La tercera temporada de 'Tabú' se centra en la maldad. ¿Por qué elegiste ese tema?
‘Tabú’ pretende hablar de temas que a veces son inconvenientes, complicados, difíciles o de los que no gusta escuchar. Con la maldad me plantee que un tema tabú es hablar de nosotros mismos y de lo hijos de puta que podemos llegar a ser en nuestra vida, aunque sea a pequeña escala.
Tendemos a pensar que los malos son los demás y que nosotros estamos en el lado de la buena gente. Pero, ¿y si nos lo hacemos mirar? ¿Y si vamos a esas maldades leves, cotidianas y que todos podemos acabar haciendo algún día? Desde colarte en el supermercado a no devolver un cambio de más, meterte en el metro sin pagar el billete, aparcar donde no debes, saltarte un semáforo en rojo… ¿Todo esto te convierte en un pequeño malvado? ¿En un malvado por poco tiempo y que luego vuelve a ser la persona honesta que crees ser?
La maldad era muy fácil abordarla si nos íbamos al terreno de los asesinos en serie y los violadores pero, ¿y si nos miramos a nosotros mismos? Teníamos un tema para tirar y hemos tratado de ordenar y jerarquizar las maldades. Partimos de la idea de que el nazismo lo cambió todo. Desde los nazis la idea de maldad se ha trivializado porque qué hay peor que el nazismo. Hemos relativizado el concepto de maldad. Claro que el nazismo tiene hueco en el programa, y de ahí va a lo más pequeño, a la semilla. ¿El malo se hace o se nace? ¿Hay una genética de la maldad?
Es un tratamiento de la maldad muy pegado a la calle.
Era lo que pretendíamos. Lo hemos hecho planteando dilemas morales y jugando con el espectador. Y hemos jugado con el espectador porque lo que ve lo ha vivido, de una manera u otra. En cada capítulo hay una cosa que le recuerda a algo o a alguien en una situación, que al verla dice “yo he hecho eso, yo soy así”.
No somos dioses, simplemente hemos tratado de ordenar y jerarquizar el concepto de maldad desde muchos puntos de vista: filosófico, ético, religioso, teológico…Lo que es malo aquí y ahora hace unos años aquí no era malo. Hace 30 años se perseguía al colectivo LGTB, y ahora eso suena horroroso. Dentro de unos años, algo que consideramos normal puede que sea una barbaridad dentro de 20 años.
El estreno de la tercera temporada se produjo días después el atentado de Manchester. ¿Tras hacer el programa ha cambiado su manera de ver a los terroristas, personas muy asociadas con el concepto de maldad?
No, porque he estado años y años en los que he trabajado mucho el terrorismo de ETA, los GAL, Al Qaeda, ISIS, etc. Pero sí tengo en mente un ‘Tabú’ sobre post-terrorismo. Una entrevista tabú es una entrevista a un miembro del ISIS y preguntarle por qué, para qué, para quién, adónde. Se trata de generar el ambiente para que esa persona se abra y el espectador pueda concluir si es un fanático, un psicópata, una persona a la que le han comido el coco y le han convencido…’Tabú’ es un programa en el que se puede preguntar de todo siempre que se haga con respeto y sensibilidad, pero para ello hay que generar el contexto, el ambiente para que alguien acepte que entrevistemos a un terrorista.
Si hiciéramos algo de Manchester tendríamos que preguntarnos por qué, pero yendo más allá de lo que ya sabemos. ¿Cuál es el proceso que te lleva a elaborar, sentado en un sofá, que lo mejor es inmolarte y hacerlo en un lugar donde haya adolescentes? ¿Qué pasa por esa mente? Eso es lo tabú, lo que no queremos escuchar.
¿Ve factible hacer este ‘Tabú’ sobre post-terrorismo?
Sí, sí es factible. Es uno de los temas que tenemos abiertos. Tenemos un par de cosillas en marcha y una de ellas es este. ‘Tabú’ es un programa que cuesta mucho hacer porque hay que empezar a hacerlo mucho antes, hay que generar una empatía con el personaje al que vas a entrevistar. Y esa empatía hay que generarla aunque el personaje sea una víctima o un asesino. Necesitas que esa persona confíe en ti para hablar y para abrirse en canal. Bien porque es la víctima de una violación en masa, porque es la madre de dos niños asesinados o porque es el asesino de esos dos niños.
Tienes que convencerles de que si hablan es porque quieren hablar, no se les obliga y no tienen ninguna necesidad. Si hablan, que estén seguros de que el tratamiento es el correcto. Ahora que tenemos producto para enseñar mola, porque antes teníamos que tirar de nombre, de marca y de trayectoria periodística.
¿Necesita pasar varios días junto a la persona que vas a entrevistar?
