“Son las 21:30 horas del 23 de abril, una fecha que hay gente que piensa que marcará un antes y un después en la historia de la televisión en España. Si así fuera, francamente estoy muy orgullosa de estar aquí y empezar este trabajo. Si así fuera, no digo que vaya a serlo”. Allá por el año 2000, Mercedes Milá se mostraba precavida ante la posibilidad de estar marcando el camino del mercado televisivo en el nuevo siglo, sin tener aún la certeza de lo que supondría anunciar el comienzo de la vida en directo. Los datos, sin embargo, vendrían a darle la razón: la casa de Gran Hermano en Telecinco abría las puertas de una nueva forma de entender la televisión, que dos décadas después sigue plenamente vigente.
Las consideraciones sobre el formato, creado por John de Mol y propiedad de Zeppelin (Endemol Shine Iberia), han variado de manera radical desde que el primer elenco de 10 anónimos pisara la vivienda televisada de Soto del Real (Madrid). El perfil de los concursantes ha mutado con el paso de las ediciones, como también lo ha hecho la audiencia con ellos, y como también han evolucionado las programaciones tradicionales. El propio formato también fue creciendo hasta convertirse en un emblema de un tipo de televisión concreta, la de la telerrealidad, dominante en el mercado a nivel internacional, pero también cuestionada de forma creciente por el público, especialmente a raíz de los últimos acontecimientos que han llevado a que el ojo que todo lo ve se cierre hasta nuevo aviso. Hablar de Gran Hermano, le pese a quien le pese, también es hablar de un programa imprescindible para entender lo que vemos y lo que somos.
La icónica primera edición que lo cambió todo
La primera temporada supuso un hito del que pocos quedaron ajenos. Es habitual que, hasta quienes desdeñan el programa o al menos no se tienen por asiduos, reconozcan que solo siguieron esa edición inaugural por la novedad que supuso.
Aunque el reality como género ya existía (años antes, MTV ya había realizado experimentos en esa línea y; para el momento ya existía Supervivientes como formato), Gran Hermano fue el primer gran formato a nivel mundial que exploraba esta suerte de voyeurismo audiovisual reglado, que permitía no solo asomarse a las vidas cotidianas de un puñado de desconocidos aislados del resto de la civilización, sino decidir quién era merecedor de continuar la convivencia. Enseguida, las tramas se disparaban en todas direcciones, estableciendo vínculos inmediatos, relaciones y enemistades. La experiencia de Paolo Vasile en Holanda, primer país que emitió el formato (había empezado a emitirse en septiembre de 1999 en Veronica TV), cuando fue a negociar su posible adquisición, serviría para comprobar la fuerza con la que podía penetrar en la audiencia.
En sus mejores momentos, esta GH 1 sirvió como ejemplo de compañerismo. Lo colectivo se impuso al ánimo individual y generó un visionado alegre, casi aspiracional, del que Ismael Beiro se convirtió en representante idóneo y, por tanto, ganador indiscutible. Pero también daría pie a controversias, polémicas alimentadas en los programas adyacentes en la parrilla: véase el noviazgo entre Jorge Berrocal y María José Galera, enturbiado por las revelaciones sobre el pasado de ella que acabarían dando horas de contenidos fuera del propio reality. Gran Hermano mostraría su capacidad para centralizar contenidos, para discurrir como un río por la programación. “Telecinco cambió con la aparición de GH, pero también lo hicieron el resto de cadenas y formatos. Los magacines, por ejemplo, modificaron todas sus secciones clásicas”, comentó Elizabeth López, jefa de Programas de Telecinco en el momento en que se estrenó el reality show, sobre los resultados inmediatos.
