De inadaptadas a poderosas luchadoras. Las chicas de Glow se convirtieron en las reinas de la televisión (y del ring) en una primera temporada llena de luz, más color y demasiado brillo. Ruth (Alison Brie), Debbie (Betty Gilpin) y compañía pusieron sobre la palestra cuestiones que cada día están más presentes en la pantalla, ensalzando el feminismo mientras se reían del sexismo al mismo tiempo. Y, oye, funcionó porque se explicó y se hizo como se tenía.
En la nueva tanda de episodios “el espectáculo debe continuar” pese a las adversidades que, con cuidado de no revelar ningún spoiler, son unas cuantas. Y aunque la ficción de Netflix no pierde su esencia y nos regresa esa comedia cítrica estilo Judd Apatow de más sonrisas fruncidas que abiertas, se mantienen el buen rollo, la aún mejor música y, esta vez, incluso se atreven con el break dance.
Por otro lado, contrariamente a lo que podría esperarse de una ficción de estas características, Glow sigue pecando de tener un ritmo relativa... lento. Glow es lenta. Y ningún temazo ochentero sonando a todo trapo mientras las protagonistas olvidan sobre el ring toda esa tontería del ¿sexo débil? me hará creer lo contrario. Bien, quizá no es tan lenta como la aclamada True Detective (probablemente ninguna serie lo sea), pero se dan ocasiones en las que hay demasiados árboles para un de por sí generoso bosque. Por supuesto, habrá a quien no le importe, pero para media hora que tiene cada episodio casi mejor ir al grano y agilizar las tramas principales.
Las chicas se hacen mayores
Con mayor o menor argumento, lo que es indiscutible es que el inexperimentado reparto ha sabido cubrirse de gloria. Ya demostraron saber dar algo más que golpes sobre el escenario en sus inicios, pero en esta nueva entrega están incluso más espléndidas. Han evolucionado, como sus personajes, y consolidado su labor interpretativa tanto dentro como fuera del escenario. Las chicas de Glow valen oro, y Sam (Marc Maron) no es el único consciente de ello. Por cierto, Sam es, definitivamente, menos Sam en los nuevos capítulos. Y eso siempre es bueno.
En esta segunda temporada las luchadoras ya son auténticas celebrities que viven su proyección social por primera vez gracias a su presencia en el show. Sin embargo, también deberán hacer frente a los sinsabores de la fama y a un problema mayúsculo que podría terminar con todo lo que han construido hasta ahora: Glow se enfrenta a la cancelación y a ser sustituida por su homólogo masculino de entretenimiento, así que las protagonistas intentarán hacer todo lo que esté en sus manos para impedirlo. Y eso incluye, entre otras cosas, innovar en sus actuaciones. La lucha libre, por otra parte, sigue siendo la excusa para desarrollar más dramas que alegrías personales; si es amante del wrestling y espera ver wrestling... probablemente termine decepcionándose.
Eso sí, en su lucha, nunca mejor dicho, por mantener la emisión del programa las chicas continúan con su particular cruzada al orden establecido. En un mundo de hombres, ellas tratan de ser el rey. Procuraron aunar todos los estereotipos sobre mujeres posibles y los concentraron en una sola serie de televisión pero, en vez de jugar con el cliché, han ido desbancándolos uno tras otro. Esta es una de las cosas que hace a Glow especial, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una ficción ambientada hace más de treinta años.
Glow enseñó al espectador que merece la pena luchar por lo que se quiere, mirando siempre hacia delante y concentrándose en la oportunidad, olvidando tras haber aprendido de los fracasos. Y aunque aún queda un minuto de combate, el árbitro no ha contado hasta tres y el público tritura el silencio con su bramido ensordecedor... la victoria absoluta está cada vez más cerca. ¿A la tercera va la vencida?
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