Sí, normalmente suelo llamarles o viajar yo antes de la entrevista. Es un detalle, pero también creo que es necesario. Les llamo directamente y me presento allí, voy al lugar, tomamos un café, comemos, me cuentan cosas, yo les cuento…A veces me dicen que sí (aceptan ser entrevistados), pero tapados. Yo les digo que no, que no pasa nada y que me busco otra cosa, pero necesito mirar a los ojos y que el espectador vea los ojos del entrevistado y que me vea a mí escuchando. Si no quiere hacerlo así no pasa nada, no se hace. Eso les sorprende.
En el primer programa hablamos del caso ‘Bretón’. ¿Qué hace que pasemos de ser tipos normales a convertirnos en bestias? Yo quería preguntarle a la exmujer de Bretón de José, el hombre del que se enamora, con el que se casa y con el que decide tener dos hijos. Yo quería preguntarle lo que se pregunta mucha gente: ¿le amó alguna vez? Y si le amó, ¿qué pasó? ¿Qué vio en él? ¿Cambió después u ocultó su maldad durante todos esos años?
Es que además tuvo dos hijos. ¿Qué pasó todo ese tiempo? ¿Cómo era con los hijos? ¿Era buen padre o mal padre? Porque igual te dicen que era un buen padre como cualquier jerarca nazi, que salía del campo de concentración y se iba a cenar con sus hijos, a jugar con ellos, a acostarse con su mujer, a rezar, y vuelve al día siguiente a Auschwitz. O como cualquier militar argentino en la Escuela Militar de la Armada. Estos ejemplos los hemos tratado esta temporada para ver cómo es esa disociación cognitiva: “Bueno, de 9 a 21 torturo y luego me voy a ver el partido de Argentina”.
¿Qué testimonio le ha impactado más esta temporada?
Tengo varios. Escuchar a la mujer de José Bretón (Ruth Ortíz) decir que le quiso, hasta que hizo lo que hizo, fue como “hostias, que ese tío quemó a tus hijos”. Ella no cuenta que estuvo enamorada, pero que es un hombre al que quiso y que de repente se convirtió en otra persona y ya no le reconocía. Cuando lo cuenta te dan ganas de abrazarla. Otro testimonio impactante fue el del famoso ‘Popeye’, el sicario de confianza de Pablo Escobar. El testimonio es apabullante por la normalidad con la que habla de todo lo que hacía.
Estuve con una superviviente de Auschwitz de 92 años (Annette Cabelli), que es de las cosas que me ha dejado más impactado. Hace una lección de historia de esas que muy pocos vamos a tener la oportunidad de tener de viva voz. Es una persona que tiene el número tatuado como en las películas y que entró con 17 años en Auschwitz, así que se acordaba de casi todo lo que le hicieron. Su hermano fue sometido a pruebas médicas por Mengele, le extirparon un testículo, le hicieron perrerías.
Una cosa que me impresionó bastante, no porque no lo conociera sino porque lo desconocían las personas con las que iba, es que estuve en Argentina hablando con antiguos torturados y desaparecidos de la dictadura argentina y sus testimonios son la hostia. Lo son porque son gente que ha conseguido somatizarlo y lo pueden verbalizar. Les advertí a por lo que iba, lo que me interesaba, que no era tanto lo que les hicieron, sino cómo sobrevive su mente a eso.
Había señoras que me contaban cómo agarraban la mano a sus torturadores porque necesitaban sentir una mano. Necesitaban agarrar la mano a alguien, aunque fuese al mismo hombre que les estaba metiendo la picana eléctrica, pero era el único hombre que había. Les decían “por favor, ¿me puede dar la mano?”
¿Cómo son los segundos después de cada entrevista? ¿La gente agradece haber podido hablar o liberarse sobre estos temas?
En muchos casos sí. Durante la entrevista están a gusto, aunque son larguísimas. Y lo son porque ellos están a gusto. En algunos casos las entrevistas funcionan como catarsis, se vacían y cuentan cosas que necesitaban contar. Siente cierta confianza para poder decirlo. Después te quedas tomando algo con ellos o incluso te vas a cenar en algunos casos. Pero simplemente te despides porque tienes que seguir haciendo cosas, trabajando y rodando.
¿Es posible hacer un programa como ‘Tabú’ en la televisión en abierto?
‘El caso Asunta’ va en la línea de ‘Tabú’, con un tratamiento periodístico serio y un tratamiento narrativo que se asemeje más a los grandes documentales o incluso a las series de televisión. Yo creo que el espectador va a agradecer volver, por fin, a la tranquilidad, al sosiego, a que te cuenten las cosas ordenadas, contrastadas, jerarquizadas, que te enteres un poco de todo, que no te sermoneen y que saques tus propias conclusiones.