Estos fueron incontestables: la final que aupó al triunfo (y al estrellato) al gaditano, celebrada el 21 de julio de 2000, congregaría a 9,1 millones de televidentes (un 70.8% de share), y serviría para cerrar una edición que sigue en lo alto de los rankings televisivos a estas alturas. El promedio conjunto de las 16 galas de este GH 1 se cifra en el 51.2% de cuota de pantalla y 7.733.000 espectadores, unos números incontestables que hacen de este el programa de entretenimiento más visto en la historia de la televisión nacional. En segundo lugar, estaría, precisamente, la segunda edición, con 6.770.000 y un 42.5% de cuota de pantalla. A partir de esta, por cierto, la producción se reubicaría en Guadalix de la Sierra, donde continúa en la actualidad.
La nueva percepción de la fama con 'GH'
Decíamos que Gran Hermano 1 se convirtió en algo aspiracional, y ahí los datos no dejan lugar a dudas: Mediaset indica que, desde 2000 hasta la actualidad, más de un millón de personas se ha presentado a los castings para participar; mientras que el total de personas que han convivido en la casa localizada en la Sierra madrileña, contando diferentes versiones y modalidades, asciende a 480 (la temporada más concurrida sería GH: El reencuentro, con 28 habitantes). Las variaciones de la mecánica que propusieron Mediaset y Zeppelin darían pie a un total de 28 ediciones: 18 de anónimos, 7 versiones VIPS, dos “Reencuentros” y un GH Dúo (por parejas).
Así, la franquicia encontraría en España su gran hogar, su principal mercado en todo el planeta, tanto por la longevidad como por su peso en parrilla: todas sus ediciones, con la salvedad de GH: Revolution en 2017, han gozado de un seguimiento envidiable, multiplicando su presencia hasta ocupar tres noches semanales por costumbre. A este sostenimiento influyó de forma decisiva el cambio de perfil de los concursantes: si la fama pareció ser una consecuencia indirecta del paso por el concurso en las primeras ediciones, con el paso de los años se invirtió la dinámica y era el objetivo último. Gran Hermano empezó a entenderse como una plataforma a la popularidad, la cuna de las que, con suerte, integrarían las nuevas generaciones de protagonistas de Telecinco. Eso llevó a los sucesivos castings a evidenciar una autoconsciencia cada vez mayor. Eso sumado a la necesidad por encontrar personalidades no vistas hasta la fecha fue extremando el contenido, que potenció el conflicto e igualó en importancia las polémicas dentro de la casa con las que se podían producir fuera, en el plató.
La importancia creciente del plató, del exterior, provocaría el siguiente cambio en el perfil en fechas recientes, que tiene que ver con la concepción actual de la fama y que terminó por dar primacía a GH VIP sobre su versión original. Para cuando se llevaron a cabo las dos primeras ediciones con personajes conocidos (entre 2004 y 2005, después de la quinta edición) había quedado más que comprobada la eficiencia del formato para lanzar carreras. Los famosos que participaban pretendían recibir una inyección de popularidad con la que mantenerse en la cresta de la ola. De personalidades como el actor Fabio Testi, el cantautor Tontxu o el presentador Rody Aragón, pasamos 15 años más tarde a Adara Molinero, Asraf Beno, Kiko Jiménez o Estela Grande: personajes cuya popularidad nace de su participación previa en Mediaset, en continuación rotación por su programación.
El caso de la ganadora de Gran Hermano VIP 7, que se diera a conocer precisamente como concursante de GH 17, evidencia hasta que punto ha cambiado la percepción de lo que es una celebrity: damos esa consideración a quienes precisamente participan en un reality show, en quien se expone plenamente a la audiencia. Gran Hermano se convierte así en una puerta giratoria (o en “televisión viral”, como diría Manuel Villanueva, director de contenidos del grupo): entras como anónimo para poder volver a entrar y mantenerte como famoso de pleno derecho.
