“Hacía tanto tiempo que no les veía jugar que me he emocionado y todo” confesaba Ramón García tras ver a los nuevos participantes jugando al baloncesto en pañales. Y es que esa era la sensación que dejaba el regreso del Grand Prix, 18 años después del final de su etapa en TVE: emoción.
En una época en la que la nostalgia se ha adueñado del audiovisual y vuelven tantas series y programas que no sabemos ya en qué año vivimos, ver de nuevo la lucha entre pueblos en televisión sí que nos sitúa en el verano. Lejos de desubicarnos, el Grand Prix logra todo lo contrario: recordarnos de dónde venimos, con quién llegamos y dónde estamos ahora.
Porque el gran acierto del programa, producido por EuroTV Producciones, ha sido el de encontrar el equilibrio entre poner el vello de punta al despertar nuestra memoria y entusismar con las novedades. Casi todas ellas acertadas, aunque alguna no ha tenido una gran acogida y otra es incomprensible. A continuación las analizamos:
Ramón García “siempre estuvo ahí” y ahora con la evolución de Cristinini
Es sabido que Ramontxu llevaba años intentando recuperar, por activa y por pasiva, el mítico formato y ahora que lo ha logrado, eso no podía pasar desapercibido. De forma que los primeros minutos del estreno estuvieron dedicados al Grand Prix del pasado, pero también a aquel joven presentador que acabó mimétizándose con el programa:
Desde el arranque de esa primera entrega, Ramón estuvo como pez en el agua en el Grand Prix, parecía su casa y lo transmitía. Él le da el tono a cada reto y no al revés, estando atento a cada paso de sus compañeros, concursantes y cualquiera de los presentes. Habían pasado 18 años pero parece como si cada verano hubiera seguido ahí.
No está solo en esta nueva andadura, también le acompaña Michelle Calvó como una correcta y risueña embajadora de los pueblos recuperando algunas historias emotivas que han marcado a sus habitantes.
Y uno de los fichajes más arriesgados: el de Cristinini. Ella se sitúa en una cabina de retransmisión para ejercer de streamer-comentarista de cada una de las pruebas, con la complicidad del presentador.
Un nuevo rol que algunos espectadores en redes no han acabado de entender y, sin embargo, está ahí para darle el toque más actual al formato, y lo logra. Con comentarios ingeniosos y bien integrada, el papel de Cristinini promete convertirse en uno de los ingredientes con mayor evolución.
Las pruebas clásicas, los nuevos aciertos y un personaje añejo
Como decía anteriormente, el mayor acierto de esta versión actualizada del Grand Prix es que mantiene retos míticos que nos hacen viajar al pasado como La patata caliente, Los bolos, Los troncos locos y El diccionario y otros nuevos como El perrito piloto, Abejas a lo loco, La guardería y Escala como puedas que añadían interés por la apuesta.
Mientras los más mayores podían recogijarse en la nostalgia con las pruebas clásicas, los espectadores más jóvenes disfrutaban de unas espectaculares novedades. Así como satisfactoria fue también la solución a la desaparición de la vaquilla - ya que la nueva Ley de Protección Animal prohíbe la presencia de animales vivos en programas de televisión- por una supervaquilla disfrazada.
Puede que el punto más flojo llegara en cada intervención de Wilbur, un personaje fan del formato que acudía para probar cada reto. Pero lo hacía con un humor anticuado, cual cáscara de plátano pisada por alguien que resbala. Quizá con la intención de apelar al humor más casposo, pero incluso ese ya ha evolucionado.
Como tampoco aprovecharon el progreso de los videojuegos para ejemplificar cada reto. Lejos de ello prefirieron apostar por aquellas interfaces de los 90, cuando ahora son casi una réplica de la realidad.
Dos debilidades que, sin embargo, no empañaron el regreso de un programa que demandaban muchos nostálgicos y que han sabido traer a la actualidad, sin fallar a nuestra memoria.