Análisis y opinión

En defensa del busto parlante, una especie en extinción en unos informativos en constante movimiento

Ana Blanco, de pie y frente a la mesa del 'Telediario', al comenzar el informativo de este 23 de octubre

Gabriel Arias Romero

¿Se han fijado ustedes en que Ana Blanco parece incómoda cuando presenta el Telediario de pie junto a los pantallones del plató? Después de llevar toda una vida contando las noticias sentada, apoyada en la mesa y mirando a una cámara que no se mueve, la presentadora de TVE tiene ahora que moverse por el estudio para contar los datos del paro o explicar cómo afecta la pandemia a los países de nuestro entorno. Ana Blanco representa a la perfección la lucha que existe entre el informativo tradicional y la nueva forma de hacer telediarios. No es una lucha entre el bien y el mal, pero es una batalla que está ganando por goleada uno de los bandos y convendría no asumir tan a la ligera que es un cambio irreversible que va en la buena dirección.

El nuevo ritmo que se ha impuesto a los informativos imita esa forma de hacer televisión que tantos éxitos da a los programas de entretenimiento. Los platós ya no son un mero decorado; se han convertido en espacios amplios donde se despliegan todos los recursos disponibles para ofrecer un relato innovador y espectacular. Con las pantallas se ordena la información, se hace más esquemática y visual. Y con la realidad aumentada se recrean situaciones que de otro modo no se podrían mostrar a la audiencia. Pero estas herramientas, mal empleadas (y sirva esto no como una enmienda a la totalidad, sino como una crítica al abuso), también pueden distraer la atención de los espectadores y consumen un tiempo valiosísimo que podría haberse empleado para transmitir otra información. El medio no debe ser el mensaje, sino que “sólo” debe ayudar a su comprensión..

Los informativos han ganado agilidad dinamitando su formato tradicional. Ya no empiezan con la cabecera que antes les identificaba; ahora prefieren una imagen potente o un titular rotundo que atrape al espectador desde el primer segundo. Las noticias han perdido duración y abundan los sumarios de pequeñas informaciones –normalmente sucesos– que se despachan en menos de un minuto. Si al espectador no le interesa un tema, puede estar tranquilo porque justo a continuación llegan otras historias. “A veces pecamos de confundir dinamismo con un bombardeo de contenidos constante”, reflexionaba Joaquín Prat, presentador de Cuatro al Día, en una entrevista concedida a Vertele hace pocos días.

Cambia la narrativa de los informativos porque ahora es más complicado llamar la atención de una audiencia hiperestimulada que vive rodeada de pantallas, conectada a cientos de fuentes de información y acostumbrada a un ritmo frenético que le genera una enorme impaciencia, lo que supone un reto para los creativos de la pequeña pantalla. Y en mitad de esta transformación, los presentadores reivindican su papel y hacen lo posible para captar el interés de los espectadores adaptándose a las nuevas exigencias del guion. También en este caso TVE se encuentra en la encrucijada.

Mientras que Ana Blanco se mantiene de momento fiel a su estilo, Carlos Franganillo ha introducido notables cambios en el Telediario de las nueve de la noche. El periodista hace entrevistas en directo, sale del plató e incluso ha ejercido como reportero de su propio informativo. Sin irnos más lejos, hace unas semanas dio las noticias desde un colegio aprovechando que comenzaba el nuevo curso escolar, en un año, este, marcado por la pandemia de coronavirus. Se aprecia por su parte un esfuerzo para hacer un programa menos encorsetado pero sin caer en lo banal.

El cómo y el quién

La lógica que se ha ido imponiendo en los informativos durante las últimas décadas parece huir del presentador busto parlante, aquel que adopta un papel secundario y se limita a contar las noticias. Se prefieren periodistas que sepan dramatizar, modular el tono de voz para transmitir alegría o preocupación, aquellos que no caen en explicaciones monótonas de encefalograma plano. Los presentadores son también celebridades que participan en programas de entretenimiento en los que pueden mostrar su lado más personal, graban anuncios publicitarios y tienen cientos de miles de seguidores en las redes sociales. Generan una pompa en torno a ellos que inevitablemente les acompaña cuando se ponen frente a la cámara para dar las noticias.

Hoy en día escasean los informativos de autor que antes confiaban todo su prestigio y popularidad a la figura de un respetado presentador. Antena 3 Noticias 2, el informativo que presenta Vicente Vallés, tiene algunos elementos que recuerdan a aquellos. El periodista no sólo cuenta las noticias, sino que también las analiza e incluso hace algunas interpretaciones que luego se propagan con éxito en las redes sociales, donde acaban convertidas en 'zascas' o 'azotes' al Gobierno. Vallés termina el programa con un pequeño broche editorial y analiza la actualidad, disecciona la información, e incluso la valora con una carga de opinión que a veces no se distingue con claridad de los datos objetivos, licencias estas que no serían admisibles en una televisión pública.

Se cotiza al alza la popularidad de los presentadores porque en cierto modo garantizan prestigio y éxito a los programas que presentan. Y en mitad de la vorágine, de la transformación que están viviendo los informativos, quedan los bustos parlantes, asociados ya al aburrimiento y la falta de innovación. Pero convendría recordar sus virtudes, porque las tienen. El presentador busto parlante da las noticias y procura que sus emociones no lleguen al espectador. No apostilla con gestos o coletillas –por más que puedan gustar a la audiencia– porque no tiene ningún interés en dejar al descubierto qué opina sobre la actualidad. Asume que su función es la de un mero intermediario, así que pasa con discreción frente a la cámara sin convertirse en un personaje. Al fin y al cabo, ¿por qué en un informativo algo habría de importar más que la información?

Etiquetas
stats