Nadie sintetizó el cambio mejor que Paolo Vasile, que llegó a Telecinco solo algo antes de lo que lo hizo el reality de Zeppelin. “Siempre he dicho que hay dos Gran Hermano: uno es el de la primera edición, y otro, todos los demás”, dejaría por escrito en Gran Hermano, y ahora… ¿qué?“, publicado hace ahora diez años, justo para celebrar la primera década de vida del formato, sobre los cambios que enseguida experimentó este show.
La importancia de Mercedes Milá como icono
La identificación de Gran Hermano con Mercedes Milá permanece 20 años después de que la periodista diera la bienvenida a la audiencia por primera vez a la vida en directo. Aunque por el reality han pasado muchos rostros, ya fuera para hacerse cargo de los resúmenes diarios (Fernando Acaso, Jorge Fernández, Paula Vázquez...) y luego de los programas derivados (Jesús Vázquez, Jordi González y Frank Blanco estarían al cargo de los debates, implantados a partir de la cuarta edición), el sentir general es que el carácter de la espluguense había impregnado de forma definitiva el ADN del formato. Lo más curioso de todo es que no fue la primera elección de Telecinco: esta había sido, tras muchas cribas, Paco Lobatón, que rechazaría la oferta. Milá recibiría la llamada clave de Pilar Blasco, entonces productora ejecutiva y ahora presidenta de Zeppelin, y el resto es historia.
Con una convicción perenne en las bondades del formato, Milá se mantendría al frente de este de forma prácticamente ininterrumpida durante las 16 primeras ediciones de la versión anónima; Pepe Navarro asumió la responsabilidad de la conducción en la tercera temporada, un encargo del que ya ha dicho públicamente no guardar un buen recuerdo por el cuestionamiento continuado al que se enfrentó. No es de extrañar que la salida de Milá, para poner en su lugar a Jorge Javier Vázquez a partir de GH 17, coincidiera con el declive de la versión anónima. Si bien la experiencia del catalán como maestro de ceremonias de reality shows queda fuera de toda duda, se debatió sobre la conveniencia del tono que adquiriría el formato a posteriori. Acaso, con la salida de su antecesora se perdía esa noción de inocencia y sorpresa continuada que se identifica con la primera edición.
En la nueva etapa, además, los intentos por refrescar la mecánica no terminaron de fructificar: véase la entrada de 100 concursantes con la que se inició GH Revolution. Casualidad o no, son las dos últimas ediciones las que muestran una bajada más clara tanto en espectadores como en cuota de pantalla, marcando la decimoctava edición el peor dato de la franquicia: 14.3% de share y 1.484.000. Un desgaste, conviene aclarar, que no ha afectado al VIP, también a cargo de Vázquez (que tomó el relevo de Jordi González desde 2018).
Mientras tanto, Milá, afianzada en su nuevo destino tras salir de Mediaset, en Movistar+, sigue recibiendo preguntas sobre el programa. En septiembre de 2019, coincidiendo con el vigésimo aniversario del estreno en Holanda de la primera edición emitida en el mundo, aseveró a VERTELE que el futuro de la marca “tiene que ser muy grande porque es muy grande el formato”: “Gran Hermano no morirá jamás mientras haya gente dispuesta a hablar de su vida y compartirla. Estoy segura de que, de una manera u otra, GH siempre será un programa de televisión”.
No ha sido la única vez que se ha pronunciado sobre el porvenir del formato con motivo de su efemérides. De hecho, lo hizo recientemente para quejarse por el escaso reconocimiento que se le brindó en las celebraciones por el 30 aniversario de Mediaset, grupo al que, como cara de su programa cumbre, significó tanto: “Ahora ellos no quieren hablar de Gran Hermano porque como tuvieron ese problema con la denuncia de la chica que... Ya sabes”.
