Paula Vázquez ha sido la protagonista de la quinta entrega de la temporada de Estirando el chicle. El podcast de Victoria Martín y Carolina Iglesias ha sido el espacio donde la presentadora gallega, que volverá próximamente a TVE con la nueva edición de Bake Off: Famosos al horno, se sentaba con las cómicas para hablar de su larga carrera en televisión, lo que incluye también hablar de la depresión que padeció y acabó por hacerla parar durante una temporada.
La comunicadora reconoció a sus entrevistadoras que recuerdo su periodo de máximo esplendor profesional como una etapa de “sacrificio”: “De los 17 a los 30 no me relacioné, no tuve vida. Lo recuerdo todo muy sacrificado”, explica la televisiva de una época en la que a los presentadores de entretenimiento “no nos dejaban tener cue, tenías que estudiar”.
Además de eso, se sumaba la exigencia física: “En mi época los estereotipos ultrasexualizados eran todavía más potentes, que siguen siéndolo”.
“No salía, no vivía, y ahora con 50 años estoy que me vuelvo loca”, rie, antes de dejar un dato de impacto. “Recuerdo una época en que me ponía en la agenda cuándo podía llorar”. Así estaba, explicaba, por los sobreesfuerzos que hacía para responder en los múltiples frentes que tenía abiertos: “Hacía un programa en Francia, una película en Italia, hacía el Euromillón aquí. Tenía bolos sueltos, y mientras un catálogo de bikinis, entrenar... No tenía vida”.
“A mí me parecía normal llegar a casa y llorar”
Aunque fue una “época difícil”, sí tiene buenos recuerdos de formatos como el Un, dos, tres, y en especial de unas compañeras que “fueron maravillosamente generosas”. También tenía buen recuerdo de El euromillón, aunque no tanto de La isla de los famosos. “Hubo de todo. Lo pasé muy bien, pero lo pasé muy mal”, comenta, y recuerda que el reality le exigía incluso bregarse en otros departamentos: “Como estos programas no lo hacían mujeres, no estaba estipulado en el presupuesto ni estilismo, peluquería ni maquillaje. Iba con una mochila con el kit de la buena presentadora”.
El agotamiento derivó en el diagnóstico de una “depresión grotesca”, al que llegó tras llegar a sufrir alopecia por el estrés: “Yo hacía de Paula Vázquez, como que todo iba estupendo, hasta que se me empieza a caer el pelo, y me quedo casi calva”. Llegó a pensar que estaba “muriendo y nadie se estaba dando cuenta” hasta que recibió el diagnóstico.
“A mí me parecía normal llegar a casa y llorar”, confiesa, acusando el esfuerzo por hacer frente a una “represión constante” que exigía “hacerse la tonta” a las presentadora: “Soy poligonera, de Caranza, eso de hacer de niña bien y niña buena me costaba esfuerzos”.
De ahí a los momentos de incertidumbre y de sanar, así como de readaptar sus necesidades fuera del trabajo: “Yo cuando se encendía el pilotito rojo era feliz. Ese mundo lo controlaba muy bien. El guion estaba escrito y sabía lo que me iba a pasar. Mi vida ea una escaleta [...] Mi problema fue cuando tuve que salir al mundo, hacer de Paula y enfrentarme a gente, discutir y poner límites. Me llevé algunas hostias que ni me imaginaba, de amigos, de familiares, de novios, de gente con la que he trabajado... No sé poner límites, y es algo que todavía estoy aprendiendo”, cuenta.