Crítica
'Space force' lanza la misión fallida de Trump, pero no consigue ponerla en órbita
“Para defender Estados Unidos no basta con tener presencia en el espacio, debemos tener el dominio del espacio”. Siendo este el inicio de la crítica de una serie, muchos pensarán que estas líneas pertenecen a su guion y son cosecha de la mente de quienes lo han escrito. Pero no. Fue Donald Trump quien, a mediados de 2018, las pronunció tras ordenar la creación de una Fuerza Espacial como sexta rama de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. También dijo que “el espacio es un dominio de guerra, como la tierra, el aire y el mar”.
El proyecto acabó siendo cancelado, pero Greg Daniels y Steve Carell vieron en él la oportunidad para desarrollar una ficción de diez episodios. Space Force, que llega este viernes a Netflix, ha sido el resultado. Y, sin embargo, resulta ser menos hilarante que la realidad de la que bebe.
Carell interpreta en ella al oficial Mark Naird, un aplicado militar al que otorgan la emocionante labor de dirigir la recién estrenada Fuerza Espacial. Su primera reacción al enterarse es una carcajada, pero en seguida se mete en la rectitud y compromiso que su nuevo papel exige, y decide llevarse a su familia a Colorado. Allí, en medio de la nada, estará la base. Su mujer, interpretada por una Lisa Kudrow a la que se echa en falta ver más, acaba en la cárcel y su hija, encarnada por Diana Silvers (Superempollonas), aburrida y un poco sola tras haberse separado de sus amigos y vivir en medio del desierto. Además, sus padres son mayores y precisan de cuidado continuo. Una atención incompatible con su cargo y que intenta delegar aunque sin demasiado éxito.
Semejante drama familiar es el que nubla la atención de lo jugoso de la propuesta. Seguir al líder de un proyecto en el que nadie acaba de creer, y por el que se generan situaciones disparatadas, a ratos inverosímiles, en una estación espacial inmensa. Desde luego, la factura de Space Force es encomiable. Consigue impregnar de ese algo que genera la NASA y que conecta con esa parte de todos los que en algún momento pensamos que de mayores seríamos astronautas -antes de ver Armageddon-.
Es en este universo donde la serie hace brillar sus tintes paródicos, y en el que debería detenerse en mayor medida. Se entiende que quiera poner en contexto a cada personaje, buscar la empatía y conocerles más allá de lo que muestran en su entono laboral. Pero aquí, donde los episodios duran media hora, el reparto de minutos para cada trama delimita el resultado de la misión. Por ello, cuanto más vemos a Naird tratando de llevar a las tropas estadounidenses a la Luna, más disparatado y mejor.
Héroes fuera de órbita
La conexión que mejor funciona es la del oficial con el doctor Adrian Mallory (John Malkovich), que ejerce de asesor científico y que no termina de entender el propósito de batallar a nivel galáctico. “El espacio debería maravillarnos, no usarse para la guerra y la muerte”, defiende. Con él es con quien Naird parece entenderse mejor, como si el resto no hablara en su mismo idioma. Además de ser uno de sus pocos apoyos, dado que a grandes rasgos, nadie más confía en él y se toma a chiste su puesto.
Su figura permite explorar en la ambición y la soberana tontería que es defender algo que te parece una estupidez. Ahondar en cómo la ambición humana y el dañino sentido del deber consiguen que hagamos y digamos cosas que ni pensamos ni queremos. En el caso de este hombre, entre otros ejemplos, depositar toda su esperanza en que un mono y un perro, a quienes enviaron en una misión espacial e iban a dejarlos morir en firmamento, puedan arreglar un satélite cuyo lanzamiento ha sido toda una odisea. ¿Y por qué? Mera desesperación y unos niveles de desastre capaces de hacerte creer que un chimpancé puede ser el héroe que necesitas.
El oficial lleva tan incorporado el sentido del deber que no se permite caminar despacio. Al contrario. “La grandeza no se alcanza sin sufrimiento ni sacrificio”, se dice para autoconvencerse de que el calvario por el que está pasando es lo que 'tiene' que hacer. Todo ello en un contexto de humor, avivado por secundarios como el community manager interpretado por Ben Schwartz, culmen de cómo en la era digital cada tuit trasciende cual misión.
El dinero y cómo cuanto más se tiene, más se despilfarra, se erige como un elemento más de la base espacial, en la que aun así es inevitable no posicionarse del lado de su líder. Un hombre entregado a la causa, notablemente capacitado y que con cada uno de sus discursos pone en evidencia el poder de la palabra. Fundamental a la hora de conseguir adeptos, apoyo y relevancia. “A veces hay que mentir a la gente para motivarla”, explica cuando se descubre que ha ocultado un lanzamiento a la mitad de su equipo.
Y entonces, ya con la sonrisa dibujada en la cara, nuestra mente se imagina cómo serán las reuniones reales de los dirigentes, cuáles fueron las reacciones de quienes en 2018 escucharon en directo a Trump compartir su ocurrencia. ¿Se partió alguno de risa como el personaje de Carell? ¿Qué se pasó por la cabeza de la persona a la que se iba a encomendar liderar tal Fuerza? Lo mismo no le hizo gracia a nadie, y por ello tiene aún más sentido que podamos reírnos, que no llorar, de los disparates de los que, cegados por el poder, deciden las órbitas de cada sociedad. Ojalá sean tan disciplinados como este militar, pero no tengan que liderar ocurrencias tan absurdas e innecesarias como esta.