La fiebre por los polemistas en programas de TV: ¿cuál es el límite para difundir opiniones “dudosas”?
Cuatro al día albergó el pasado lunes una agria discusión entre Joaquín Prat y Juan Carlos Monedero. El motivo fue la participación, la segunda en menos de 7 días, de Mónica, una adolescente negacionista del coronavirus que reclamaba su derecho a “divertirse” y a seguir haciendo botellón sin respetar las medidas de seguridad básicas, como la obligatoriedad de la mascarilla. Tras escuchar la intervención, y mientras un médico del SUMMA, Salvador Espinosa, participaba como testigo a la espera de tomar la palabra, el que fuera fundador de Podemos hacía autocrítica por la responsabilidad de la sociedad al dar pie a esta clase de comportamientos egoístas, y señalaba a los medios en particular: “Algo de culpa tienen cuando hacen algo tan poderoso como ponerle un altavoz a una persona que no está preparada”.
El presentador no tardó en responder a su tertuliano por sus palabras, molesto por tildar a la entrevistada de “víctima” por sus actitudes incívicas y al “periodista de turno” como “verdugo”: “Nos parecía que el testimonio de Mónica era relevante respecto de las razones que llevan a algunos a hacer botellón y saltarse la ley a la torera y por eso la invitamos a participar”, argumentó el presentador de Mediaset para justificar la presencia de la joven en el programa, negándose a recibir “lecciones de periodismo”.
La existencia de comportamientos tan criticables como el de Mónica, es cierto, bien merecen un análisis y una crítica como la que el mismo Prat realizó en su magacín vespertino. Ahora bien, ¿implica eso proporcionarle un altavoz no ya en una ocasión, cuando la joven saltó a la actualidad con sus comentarios en Twitter, sino en una segunda? ¿Y una tercera?
Porque tras su segunda aparición en Cuatro al día, tan solo un día después, Espejo Público también requirió la presencia (telemática) de la negacionista de 21 años, que se volvió a expresarse en Antena 3 en similares términos no ya sólo a los escuchados en la competencia, sino también en sus redes sociales. Una monserga ya recibida y cuestionada, pero a la que se otorga validez al reservarle minutos de exposición y equipararla a la de los expertos en medicina que de un tiempo a esta parte colaboran en formatos de actualidad.
Aunque los presentadores no escondan su rechazo a declaraciones como esas, el hecho de que se sigan recurriendo a ellas resulta también cínico. El mantra de “escuchar a todas las partes”, en el que se escudan los programas a menudo (recientemente hablamos de ello con TVE y su invitación a un conocido de los discursos LGTBfóbicos), puede llevar a legitimar juicios que de otra forma no pasarían de lo anecdótico o que al menos acabarían siendo desterradas, en una suerte de efecto Streisand.
Porque, ¿aporta algo lo que diga una joven irresponsable que se niega a reconocer la existencia de un virus cuando tiene al otro lado de la pantalla a un profesional de la salud que no conoce de primera mano sus efectos? ¿Sirve verdaderamente de algo? Y más aún: ¿Si un programa ya ha comprobado que en directo lo único que hace es polemizar sin fundamento y en base a creencias falsas, por qué repite ese mismo programa, y por qué otros piensan que recurrir a esa opinión es válido? ¿O es sólo por la audiencia?
El caso de Pilar Gutiérrez, famosa por blanquear el fascismo
Si bien no deberíamos culpar a la ligera a los medios por la existencia de según qué opiniones, sí conviene la autocrítica cuando se asciende a personalidades o prescriptores a personajes como Mónica o como, en su momento, Pilar Gutiérrez, esa “portavoz del franquismo” a la que se recurrió con frecuencia a raíz del proceso para exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos. A finales de diciembre, Prat decidió zanjar una conexión con ella en cuanto esta comenzó con sus soflamas habituales y empezó a atacar al Islam. “Esta tía no vuelve más”, prometió el presentador, algo que se cumplió... Pero después de que hubiera participado en una larga lista de programas y que se le hubiera dado el carácter de “celebridad” televisiva.
No hay que olvidar que este lance observado en Cuatro día sucedía a colación de su controvertida participación en Ven a cenar conmigo, en la que concursó como una más y donde dejó muestra sobradas de su ideología de extrema derecha y de su blanqueamiento de la dictadura que rigió en España durante casi 40 años. Fue Omar Montes, otro de los conocidos concursantes, quien le marcó un límite y expulsó a Gutiérrez de su casa. Este incidente, sumado al clamor popular que generó y a su efímera aparición un día después en otro programa de la casa, zanjaría en buena medida su popularidad televisiva, granjeada a base de protagonizar debates encendidos en Espejo Público de Antena 3, en Hechos reales y El programa de AR en Telecinco o en Todo es mentira de Cuatro.
