“¿Soy la única cansada de esperar?” Los cambios, su complejidad, su tiempo de gestación, su permutabilidad y el largo etcétera de circunstancias que consiguen hacerlos avanzar, estancarse e incluso retroceder, los convierten en realidades absolutamente poliédricas, y apasionantes. También pueden ser muy frustrantes, sobre todo si implican querer lograr un cambio social, político, económico y cultural. El feminismo lo sabe bien desde que en el siglo XVIII diera sus primeros pasos.
Davhvi Waller, guionista de Mujeres Desesperadas y Mad Men, se lanza en Mrs. America a abordar un episodio que ocurrió unos cuantos años después, en la década de los 70. Etapa en la que el movimiento para ratificar la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) se topó con una inesperada reacción y enemiga. La conservadora Phyllis Schlafly movilizó a las mujeres de su misma ideología para oponerse a la citada reforma. En su piel se mete la dos veces ganadora del Oscar Cate Blanchett, que aquí ejerce de líder absoluta de su causa, a la vez que esposa y madre de seis hijos. Una historia que la ficción desarrolla en 9 episodios que HBO estrena finalmente el próximo sábado 18 de abril tras retrasar su lanzamiento, previsto para hoy miércoles, por el coronavirus.
En la peluquería, una charla con su amiga Alice Macray (Sarah Paulson), lleva a la protagonista a abrir los ojos a las posibles consecuencias de la enmienda, determinando que pondría en desventaja a las amas de casa, llevaría a las mujeres a ser reclutadas en el ejército y les obligaría a perder protecciones como la pensión alimenticia. La aparentemente implacable Schlafly, que goza de una oratoria encomiable, combina llevar la batuta de su propia orquesta con el cuidado su familia. Como ella misma sostiene, obligar/permitir a las mujeres trabajar más allá de los hogares les llevaría a tener dos ocupaciones a jornada completa, dentro y fuera de casa.
Su premisa se corresponde con el concepto de 'supermujer' que abarca la carga de esta doble jornada, añadiéndole el deber de ser una madre perfecta, amante excepcional y estar siempre guapa, y dispuesta. Como lo es la propia Schafly a la que, tras viajar para intentar conseguir financiación con la que sacar adelante su campaña, su marido no le da tiempo ni a quitarse las lentillas antes de forzarla a que se baje las bragas. No le importa qué tal le ha ido la travesía, pero sí que se abra de piernas.
Música, grupos de discusión y carrera política
Mrs America apuesta por mostrar no sólo las pretensiones de la también conocida como “la novia de la mayoría silenciosa”. La serie contrapone sus ideas con las de las feministas, las defensoras de la ERA, y fundadoras de la Asamblea Política Nacional de Mujeres en 1971. Un grupo al que pertenecieron la periodista Gloria Steinem (Rosa Byrne) tras haber escrito en 1969 el artículo After Black Power, Women's Liberation [Después del poder negro, la liberación de las mujeres] que la convirtió en una líder del movimiento; la abogada y política Bella Abzug (Margo Martindale); la primera mujer afroamericana elegida para el Congreso Shirley Chisholm (Uzo Aduba); y Betty Friedan (Tracey Ullman), que para entonces ya había publicado uno de los libros clave del pensamiento feminista, La mística de la feminidad (1963).
En él abordó lo que definió como “el problema que no tiene nombre”. Tras la Segunda Guerra Mundial, la domesticidad obligatoria volvió a reinar, arrastrando a muchas mujeres a la insatisfacción consigo mismas y con sus vidas. Como la propia autora explica en la obra, “la mística de la feminidad afirma que el valor más alto y la única misión de las mujeres es la realización de su propia feminidad”. Debido a esta, “solo pueden encontrar su total realización en la pasividad sexual, en el sometimiento al hombre y en consagrarse amorosamente a la crianza de sus hijos”. ¿Alguna correspondencia con lo defendido por Schlafly y su cuadrilla?
Detenerse en toda esta teoría es esencial para entender el contexto en el se sitúa la ficción, y también en el por qué de tantísima contradicción entre ambos frentes. Quizás sea esto precisamente algo que le falte a la serie: ahondar algo más en cada uno de los diversos y complejos personajes con los que aposentar sus pensamientos, argumentos, dudas y debates tanto internos como externos. Puede considerarse que a su vez es una virtud, porque en cierto modo invita a querer profundizar en la historia de todas estas personas que lucharon décadas antes que quienes lo hacen hoy. Pero habrá quienes se pierdan por el camino.
Feministas y conservadoras, todas llevan el mismo pijama
La cámara adopta más ritmo, movimiento y color cuando se detiene a captar cómo eran las reuniones de las feministas, cómo Schlafly las llevó a tener que contraatacar, a cuestionarse y sobre todo a encontrar la forma de hacer ver a los demás lo que para ellas era evidente. Por supuesto, el movimiento feminista se enfrentaba entonces a obstáculos mucho más allá de la propia activista conservadora, pero la puesta en escena en Mrs. America pone el foco en su contraste. Como así lo evidencia a nivel formal, en los tonos pastel, vestuarios impolutos y composiciones en mayor medida estáticas y casi geométricas que rodean a Blanchett y compañía.
Sin embargo, al llegar la noche, su personaje y el de Byrne se sientan en el sofá a disfrutar de la misma película en la televisión. Todas han de hacer frente a sus “obligaciones” como madres y esposas; o si no han querido casarse, esconder que mantienen una relación por cómo se las va a juzgar y machacar. Los “errores” se penalizan dependiendo del sexo. “No es lo mismo que la mujer abandone una casa a que lo haga el hombre. No dividas la familia”, le recuerda y advierte el marido de Schlafly cuando esta pretende pasar un día fuera. Ella insiste en defender el concepto de “familia tradicional” en sus discursos, en que las feministas no les quiten “sus privilegios”, a las que tachan de no divertidas y de “lesbianas radicales”. No me digáis que por momentos no recuerda a algunos de los sermones de Vox.
“No puedes esperar tener todo lo que quieres”
En los 70 la esfera pública y de poder era dominada principalmente por los hombres. Algo que se evidencia en el personaje de Blanchett y en cómo a pesar de su conservadurismo, dialéctica e indudable capacidad, se enfrenta como “cualquier otra mujer” a una reunión para sacar adelante su campaña. Por supuesto, rodeada por hombres trajeados. “¿Por qué no tomas tú unas notas?”, le pide uno de sus acompañantes. Y ella, perpleja, sale de la sala para pedirle a la secretaria -cómo no, mujer- que le deje un bolígrafo para proceder a su doble labor en el encuentro: defender sus argumentos y hacerlo constar en acta.
La escena es sólo una acertada pincelada sobre cómo los pasos en la lucha por la igualdad, que recordemos, es lo que defiende el feminismo, parecen tener que irse dando pidiendo permiso, y poco a poco. La icónica Gloria Steinem consigue convencer a uno de los congresistas demócratas para que incluya parte de sus peticiones en su programa, como que las mujeres puedan tener control sobre su propio cuerpo. “No puedes esperar tener todo lo que quieres”, le espeta casi incrédulo el político, “todavía no queremos oír hablar de ello”. Con este bofetón de realidad y de inmovilidad la devuelve a su asiento. Una butaca, eso sí, que no la mantendrá pegada por demasiado tiempo, pues pronto se levantará para celebrar las palabras de su compañera Shirley Chisholm: “Necesitamos estar unidas. Una voz, un mensaje”. Y en ello y con ello seguimos; muchas y muchos.