El próximo gran proyecto de ficción de Atresmedia se llama La Valla. Una ficción planteada como distópica y nacida por la experiencia personal de Daniel Écija al nacer “desplazado” en Australia, que la actualidad parece esforzarse por situarla en la actualidad y convertirla en realidad.
En el marco del festival MiM Series, que estos días cubre Vertele, los periodistas pudimos ver el primer capítulo de esta aventura familiar protagonizada por Olivia Molina y Unax Ugalde, y empezar a vislumbrar los sentimientos que transmite al espectador y la reflexión final, buscada o no, que genera.
Se trata de una serie de sentimientos alineados, que no encontrados. La empatía con su familia protagonista es total, sin posibilidad de que los líderes autoritarios tengan una mínima posibilidad con el espectador. Porque en La Valla, al menos en su primer capítulo, “los buenos” y “los malos” están muy claros.
Resulta casi imposible no sentir la angustia y la rebeldía contra las injusticias que experimentan sus protagonistas, mientras al mismo tiempo la serie logra inocular en el espectador, por simple cercanía con todos ellos, un irrefrenable y poco democrático deseo de devolverle a “los malos” la misma moneda, de esperar que les pase a ellos lo que ellos mismos hacen pasar al resto.
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Eso sí, para ello hay que luchar contra el miedo. Es otro de los sentimientos que la ficción logra compartir con los que la ven, y que alcanza un punto álgido al final del primer episodio en una “escena musical” que no desvelaremos por no hacer spoiler, pero que pone los pelos de punta por lo que supone y por quiénes la protagonizan, además de por lo que se ve en pantalla mientras el himno suena. La música es un elemento secundario, como siempre, pero en este caso muy bien insertado para acompañar el momento que representa.
Empatía, angustia, rebeldía, cercanía, miedo, y otros muchos sentimientos como la necesidad de huir y la desconfianza incluso por los que te rodean y prefieren apostar por el colaboracionismo. Un cóctel que se despliega desde el primer capítulo, realmente dedicado a la presentación y a poner todas las cartas sobre la mesa para luego desarrollar la trama.
Un universo que en verdad son dos, separados por una valla
Que La Valla tenga 13 capítulos puede indicar que la serie se toma su tiempo. Y realmente el primer capítulo no tiene un ritmo trepidante, sólo lo alcanza cuando la trama conduce a ello. Algo que se agradece y permite al espectador sumirse en sus silencios miedosos y paladear la sensación de desánimo y sometimiento que habitualmente viven sus protagonistas.
La ficción sabe también jugar con el misterio y la intriga. Desde su primera escena, que se sitúa 25 años antes de que se desarrolle la historia tras un salto temporal, los protagonistas se guardan un secreto que se antoja vital para el transcurso de la serie, y que marca la importancia de los niños.
Todos sus personajes conviven en un universo que en realidad son dos: el de los pobres que luchan por sobrevivir sometidos, y el de los ricos que someten y viven en una burbuja irreal en la que parece no haber existido III Guerra Mundial ni que el mundo esté sufriendo escasez de agua y alimentos. Dos universos separados por una valla y marcados por las apariencias, como resume una frase que pronuncia el personaje más frío y tenebroso de los que la serie presenta en su primer capítulo: “No importa lo que eres, sino lo que pareces. Uno siempre acaba siendo lo que parece”.
La distopía que produce una reflexión real y actual
En los últimos años ha habido un boom de series y películas distópicas. Principalmente porque da mucho juego fantasear anticipándose a lo que ocurre en el mundo, y sobre todo porque triunfan. Ficciones como The Walking Dead, 3%, El cuento de la criada o las películas Los últimos días, Los juegos del hambre y Divergente. Sí, La Valla es una más de ellas, y en su caso apuesta por contar una aventura protagonizada por una familia que lucha por acabar con un régimen que les ha quitado la libertad, basándose en ese sentimiento familiar y en el motor que en definitiva mueve la trama: el amor.
Para que el espectador se crea dónde están son imprescindibles las cuidadas recreaciones de una Madrid casi apocalíptica gracias al vestuario y a los efectos especiales, que brillan al mostrar edificios emblemáticos de la capital como la Puerta del Sol, el Congreso de los Diputados o la Gran Vía desgastados y semiabandonados, y “sufren” con las banderas, banderolas y textos que se añaden sobre algunos de ellos.
Y para que se crea qué sienten, la labor del elenco interpretativo resulta más que atinada. Unax Ugalde y Olivia Molina lideran con solvencia a una familia en la que la maestra Olivia Molina da una lección más, el joven Daniel Ibáñez aporta una pizca de humor muy necesaria, y hasta la niña Laura Quirós resulta convincente. Del otro lado Abel Folk sabe hacer que su personaje plantee dudas sobre su verdadera dureza, y la que interpreta a su mujer, la argentina Eleonora Wexler, hiela la sangre y apunta a ser una excelente malvada sin escrúpulos.
La Valla es una serie que, lo pretenda o no, produce una reflexión. Y aunque el factor medioambiental y climático aparece representado y es reconocido como una de las dos claves junto a la III Guerra Mundial, ciertamente se orienta más a la solidaridad, a la lucha de clases, a abrir los ojos ante las diferencias, a recordar lo que pasó en el siglo XX con las dictaduras fascistas, y a prevenir lo que podría ocurrir si las políticas extremas volviesen al poder.