El caso de Carlota Prado y el ¿fin? de la marca
Lamentablemente, ya sabemos. La marca de Gran Hermano había sobrevivido durante casi veinte años más allá de controversias: ya la segunda edición tuvo uno de sus recuerdos más oscuros en la expulsión disciplinaria de Carlos Navarro, más conocido como “El Yoyas”, por comportamiento violento hacia la que era su pareja en la casa, Fayna Bethencourt; en la decimotercera, Argi, una de las favoritas para ganar, también acabaría fuera de la casa por orden de la organización por un desafortunado comentario sobre ETA. Sin embargo, ninguna polémica ha erosionado la identidad corporativa y emborronado el futuro del programa de forma tan evidente como el caso de abuso sexual acaecido dentro de la casa de Guadalix de la Sierra en Gran Hermano Revolution.
Los hechos tuvieron lugar el 3 de noviembre de 2017, durante la celebración de una fiesta, en la que José María López habría aprovechado que Carlota Prado, con la que había iniciado una relación, estaba en visible estado de embriaguez para, presuntamente, abusar sexualmente de ella. La productora presentó una denuncia ante la Guardia Civil un día y medio después, y sacó a López de la convivencia. Tras cuatro días en un hotel acompañada de psicólogos, Prado volvería al programa y una vez salió expulsada, presentaría la denuncia. El caso no alcanzaría auténtica resonancia hasta otoño de 2019, cuando comenzara el proceso judicial contra contra López. Sería el pasado octubre cuando la jueza de instrucción concluía que había indicios del delito. La vista oral arrancó a mitad de febrero, con la petición de la acusación de siete años de cárcel para el López, así como una indemnización de 100.000 euros por daños morales. A Zeppelin, como productora, también se le exigía la misma cantidad por los daños ocasionados por mostrar a la concursante el vídeo de lo ocurrido en el confesionario de la casa, tal como se hizo público.
La deficiente gestión del caso, desde que tuvieron lugar los hechos hasta la instrucción judicial, tuvo sus consecuencias directas y punzantes durante la emisión de la GH VIP 7. El clamor popular motivó la reacción de 40 anunciantes que decidieron retirar su publicidad del reality en plena recta final de la edición. Pese al éxito de audiencias obtenido, el caso trajo consigo la cancelación de los planes de un GH Dúo, previsto para el mismo comienzo de 2020, y la desaparición hasta nuevo aviso de una marca que ahora tiene un futuro incierto por delito.
'GH' más allá de 'GH'
La imagen de Gran Hermano ha quedado fuertemente dañada, hasta generar rechazo en una parte creciente de la población. Sin embargo, por más que podamos pensar que el horizonte de la marca es como mínimo incierto, el género de la telerrealidad al que insufló de vida (en directo) permanece vigente. No hay más que ver la solución que encontró Telecinco a la ausencia de su formato estrella: El tiempo de descuento, un sucedáneo con un título que evitaba asociaciones negativas, reunió de nuevo a los concursantes de la última edición VIP y le permitió rellenar horas de programación sin especiales dificultades. Aunque en la gala final de este epílogo Jorge Javier se mostró confiado en un posible regreso de GH a la pantalla, mientras tanto, la rueda del reality sigue girando en España, aún sostenida por esa inercia iniciada dos decenios atrás: el éxito dio pie al desembarco de Supervivientes, y a su rotación continuada, así como a tantos otros experimentos (por ejemplo, El bus, la respuesta de Antena 3 al temprano éxito de GH 1). Todo lo que ha venido después, en términos de telerrealidad, no existiría.
La percepción del entretenimiento televisivo ha quedado marcada por ese ojo que todo lo ve y que ahora determina nuestra visión del mundo y de la televisión en sí misma.
Reflexionaba Milá al comienzo de la emisión bautismal de Gran Hermano sobre la naturaleza de este artefacto cultural: “Nos preguntan qué es, si un experimento sociológico o un serial televisivo 100% real. Lo que les decimos es: juzguen ustedes mismos”. Desde entonces, España se ha acomodado en ese rol de observador. De juez de lo que ocurría dentro de la casa. 20 años después, el futuro del programa está en manos de la audiencia, como antes lo estaban sus concursantes.