CRÍTICA
'Los niños de Hollywood': infancias arrojadas al vacío ante unos focos que no lucen empatía
Cada etapa de la vida tiene sus complicaciones, incluye determinados elementos que hay que ir afrontando ya sea para aprender a caminar sobre el mundo, entender y forjar quiénes somos y querremos ser en el futuro, descubrir a qué dedicarnos, luchar por ello, estabilizarnos, ¿tener una familia?, envejecer, convivir con nuevas versiones de nuestros 'yo'. Ser. Sin embargo, el mayor desafío en cuanto a vulnerabilidad, fragilidad e inseguridad lo contiene la infancia. El momento en el que, en teoría, menos control tenemos sobre nosotros mismos de nuestras vidas. Por ello, los contextos a los que pertenezcamos son tan relevantes e influyentes en la forma en la que encararemos nuestra experiencia y relación con el mundo.
Una infancia particularmente única es la que protagonizan los niños y niñas intérpretes, por muchos motivos. “Cada año, más de 2.000 niños hacen audiciones en Hollywood. El 95% no consigue trabajo nunca”, expone en su inicio el documental Los niños de Hollywood (Showbiz Kids), disponible en HBO. Unas cifras que anticipan la hora y media de contenido y testimonios de quienes crecieron bajo la luz de focos, en sets de grabación, platós de televisión; y a los que el dinero y la fama no brindaron necesariamente facilidades, satisfacciones ni confianza. “No sabía que era especial”, recuerda la fallecida en febrero Diana Serra Cary (Babby Peggy), que se convirtió en una estrella del cine de mudo con tan solo 2 años en 1920. “Se pensaban que éramos de goma”, lamenta sobre el trato que recibía junto a sus compañeros.
Entre quienes se vieron obligados a actuar como “adultos en miniatura” (1982) está Henry Thomas, que lideró E.T. El extraterrestre con 11 años. El intérprete comparte que para él “lo más duro era ir al colegio”, ya que lo que quería era “tener amigos, hacer cosas normales”. Y es que el día a día de estos jovencísimos artistas consistía en combinar las clases con las audiciones, generando el consiguiente “cambio estructural”, como lo define Cameron Boyce, en sus familias. El que fuera estrella de Disney Channel, que murió el año pasado por un ataque asociado a una afección que padecía mientras estaba dormido, es uno de las voces reunidas por Álex Winter en la película. “La gente te pone en un pedestal pero tú no tienes ni idea del mundo”, afirmó. Tras encarnar a Jessie y aparecer en otros títulos como Los descendientes y la reciente Señora Fletcher, explicó la gran preocupación que le generaba querer hacer avanzar su carrera más allá de la factoría del ratón, pero a la vez “no dejar de ser un modelo para los niños. ¿Cómo se hace eso?”. Antes que él lo intentaron figuras como Hilary Duff, Justin Timberlake, Ryan Gsoling, Shia LaBeouf, Lindsay Lohan, Demi Lovato y Zack Efron, entre muchos otros y cada uno con a su particular manera.
Sexualización, explotación y abusos
“Las sesiones fotográficas me horrorizaban y traumatizaban, más que actuar”, rememora Evan Rachel Wood, protagonista de Thirteen (2003) a los 14 años. La actriz critica cómo le “obligaban a ser femenina”, y lamenta que exista una presión sobre la gente para “no salir del armario y que se ajuste a los roles de género que predominan en la industria cinematográfica”. La sexualización y cosificación, lacras que afectan especialmente a las niñas como ha puesto en evidencia los comentarios arrojados sobre Millie Bobby Brown (Stranger Things), forman parte de la industria. Milla Jovovich, que debutó con 13 años en Tren nocturno a Kathmandu (1988), secunda la opinión de su compañera: “Todo era muy subido de tona como para ser una niña”.
