EN PRIMERA PERSONA

Así sobreviví al casting de OT sabiendo que lo más probable era que me dieran solo las gracias

5:30 de la mañana. Día del casting de Operación Triunfo en Madrid. Madre mía. ¿Por qué tan pronto? Aún es de noche.Después de aproximadamente tres cuartos de hora decidiendo qué modelito podría convertirme en la nueva Aitana, Miriam o Ana Guerra conseguí vestirme y bajar a desayunar. “Laura, yo estaría a las 7 de la mañana porque seguro que hay mucha cola”, me habían dicho, y yo, algo reticente porque semejante madrugón me parecía una locura decidí hacer caso, y menos mal.

Al llegar a la parada de metro de Ciudad Universitaria me crucé a una chica que llevaba una guitarra. La seguí para no poner a prueba mi lamentable sentido de la orientación e hice bien, después de diez minutos andando me encontré con otros tantos con guitarras, ojeras, maletas y algún que otro ukelele, en fila. Pero... ¿ésto donde termina? El paseo continuó hasta que, 362 personas después, llegué al final. Aquello parecía la cola de un concierto de OT pero no, allí estábamos acumulados desde bien temprano los que soñábamos con llenar estadios tras la próxima edición.

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Todavía hacía fresco y ninguno imaginábamos el inhumano calor que nos atacaría después. Ya desde entonces se escuchaba a algunos cantando. “Cuando tengan que cantar de verdad ya no les va a quedar voz”, pensé. Así que yo decidí no calentar mi garganta. Poco a poco mi lugar en la línea empezó a ser de los privilegiados porque allí no dejaba de llegar gente. La mayoría nos sentamos en el suelo. Mis vecinos venían hasta con pañuelo para acampar en la acera y con botes de crema. Aquí es donde fallé yo, y los otros tantos que a lo largo del vía vimos cómo nuestra piel se volvía de roja, del tono que augura que mañana se te caerá a trozos.

Los grandes hits de la cola no podían ser otros que No puedo vivir sin ti, Camina o Lo malo. Sin embargo, el paso de las horas despertó la originalidad y poco a poco se escuchaban otros temas, en gran parte porque después de tanto tiempo esperando el ansiado casting, llegaba el momento de cerrar definitivamente el repertorio con el que sorprender a Noemí Galera y compañía. Creo que en las casi cinco horas que pasaron desde que llegué hasta que cogí por fin el micrófono vi a gente cambiar de canciones y de orden de canto unas cincuenta veces.

También se escuchaban testimonios dispares sobre ciudades de procedencia, los más avanzados sobre técnicas para calentar la voz, introducción a “cómo debes coger el micro sino lo has hecho en tu vida y no quieres dejar sordo a nadie” y cómo habían sido castings anteriores. Sí, allí nos reunimos veteranos y noveles y, hay que reconocer que la opinión de los que ya sabían a lo que venían fue cuanto menos tranquilizadora. Una de las chicas que tuve detrás, de hecho, contó con nostalgia pero ya con alegría que el año pasado apenas le dejaron cantar una frase cuando le dijeron el temido “muchas gracias por venir”.

Los allí presentes nos habíamos estudiado a fondo los vídeos de los casting de otras ciudades tratando de averiguar porcentajes, repertorio, artistas e incluso vestuario con más posibilidades de ser seleccionados. Sin éxito alguno, claro. La receta para convertirse en concursante de OT, más allá de que cantes medianamente bien, es toda una incógnita. Ahí reside el mérito de los jueces.

El otro gran interrogante fue: ¿qué concursante de OT te tocará en tu fila? Porque aquí en Madrid, fuimos grandes privilegiados al contar con la presencia de Aitana, Amaia, Ana Guerra, Miriam y Nerea. Es decir, que además de cantar delante de los seleccionadores, una de ellas estaría sentada a su lado, valorando nuestras voces y talento. Esto, para la vena fan, era una auténtica pasada y un poco de cortocircuito mental, al tener que controlar la emoción. Su llegada desató los gritos y aplausos de todos los presentes, entre los que además de aspirantes se aglomeraron los que acudieron únicamente a ver a sus ídolos, y despistar a los aspirantes con sus cánticos cuando se acercaban a saludar.

A las 10 de la mañana se abrieron las puertas de la Facultad de Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid y la cola empezó a avanzar. Para entonces el sol empezaba a dar señales de vida. Todavía tímido pero vaticinando sus ganas de guerra. En la cola nos habían repartido unas hojas para rellenar con nuestros datos y autorizando la cesión de derechos de imagen. En el stand estaba Martí, otro de los nombres más carismáticos de la pasada edición, repartiendo pegatinas con las que contarnos.

