El 19 de mayo de 2019 parece quedar lejos, pero es una fecha importante de recordar porque supuso una “profecía televisiva” que, después de más de un año, demuestra ser muy acertada. Ese día se lanzó el último capítulo de Juego de Tronos, el gran fenómeno global de HBO, que por aquel entonces ya se definió como la última serie que íbamos a ver y compartir todos juntos. Y la profecía se sigue cumpliendo.
La serie fantástica logró lo que ahora parece impensable: convertirse cada semana en un evento. Cada uno de los capítulos de su última temporada consiguió generar un impacto similar al del estreno o el final de la misma, no sólo en visualizaciones sino también en conversación. Todos veíamos a la vez Juego de Tronos, y por lo tanto todos hablábamos a la vez de Juego de Tronos. Su éxito no sólo era de audiencia (aunque HBO, como el resto de plataformas, siga negándose a dar datos), sino también de impacto y visibilidad. Es innegable.
Las nuevas formas de consumo han dinamitado esa percepción, esa vivencia social. Durante la presentación de la serie La Valla, Sonia Martínez (actual directora editorial de Buendía Studios, por entonces aún directora de ficción de Atresmedia) ya vaticinaba al reconocer la crisis de la ficción en abierto que de cara al futuro “tendremos que hacer propuestas diferentes, que tengan que ver más con lo colectivo. Si somos capaces de ver que hay series que se puedan disfrutar desde lo colectivo, volveremos a tener algo que ofrecer al público”.
Las normas que rigen la ficción en streaming son distintas, pero también las plataformas saben que lograr un éxito mantenido resulta ya casi imposible. Por ese motivo el estándar que se ha impuesto es el “modelo Netflix” basado en el “atracón” (publicar todos los capítulos de la serie de golpe), que condensa la repercusión en el estreno, aunque luego resulte un impacto fugaz. No hay una conversación mantenida, una cobertura mediática constante, sino una concentración de percepción de éxito -ni tan siquiera de éxito como tal-. ¿Recuerdan cuánto se habló del estreno de Antidisturbios en Movistar+? ¿Todo lo que se comentó, llegando incluso a quejas formales de sindicatos de antidisturbios y críticas en la esfera política? ¿Parece lejano, verdad? Lo cierto es que Antidisturbios se estrenó el 16 de octubre. Hace apenas tres semanas, por lo que con emisión tradicional sólo habría ofrecido tres entregas.
Esto no es una crítica contra el nuevo modelo “a la carta”, ni mucho menos. Un modelo que prioriza la elección del espectador, y no le obliga a ceñirse a los deseos de la cadena, es un paso adelante y celebrable “para nosotros” los que vemos esas obras, que todos los miembros del sector audiovisual reconocen y legitimizan. Simplemente es la constatación de que este modelo, esta forma actual de consumo además muy fragmentado por las plataformas, hace que las series queden más rápidamente olvidadas. Las propias empreas lo saben, y por eso HBO conserva la emisión semanal de algunas de sus ficciones (como Patria), y Movistar+ ha experimentado con distintas estrategias de emisión. Pero si cada uno vemos la serie cuando queremos o podemos, cada uno hablamos de ella cuando la hemos visto. Ya no hay, ni parece que habrá, ese acontecimiento social.
'Patria', un adiós mayúsculo que ojalá diese ejemplo
El “modelo Netflix” impulsa el consumo compulsivo y concentrado, y logra una percepción de éxito que en realidad dura sólo días tras lanzarse la ficción: una semana después ya empieza a olvidarse, y parece hasta lejano. Al habituarnos a él, hay otras series que alargan durante semanas su emisión y su impacto se diluye centrándose sólo en su estreno y en su final. Cada uno de los capítulos no genera la misma conversación, sino que se convierte en “uno menos para su cierre”. Y eso le ha pasado a Patria Patriaen HBO.
La serie creada por Aitor Gabilondo ha lanzado este domingo su octavo y último capítulo, que ha vuelto a hacer que se hable de ella aunque sea en menor medida que en su estreno, también con la ventana del abierto en Telecinco. Entre ambos ha habido seis episodios, seis semanas, en las que la sobresaliente ficción basada en el best seller homónimo de Fernando Aramburu no ha generado tanto debate como logró en su lanzamiento. O quizás como padeció en su lanzamiento, puesto que la previsible polémica que reciben todas las ficciones sobre ETA se convirtió en vorágine política y del propio escritor por su cartel, entre otras. Y lo cierto es que es injusto.
Es injusto porque Patria cierra con un capítulo que pone un broche de oro a su convincente desarrollo. Un último capítulo que apuñala al espectador y deja una pregunta en el aire, “¿para qué?”, que remueve su conciencia. Un último capítulo que es tan bueno como el primero, pero también como los otros seis, a los que sólo se les pueden achacar excesiva aceleración para desarrollar algunas tramas secundarias. Porque aunque la nueva forma de consumir series haga que todo se concentre en el estreno, Patria es una “buena serie” de principio a fin, como lo ha reconocido la crítica y su palmarés de premios, siendo el último ejemplo el Ondas.
Es injusto porque el trabajo de Elena Irureta como Bittori, con su determinación y valentía mezclados con unos golpes de humor negro de los que cuesta hasta reírse; o el de Ane Gabarain como Miren, logrando que el odio que siente su personaje se traslade de forma inversa contra ella a través de la pantalla; o el de Loreto Mauleón como Arantxa, haciendo de la inexpresividad la mejor expresividad; bien merecería una dedicación semanal. Aunque a buen seguro que los premios valorarán ese poder femenino que impregna toda la serie, y que en su final abraza el cariño y el amor más allá del entendimiento.
Es justo que Patria sea considerada una de las series del año, sin entrar en el absurdo debate de intentar ponerla por encima o por debajo de otras. Es justo que ya recoja premios, y que abra un horizonte con todavía más reconocimiento. Pero es injusto que, por la nueva forma de ver las series, no la hayamos visto y compartido todos juntos. Y es una pena que su mensaje, su pregunta de “¿para qué”?, vaya a quedar diluido en un año en el que la ficción nos ha señalado el camino de la cicatrización. Es una pena que a todos nos haya hecho reflexionar por separado, y no en necesaria conversación.