Lecciones de Copyright para futuras estrellas del porno
Lo titularon The Deuce por el nombre que tenía entonces el cruce entre la séptima y octava avenidas: West 42nd AKA “forty-deuce”. La calle más sórdida del Times Square de 1971, el barrio más peligroso una ciudad desahuciada llamada Nueva York. Una manzana podrida de edificios cayendo a pedazos, ocupados por bandas, dealers, borrachos y yonquis.
Esta es la clase de ciudad que le gusta al experiodista David Simon, porque le permite recrear una economía compleja en un tablero relativamente pequeño. Es lo que hizo con Baltimore (The Corner, The Wire), Nueva Orleans (Treme) y Yonkers (Show me a hero). Lo ha escrito con su colaborador habitual George Pelecanos y ha escogido a Michelle MacLaren para dirigir el piloto y el finale. Naturalmente, les pareció imprescindible contar con el punto de vista femenino, dada la temática en cuestión.
Si The Wire iba de droga y Treme de música, The Deuce va sobre la industria del cine porno antes del advenimiento del home vídeo (que es la historia que cuenta Boogie Nights). James Franco está correcto haciendo de los gemelos Martino y Gary Carr está sublime como el chulo irresistible de navaja fácil, pero las estrellas son las chicas.
Todas consiguen ser cercanas sin caer en el cliché: la pueblerina que se cree más lista de lo que es (Emily Meade), la pequeña veterana que llora viendo Historia de dos ciudades (Dominique Fishbank), la pija feminista con un lado salvaje (Margarita Levieva). Pero sobre todo, la serie es de Maggie Gyllenhaal, que no había encontrado un escaparate a la medida de su talento desde Secretary.
Gyllenhaal tiene la extraña cualidad de transmitir cosas opuestas al mismo tiempo. Parece frágil y fuerte, cálida y calculadora, superficial y mística, contemporánea y vintage. En The Deuce saca todo el arsenal a la calle, y también algunos de los mejores diálogos.
No mires a la cámara
Es ella quien le explica a las chicas el concepto de royalty, porque cobran una vez por rodar una película pero no cada vez que alguien la ve, ergo están trabajando gratis y encima pierden un cliente. También le explica a un joven cumpleañero en qué se parece su trabajo al de su padre en el concesionario de coches. Y, al hacerlo, nos señala nuestros propios prejuicios, una trampa en la que habrían caído hasta el librepensador más radical.
Cuando va a rodar su primera película, no un jardín con piscina del valle sino un sótano, temática vikinga, el director le dice 101 del cine: no mires a la cámara, rompes la ilusión. Su cara es un poema, iluminada y cómica a la vez. La temática vikinga también tiene su historia. Todas están en El otro Hollywood, la historia oral del Porno de Legs McNeil.
La actriz exigió ser productora como condición para firmar el contrato, para asegurarse de que la serie respetaba a los personajes femeninos dándoles la complejidad que merecen. Aunque aún no está claro que The Deuce sea una serie feminista, sí podemos afirmar que Candy tiene el mismo problema que todas las mujeres en todos los trabajos del mundo: da igual lo buena que seas, lo mucho que te esfuerces y el éxito que tengas. Siempre hay un hombre que quiere protegerte, explotarte o darte una lección de humildad. En el Times Square del 1971 y en el de 2017.
La manzana más sórdida de América
Rolling Stone llamó a Times Square “la manzana más sórdida de América”. Los viajeros que llegaban al aeropuerto de NY eran recibidos con manuales de supervivencia que aconsejaban no coger el metro, no salir después de las seis de la tarde y no ir a Times Square. No siempre había sido así.
Ni siquiera tenía ese nombre hasta la llegada del New York Times, en 1904. Y en los años 20 era la manzana más famosa y burbujeante de la ciudad. Era el epicentro del espectáculo norteamericano, con fabulosos teatros, majestuosos cines y grandes hoteles de lujo como el Astor y el Knickerbocker. En 1927 hubo 264 espectáculos en Broadway, y todo el transporte público desembocaba en West 42nd soltando ríos de gente. Todo era champán, música y Fred Astaire hasta que llegó la Gran Depresión.
La clase media huyó en masa buscando alquileres baratos. Los teatros y musicales quebraron y se convirtieron en Peepland y Show World. Las actrices y bailarinas de aquellos teatros se hicieron coristas y después prostitutas. La II Guerra Mundial aceleró su caída: el alcalde La Guardia ordenó apagar todas las luces de noche y los soldados pasaban sus permisos allí.
La revolución sexual de los 60 empujó la pornografía bajo la protección de la primera enmienda. Cuando llegaron las tiendas de Peep shows a 25 céntimos en el 66, el barrio era ya una favela de mafias, prostitución y droga. La policía era escasa y corrupta, el crimen una epidemia. Se puede oler el ambientazo en este documental de 40 minutos que hizo el artista Charlie Ahearn desde su ventana. El Nueva York de los 70 no era precisamente una fiesta. Y, sin embargo, hay quien lo extraña.
Nostalgia burguesa por la era del terror
Cuando el cine de los años 80 retrataba aquella decadencia, lo hacía desde el terror burgués que había huido a los barrios residenciales. Un tema recurrente en aquellas películas era tener que coger el metro de noche o quedarse tirado con el coche en un barrio del centro, una mezcla entre The walking dead y Mad Max. Eso era entonces. The Deuce es la última producción (The Get Down, Vynil) que mira ese caos con algo parecido al afecto, como un momento de libertad entre dos bloques de hastío, mediocridad y represión.
Estos días, la ficción parece mirar con una nostalgia aquel enjambre pre-sida del que nacieron los happenings, el RAP y la Factory. Sueña con los bloques abandonados en los que abría sus bellos agujeros el bello Gordon Matta-Clark. Se imagina las noches del CBGB con Richard Hell y Blondie, los bailes drag, el hotel Chelsea de Robert Mapplethorpe y Patti Smith.
Parecería la misma clase nostalgia que generó Good Bye Lenin por los años del muro, un pasado más simple donde el alquiler es barato, el amor es eterno y se lee mucho porque no hay televisión. Pero aquello era una fantasía libre de capitalismo, mientras que The Deuce es el retrato en crudo del libre mercado, un capitalismo puro donde lo único que te separa de la muerte es el chulo que te sacude, y la única manera de tener un trabajo fijo es trabajar para un matón.
Hoy Times Square vuelve a ser el rincón de los grandes musicales, las cadenas de restaurantes y los estudios de televisión, pero sin el glamour de Fred Astaire y con 60 millones de turistas al año. Los productores tuvieron que peinar los cinco boroughs a conciencia hasta encontrar un trozo de calle remotamente parecido al “forty-deuce” original. Al final, han rodado en la Avenida Amsterdam de Washington Heights, entre West 163rd y West 165th. Han añadido los arcades, cines X y hoteles de habitaciones por hora porque, con nostalgia o sin ella, aquel Nueva York está tan desaparecido como el espíritu del Village Voice.