Pronto se convirtieron en rostros de moda en riesgo de convertirse en juguetes rotos, y a día de hoy no comprenden que nadie les preguntara qué tal estaban. “Si hacía bien mis escenas se asumía que estaba bien”, expone la intérprete de Westworld. En esta línea, expone que las circunstancias llevan a que crezcas concibiendo a amigos como adultos. “Me creía especial y madura”, declara, “es muy triste que la gente se aprovechara de eso”. Por desgracia, los abusos sexuales han sido y se mantienen como una constante dentro de Hollywood, algo en lo que la competitividad presente en la industria no ayuda en absoluto, para la actriz. “Empieza a verse bien a quiénes más aguantan los abusos”, señala crítica.
Uno de los aspectos más interesantes del documental es cómo contrapone los testimonios de quienes desarrollaron sus infancias dentro de Hollywood; con la de dos niños, aún anónimos, que están en busca de su oportunidad. Marc, a quien su madre acompaña a todos las pruebas y clases, lleva siempre un reloj inteligente para que, si le pasa algo, pueda llamar en seguida a pedir ayuda. Así de aprehendido está el peligro. Todd Bridges, que apareció en la serie Arnold con 13, fue sufrió abusos sexuales y revela que lo que más le dolió es que su padre no pusiera de su parte. La situación le introdujo de lleno en una espiral de autodestrucción.
La drogadicción no se elige
Will Wheaton, protagonista de Cuenta conmigo (1986) a los 14 años es de los protagonista del documental que con menos cariño recuerda su infancia en los sets. “¿Qué niño dice 'quiero trabajar' con 7 años?”, se pregunta. En el citado filme coincidió con el fallecido por sobredosis River Phoenix, a quien estaba muy unido y admiraba profundamente. Sin embargo, cuando el actor empezó a drogarse, se distanciaron. “Confiaba en que cuando pasaran un par de años y lo dejara, volveríamos a ser amigos”, declara, pero aquello nunca pudo ocurrir. El suceso le lleva a hablar sobre la adicción en la que recaen compañeros que, como él, entraron en la industria siendo muy pequeños. “No es algo que se elige”, subraya sobre cómo la presión y la absoluta falta de control empuja a encontrar vías de escape tan extremas.
La actriz Jada Pinkett Smith, que debutó con 19 años y actualmente es madre de un hijo y una hija intérpretes, asegura que “no sé quién habría acabado siendo si hubiera tenido redes sociales”. Un añadido actual a la difícil tesitura a la que se enfrentan las jóvenes estrellas. Un contexto en el que la desconfianza se incorpora a la personalidad de cada uno como escudo protector. “Se presiona a los artistas jóvenes a estar mentalmente sanos”, comparte sin dar crédito.
Por su parte, Mara Wilson, intérprete de Matilda, lamenta que “todavía me dura. No sé cuando me quieren por mis contactos o si les caigo bien por la idea que tienen de mi de cuando era niña”. La película incluye imágenes de archivo de todos ellos siendo bien pequeños, con en su caso una entrevista de televisión en la que se le cayó un diente en pleno directo. Aun así, uno de los mayores impactos a los que tuvo que hacer frente fue a buscar su nombre en Google y encontrarse que había videos pornográficos con su cara sobre cuerpos adultos. En amplia mayoría, los protagonistas del documental coinciden en la crueldad implícita y la difícil transición entre actor infantil y actor adulto. Como si en los rodajes se esperara que siguieran siendo el niño de E.T. La industria infunde sobre ellos una invisibilidad que cuesta procesar, dado que no todos los teléfonos siguen llamando con la misma asiduidad una vez entra el juego el acné, cambian las voces y crecen los pechos.
La realidad y las palabras de los protagonistas son lo suficientemente contundentes como para sacar los colores de una industria tan voraz. Solamente se echa en falta que intente dar alguna solución para que lo que ocurra detrás de los telones sea más positivo, saludable y lógico para quienes compaginen sus infancias “de verdad” -si es que esto existe- con las que hacen posible la ficción. Quizás que sus protagonistas hubieran compartido cómo habría mejorado su experiencia habría enriquecido aún más su contenido, pero aun así queda claro que “mirar para otro lado” siempre será la peor solución y que cuanto menos se idealice y romantice el supuesto éxito, menos habrá que sacrificar de uno mismo para -o no- conseguirlo.