Ante la expectación generada por la nueva temporada del drama teen Por trece razones, y el recibimiento más o menos entusiasta de series correctas como El Alienista o Dark, absolutamente diferentes entre sí pero con una aproximación elegante a ficciones dramáticas, parecía que el saldo de prestigio de la plataforma iba bastante bien para sus nuevos dramas. Sin embargo, el tibio recibimiento de The Rain y Safe ponen en duda la buena racha de los fichajes del gigante del VOD.
Antes de llegar a Netflix, Safe clausuró Canneseries, la primera edición de un festival competitivo con el que la Croisette quería situarse como punto referencial del mercado internacional de series de Televisión y, con el tiempo, conseguir un prestigio semejante al que tiene Cannes, cuya 71 edición se celebra ahora. El recibimiento de la serie allí fue irregular, pero se tamizó gracias a la presencia de Harlan Coben, novelista y creador de la serie que también presidía el jurado.
“Ahora se dice que estamos en la edad de oro de la televisión, pero yo creo que eso empezó hace mucho tiempo”, decía Coben en una entrevista en Indiewire, en la que comentaba lo que sí había cambiado en la industria era que el tejido empresarial permitía coproducciones más internacionales que nunca. De ahí que él, novelista norteamericano, sea el principal promotor de una serie británica, con Michael C. Hall -estrella estadounidense gracias a Dexter- y Audrey Fleurot -popular actriz francesa-, a la cabeza.
Sea como fuere, parece que Safe ha llegado a Netflix queriendo ser un híbrido de tendencias y sensibilidades a priori estimulantes. Un acercamiento al drama familiar de clase alta tocado por cierta mirada oscura a lo cotidiano proveniente del cine negro actual. Y a su vez, una serie filtrada por los nuevos gustos del thriller británico en consonancia con series como Liar o RellikRellik. El resultado, sin embargo, dista mucho de estar a la altura de lo esperado.
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Brocha gorda para el drama íntimo
La nueva serie de Netflix arranca con un flashback que pone los puntos sobre las íes del desarrollo de uno de los conflictos principales de dos de sus protagonistas. Sin previo aviso, vemos a Tom Delaney, el personaje de Michael C. Hall, cogiendo de la mano a sus dos hijas en el entierro de su madre. Entre lágrimas, Tom les pide perdón pero la mayor no lo acepta. El distanciamiento entre ambos será el motor del desarrollo dramático de ambos cuando la joven desaparezca tras una fiesta. Los pilares del drama se han erigido en cuestión de treinta segundos, justo antes de los créditos.
La economía narrativa no es mala per se, al contrario dado el tedio en el que caen ciertos dramas televisivos para estirar sus tramas y mantener el share. Sin embargo, en Safe se manifiesta como la tónica dominante de un desarrollo arrítmico: todo discurre tan vagamente que resulta complicado conectar con sus personajes.
Parte del problema parece estar en una incesante necesidad de guión de añadir subtramas que, en lugar de aportar nuevas capas de lectura al asunto, desvarían y suspenden la credibilidad del espectador desde el episodio piloto. Eternas conversaciones en porches, cadáveres en congeladores, fotos eróticas robadas, maquiavélicos planes para engañar a la policía y pasados románticos inesperados forman parte de un desarrollo dramático absolutamente irregular, cuando no absurdo.
No sorprende, pues, la poca sutileza de su planteamiento formal que pasa por una realización tosca, una puesta en escena anodina y un torpe uso de la música demasiado enfática. Todo sabe a Déjà vu, incluso la pretendida y constante sensación de sorpresa.
Desmanes narrativos y alegorías cojas
Sin embargo, asimilados sus defectos formales, cabe decir que Safe se nos muestra interesante al plantear una disyuntiva social ciertamente actual. Tal y como afirmaba el propio Michael C. Hall en Kinótico, Safe habla del miedo como un sentimiento inoculado en la sociedad de las apariencias y las redes sociales, potenciado por unos medios que son de todo menos de comunicación.
Al mismo tiempo, también deja clara su posición sobre la sobreprotección parental ante la juventud milennial. Por una parte, nos muestra a un padre, C. Hall, que es capaz de hackear el móvil de su hija y espiar sus conversaciones porque si tiene que decidir entre su seguridad y su intimidad, “lo tiene claro”. Una opinión que subyace en su desarrollo y a la que la ficción se encarga de dar la razón constantemente. Por otra, su retrato de una juventud alienada ante la libertad resulta tan éticamente discutible que es fácil desconectar de su cinismo.
Safe plantea interesantes debates, pero solo los plantea, no los resuelve y no tiene intención de hacerlo. Su desarrollo se queda en la superficie cuando no se pierde en secretos de alcoba, traumas jamás contados y algún cadáver casual. Algo más propio de ficciones norteamericanas de principios de los dosmil, cuando Mujeres deseperadas batía récords de audiencias.