De igual modo se ha dado voz, y sigue dándosele de forma periódica, a otro ultraderechista como Juan Chicharro, aunque en su caso se justifique por su estatus como presidente de la Fundación Francisco Franco. Todas las cadenas han contado con él en sus espacios para comentar las noticias que afectaban a la institución de forma directa. En el último año ha dado incendiarios titulares, y ha discutido con profesionales como Javier Rey y Joaquín Prat, trufando sus intervenciones con faltas de respeto y alusiones de carácter personal contra quienes se oponían a sus postulados. Y mientras, la Justicia valora si ilegalizar la fundación.
La crisis del coronavirus y el auge de los negacionistas
La crisis del coronavirus ha traído consigo, quizás, una proliferación de comparecientes televisivos de dudosa conveniencia, como ha sido el caso de autoproclamados negacionistas. Por más que hayan recibido la reprimenda de los presentadores y periodistas de los distintos programas, al mismo tiempo han seguido recibiendo espacio para lanzar alegatos irresponsables o infundados sin que hayan sido necesariamente rebatidos. Lo hemos visto de forma especial en Mediaset, aunque no solo aquí.
“Ya ha soltado su perorata y yo no tengo nada más que decir”, dijo Joaquín Prat a comienzos de septiembre tras dejar hablar a Esteban Casal, un médico negacionista que facilitaba certificados que eximían de llevar mascarilla. Solo unas semanas atrás, eso sí, este ya había entrado en El programa del verano para defender la manifestación celebrada en Colón (Madrid) contra el uso de la mascarilla, donde aseguraba que “no hay evidencia científica” para el coronavirus y acusaba a la Organización Mundial de la Salud de basarse en “falsos diagnósticos”. De hecho, culpaba a los medios de comunicación de las muertos por “destrozar nuestro sistema inmunológico” con la información sobre la propagación de la enfermedad. Apenas unos días después, participó también en Ya es mediodía poco después, para reafirmarse en lo que ya había dicho y, además, para mofarse de las explicaciones del doctor Pascual Piñera, jefe de urgencias del Reina Sofía de Murcia, que se veía en la tesitura de rebatirle.
Aunque sería el más asiduo a las pantallas, no sería el único manifestante en hacerse notar: Fernando Luis Vizcaíno, otro los participantes, entró en Cuatro al día en similares fechas para mantener un tenso enfrentamiento con Mónica Sanz. “No se entiende que, en marzo, muchos pacientes murieran a causa de la neumonía que causaba el coronavirus y que, ahora, sea un simple resfriado”, afirmaba en agosto este ciudadano que insinuaba que “toda esa gente mayor murió por alguna sustancia que se inoculó en la vacuna de la gripe”.
En paralelo, Espejo Público también dio cobertura y micrófono a una profesora, Pilar Baselga, que niega la existencia del coronavirus y que asegura que ningún niño se había contagiado desde que se inició la pandemia. Estas afirmaciones derivaron en la respuesta tajante de dos de las colaboradoras de Susanna Griso, la abogada Bárbara Royo y Adriana Abenia: “No se le debería dar voz a esta señora, está diciendo verdaderas majaderías”, advertía la primera, mientras que la segunda abundaba en la idea de su compañera: “No se puede dar pábulo a lo que usted está diciendo. Me da mucha lastima que haya gente que se manifieste así en televisión porque no es una opinión, es algo mucho peor porque está confundiendo a la gente”.
Aunque desde el propio equipo de profesionales que dan la cara en el programa se reprobase la difusión de ideas así, la actualidad ha sido justificación para seguir haciendo hueco a Mónica para mantener un discurso que “no es respetable” a juicio de Susanna Griso. Hay que contar con la competencia individual de cada espectador, de cada ciudadano, para discernir entre una información válida y una desprovista de trascendencia, pero también hay que pensar desde el otro lado qué se está alimentando. Y, estando todos de acuerdo en lo inadecuado de estas opiniones, ¿no sería responsabilidad de todos no jalearlas?
Quizás eso evitaría espectáculos de escarnio como el que un día después ha tenido que protagonizar el pesaroso padre de Mónica, impelido a entrar en la rueda de los magacines para pedir perdón por la propagación de las ideas de su hija. Quizás habría otras formas más fáciles de evitarlo.