Cocinar es un arte que no está al alcance de todos, pero disfrutar de la comida sí. Igual que en el amor, las citas son experiencias en las que cada uno se desenvuelve como puede, a menudo condicionado por miedos e inseguridades que determinan el nivel de disfrute de los bocados de enamoramiento que se digieren este tipo de encuentros. Isabel Coixet ha decidido elevar ambas la categoría gourmet en su primera serie, Foodie Love. También es la primera ficción española producida por HBO en España y, teniendo en cuenta su sabor y emplatado, han acertado al poner el ojo en la receta más apetecible.
La ganadora de ocho Premios Goya ha optado por cocinar una oda a la comida y al amor, a través de dos personajes que se conocen por un Tinder para gente foodie. Ese término al que le acompaña una halo de postureo y posible elitismo, pero en cuya sofisticación no cae la cineasta. En sus ocho capítulos de media hora -duración óptima para su acabado-, tiene tiempo para reflexionar sobre esta y otras cuestiones como la precaridad de los riders, las crisis vitales o las redes sociales. ¿Hacer una foto a los platos antes de haberlos probado y saber si merecen o no la pena? Una aberración imperdonable para su pareja.
Sus dos intérpretes, Laia Costa (Pulseras rojas) y Guillermo PfeningLaia CostaPulseras rojasGuillermo Pfening, son la masa madre de este proyecto que ha permitido a la primera regresar a trabajar en España. Costa fue la primera actriz en ganar un Lola en 2017, los premios más importantes del Cine Alemán, por su papel en la película Victoria. Volviendo a lo que nos ocupa, el gusto con el que la responsable de La vida secreta de las palabras ha aderezado Foodie Love es sin duda lo mejor de la serie.
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Las especialidades de la “chef” Coixet
Coixet ha impreso en sus planos texturas propias de los platos más elaborados. Consciente del propósito de evasión que ofrece su serie, la directora ha puesto empeño en que visualmente luzca exquisita a través de su cuidada fotografía. Además, ha querido que la cocción de los encuentros entre sus protagonistas sea lo suficientemente lenta como para conseguir el deleite de sus comensales, en este caso espectadores, sin pecar de ausencia de ritmo. Para ello, se ha ayudado recursos como la ruptura de la cuarta pared en diferentes momentos en los que los personajes hablan directamente a cámara para explicar cómo son y como se sienten.
Al mismo tiempo, en los encuentros se conocen las reacciones y temores que surgen entre bocado y bocado, ya sea a través de una voz en off o con infografías parecidas a las burbujas de los cómics. Un recurso que dota a las reuniones de realismo y comedia, por cómo la voz interior -hater- que nos acecha entre palabra y palabra, resulta absurda vista desde fuera. Dicho esto, brava la apuesta por esas primeras citas en las que sí, se puede quedar a comer, y ser sensual al mismo tiempo. Ya está bien de dietas estrictas, del pavor a las calorías o de mirar mal a quien sí es capaz de valorar un buen banquete.
En Foodie Love el deseo aumenta en cada cucharada, la seducción se palpa en la sensorialidad que impregna los planos rodados por Coixet. Por cierto, una advertencia de cara a su visionado: la serie da muchas ganas de comer, y de follar. El sexo, que es ansiado, sugerido y esperado, se muestra como ese paso más a la hora de conocer a una persona y que, de nuevo, sin por ello perder un ápice de pasión, se goza en su degustación pausada. Acostarse como paso que, por cierto, tampoco se presenta como objetivo último, sino como objetivo en sí, con el que expresar un interés en el otro en un idioma de vaivenes y placer. Para ambos.
Cocinar es difícil, querer también
Que nadie piense, no obstante, que en la ficción se idealizan las relaciones amorosas. Foodie Love retrata lo difícil que es conocer y entender a alguien. Lo complicado que es ser uno mismo cuando hemos aprehendido a tener vergüenza y a medir lo que compartimos de nuestros sentimientos. En definitiva, los múltiples obstáculos que se interponen entre dos personas que tratan de construir algo de forma conjunta. Para contarlo, Coixet se ayuda de la cocina y el acto de comer. Y de cómo la relación que cada uno establece con la comida, los platos y restaurantes favoritos, revelan cómo y quiénes somos.
“Los helados son como las historias de amor: cuando comienzas a comerte uno, nunca piensas que se va a acabar. Porque si lo pensaras, igual no te lo comerías”. Es una de las metáforas que se incluyen en la producción y que ejemplifica cómo ambos conceptos tienen más en común de lo que en un primer momento podría creerse. ¿Recordar una ciudad por la persona con la que viajaste allí? Sí, pero por los restaurantes donde comiste, también. Sobre todo si llegaste a ellos como segunda opción porque se te chafó la primera.
Café, pastrami, gyozas, croissants o helados, todos ellos tienen cabida en la ficción en la que también han aportado su aliño Yolanda Ramos, Natalia de Molina, los hermanos Torres o Bob Pop. Comer es un acto que no juzga, que es generoso con quienes no se prohíben disfrutarlo y que activa los sentidos en cada bocado. Igual que el amor, que se goza cuando no empacha, se saborea cuando se mezclan -que no baten- sus ingredientes; y que permite evadirse de todo contexto. Igual que Foodie Love, la invitación de Isabel Coixet a un festín de degustación que cautiva, nutre y enamora.