Además, en este país empieza a ver, por parte de instituciones y fuerzas de seguridad, otra óptica con algunos medios y propuestas. Que la Guardia Civil te permita lo que ha permitido en ‘El caso Asunta’ o lo que permite la Policía en ‘Muerte en León’ es porque están seguros de que el tratamiento va a ser serio.
Ojalá haya más programas como ‘Tabú’, pero ‘Tabú’ tiene la suerte de estar en el medio en el que está y de poder hacer cosas un poco marcianas, como hablar 4 horas de la maldad. Cuando se lo plantee a los jefes me dijeron “¿vas a tener para 4 horas?”. Y cuando vieron el primero dijeron “qué bueno”.
En este tipo de formatos suele destacar el aspecto visual. ¿Qué importancia le dais en ‘Tabú’?
Muchísima. Un programa como ‘Tabú’ se basa en tres pilares. Uno es la parte periodística o de contenidos, que es seria, contrastada y rigurosa. Aunque hablar de riguroso me jode porque si el periodismo no es riguroso es que no es periodismo.
El segundo pilar es la elección de los personajes y de los especialistas que hablan. Todos son personas que lo dan todo a la hora de hablar. Y el tercer pilar es el envoltorio audiovisual, la narrativa cinematográfica. Es muy importante, porque le da un plus cinematográfico que hace que el espectador interiorice esos códigos que le parecen naturales en el cine cuando le están contando una historia de asesinos, pero verlo en televisión cuando le están contando la historia de un asesino real y habla el asesino real, pero con código cinematográfico, se lo traga porque parece una película. Pero aquí los personajes son reales.
¿Se plantea volver a la televisión en abierto?
No.
¿Ha tenido ofertas para ello?
No voy a decir si ha habido ofertas o no, pero no me planteo irme. Estoy tan a gusto haciendo lo que más me gusta en un medio que me permite hacerlo, además de innovar e inventar. ¿Para qué me voy a mover? ¿Para qué me voy a ir corriendo para tener más audiencia o más caché a un lugar donde tengo que trabajar con otras líneas de juego? Audiencia, publicidad y programación, básicamente, mientras que aquí programan bien y hacemos lo que queremos. Nos dejan hacer, confían en el producto que les damos.
Estoy feliz, pero la pena es que para hacer este producto tenga que ser en el pago. Esa es la otra reflexión, no me voy a ir porque en el abierto no me permitirían hacer esto.
Después de tres temporadas hablando de la muerte o la maldad, ¿qué ha aprendido del ser humano?
Los 'Tabú' son, de alguna manera, producto o destilación de mi vida profesional. He estado muchos años cubriendo conflictos, guerras, catástrofes naturales, crisis humanitarias, terrorismo en España...Y de todo eso empieza a destilarse 'Tabú', porque creo que soy un tipo que puede hablar con seriedad y con conocimiento de causa de esos temas. Un tipo que puede enfrentarse a un narco o a un impostor y que no me toree porque tengo empaque en cámara. Si viene un tío con una pistola le digo que baje un poquito, no pego un grito ni salto.
Puedo conseguir enfrentarme a este tipo de gente sin que choque ni parezca banal, histriónico o forzado. Parece natural, y ese es el secreto. Me enfrento a ese tipo de gentuza de manera muy natural. Y ellos me ven a mí también de una manera muy natural y se abren porque no les tengo miedo, pero les tengo respeto. Es algo que aprendí hace muchos años en los conflictos con los hombres con arma, no les tengas miedo pero sí respeto. El miedo se huele y si pierdes el respeto, el tío puede entrar en otra fase.
Por tanto, en estos programas no tengo miedo, pero sí respeto. Y los malos me respetan. Es como me decía 'Popeye': “Tú estás haciendo unas preguntas muy bravas”. Durante el tercer capítulo, el espectador al verlo podía pensar que me iba a pegar un tiro.
Él me insistía en la lealtad: “El patrón me era leal y yo era leal al patrón”. Y yo le decía que hablaba de la lealtad como un código exclusivamente mafioso. Yo también soy muy leal con mis amigos y mi familia y no mato.
No es que haya aprendido, es que como tengo tan aprendido al ser humano me permito el lujo de decantar esas emociones de las que tanto he aprendido. La muerte, la maldad, el miedo. El miedo es un temazo, ahí hay otra temporada.
¿'Popeye' fue de los que se quedó a comer o de los que se fue?
(Risas) 'Popeye' nos invitó a comer y tuvimos las narices de decirle que no, que teníamos que grabar un dron. Y eso delante de toda la banda armada, un tío en caballo, otro con un león...“¿Cómo que se van?” Y yo pensando que nos iban a dar. Pero bueno, mandé nuestra localización por Whatsapp, así que nuestros cuerpos los iban a encontrar (risas).