato de su líder? Al menos, era algo que sobre la mesa parecía tener más relevancia que Jon y la Khaleesi aprovechando para besarse frente a unas cascadas heladas.
Solo basta ver errores como el del vaso de café o la reciente botella de agua para comprobar el nivel de atención por los detalles que se está teniendo en una producción con un presupuesto de 15 millones de dólares por episodio. Y podríamos perdonarlos si el resto del espectáculo estuviera a la altura, pero, a juzgar por los hechos, está claro que los descuidos están más presentes de lo que nos gustaría.
Llegó un momento del show en el que las cosas simplemente pasaban porque tenían que pasar, para ir de un punto A a un punto B de la historia. Pero es imposible que haya terminado y ni sepamos quién era ni a qué se dedicaba el Rey de la noche. Un gran villano construido a lo largo de 8 temporadas a base de “the Winter is coming” para que finalmente su arco acabe resolviéndose en una batalla.
Merecíamos más. Y merecer más pasa por justificar lo que vemos en pantalla, como dando razones lógicas para que Bran haya permanecido impasible todo este tiempo a pesar de que sabía qué iba a ocurrir. “Voy a buscar a Drogon”, dice tras ser coronado. Pero cuando estaba arrasando una ciudad entera no importaba.
A pesar de todo, y visto el nivel de guion de las últimas temporadas, no es un final desastroso. Hay ideas destacables, como Jon devuelto al punto inicial en el que se encontraba, en la Guardia de la Noche, o bien más allá del muro viviendo con los salvajes. Habría sido muy fácil caer en la venganza de Drogon, pero esta escena, en cambio, supone el peor castigo posible para el personaje. Si hay algo peor que morir eso es estar muerto en vida. Sin embargo, teniendo en cuenta las enormes proporciones de lo que ha significado Juego de tronos, resulta decepcionante que acabe con un sabor tan artificial y descafeinado como el de un Frappuccino.