Cruzar la valla implicaba entrar a la gran explanada universitaria y despedirse de la sombra para siempre. De una nos dividieron en otras tres filas, donde ya ondeaban las banderas de OT. Nos acercábamos, por fin, a la recta final. Aquí la gente empezó a cantar menos, aunque brotaron las dudas. Delante de mí otra chica pudo cantar 15 veces la canción de Rosas de La Oreja de Van Gogh, mientras que otras dos que estaban detrás dudaban sobre si cambiar el orden de su repertorio porque este tema era su primera elección. Los dramas del casting de OT.

Delante de nosotros Miriam, Ana Guerra, Aitana, Amaia y Nerea se turnaban para escuchar a los aspirantes y, en el caso de los más afortunados, levantarse a poner pegatinas. Instante con el que todos soñábamos. Desde la fila, observar qué hacían era el mayor entretenimiento así que allí fui testigo de cómo cada vez que alguien era elegido se celebraba como una fiesta. Especialmente cuando las ponía Aitana, que fue quien se mostró más emocionada, cercana e ilusionada con su misión.

Precisamente ella protagonizó un momento que se ha hecho viral en redes, cuando se levantó a simular que volvía a presentarse al casting. Desde la cola no se le escuchaba, pero sí que se veía cómo se movía feliz, sobretodo cuando Pablo Wessling se levantó a colocarle la pegatina, como ya hizo un año atrás. Por lo demás funcionó como en los atascos, que siempre piensas que te has puesto en el peor carril porque es el que avanza más lento y, en este caso, en el que ponían menos pegatinas.

Casi sin darte cuenta empiezas a contar a la gente que tienes delante y, cuando esta cifra descendió a nueve me puse los cascos para terminar de interiorizar mis canciones. Esa es otra, después de un largo periodo de selección, con lista de Spotify incluida con los temas posibles, acabé optando por el que desde que era pequeña me prometí que sería mi elegido para la Gala 0: El 28, también de La Oreja de Van Gogh.

Tomé la decisión en la semana anterior al gran día, con la ayuda de mi público más fiel, mi familia, y el que en la última parte de la cuenta atrás se convirtió en gran apoyo y, realmente, hizo posible que pudiera presentarme, los compis de trabajo. Fueron ellos quienes unos minutos antes de que llegara mi turno me dieron un soplo de energía final: “¡Vivimos nuestro sueño a través de ti!”.

El dramOT de las dos pegatinas repartidas justo antes

Por Whatsapp compartía las personas que iban quedando delante. 7 – 6 – 5 hasta que me llegó la mala suerte, la envidia sana y el golpe de realidad. Dos chicas recibieron pegatina delante de mí. Ante lo que en seguida las que íbamos detrás nos dijimos “bueno, ahora lo más probable es que no nos cojan”. Le ocurrió a la última antes de mi llegada y fue lo que me pasó a mí. Pero antes del “muchas gracias” pude vivir el gran momento.

Acercarme con la mejor sonrisa que pude, dejar el bolso, situarme “en la marca”, coger el micro, mirar al frente, respirar, preguntar “¿puedo empezar?”, y cantar, como pude, como conseguí que me saliera la voz sabiendo que era la primera vez que me ponía a cantar con un micro, y con la ilusión de estar más cerca que nunca de poder optar a entrar en la Academia. Impartir esas clases, aprender a bailar estilos de música, a colocar la voz, a sacarla de la tripa y no de la garganta, a interpretar.

“Llega tarde el 28 y, nerviosa, miro el reloj. La lluvia conmigo empieza un día de pleno sol”, y de ahí al estribillo. Levanté la cabeza y vi que la canción había gustado por cómo Nerea e Ismael Agudo movían la cabeza, pasé al estribillo, a la estrofa final y... “muchas gracias”.

Así terminó, así se pasó el vuelco al corazón. Dejé el micro de nuevo, recogí mi mochila y busqué la salida. Sabiendo que seguramente habría sido la peor vez que había cantado presa de nervios, pero muy feliz por haber dado el paso y haber vivido la experiencia, haber superado el reto.

Un reto rodeada de un ambiente muy sano, divertido y cargado de ilusión. Capaz de reunir a miles de personas, gracias a la música. Un aura respetuosa que me brindó la gran alegría de, al llegar a casa y empezar a ver los resúmenes y directos subidos a YouTube, la chica que esperó detrás de mi en la cola a primera hora de la mañana, a la que apenas habían dejado cantar el año pasado, esta vez había sido elegida. Aitana fue quien le puso la pegatina mientras ella sonreía feliz, lista para la segunda fase.

Habría sido muy bonito que terminara siendo una de las 16 concursantes. Porque si algo aprendí presentándome al casting de OT es que hay que presentarse, que merece la pena y que nunca se sabe. Son otros los que van a juzgar y van a buscar en ti, les puedes gustar y sorprender. Así que adelante, a disfrutar y a caminar, “que lo bueno está por llegar”.