Muchos espectadores desearon que la escena del suicidio de Hannah Baker fuese el legítimo final de la serie Por trece razones. Nadie les culpa. Es la reacción natural de quien ha sido testigo del bullying más asfixiante durante trece horas de su tiempo de recreo.
En un país donde el 49,3% de los escolares ha reconocido sufrir acoso, la serie conmocionó a adolescentes y padres que no esperaban encontrar en la nueva apuesta de Netflix algo más que un pasatiempos televisivo. Y en cierta manera, así fue. Solo que nadie hubiera imaginado que asistir como voyeur al infierno que sufren dos de cada diez alumnos en todo el planeta resultaría tan inapropiadamente adictivo.
Esa es la única razón por la que hoy escribimos sobre su segunda temporada. Como cualquier serie de éxito, era ingenuo pensar que no seguirían exprimiendo el potencial de unos personajes sugestivos y de un público entregado. Y así, un año después de su polémica season finale, Selena Gómez y los suyos regresan con una receta similar a la que les alzó como una de las series más vistas de la plataforma (pero también con más detractores).
Por trece razones ha tenido que lidiar durante este tiempo de espera con los que veían en Hannah una figura romántica del suicidio y les acusaban de convertir la segunda causa de muerte adolescente de EEUU en un producto binge-watching (carne de atracón). Aunque nuestra opinión es radicalmente opuesta, Netflix se ha curado en salud ante posibles ataques y ha diseñado un paquete de advertencias bastante más refinado que el del año anterior.
Además de los enlaces y los letreros alertando sobre el contenido sensible, los actores ofrecen un discurso al comienzo del primer episodio que genera una barrera de contención con el espectador. “Soy Justin Prentice e interpreto a Bryce. Por trece razones es una serie de ficción que aborda temas muy duros del mundo real”, dice el antagonista ante la cámara. Un movimiento inteligente por parte de Netflix, pues, subrayando esa línea difusa, tiene vía libre para retorcer la realidad hasta engendrar una ficción macabra. Y eso nos encanta.
Casquillos para todos
Abandonamos el instituto Liberty en medio de una catarsis. Los trece cassettes que grabó Hannah antes de suicidarse en la bañera de sus padres obligó a sus compañeros a hacer un enorme análisis de conciencia. Lo que allí encontraron, unos en bastante mayor medida que otros, fue un reflejo fácilmente reconocible hoy en día en cada centro de educación secundaria del mundo: el acoso es un monstruo de muchas cabezas y todas ellas son igual de inclementes.
Pensábamos que la primera entrega de Por trece razones trataba de las consecuencias del slut-shaming (un bullying específico hacia las mujeres), pero la realidad es que incidía más sobre las enfermedades mentales, como la depresión, y en los porqués del suicidio. En la segunda temporada, en cambio, el acoso escolar si será la larga columna vertebral que sustente la narración.
La gran diferencia con la primera, y a la vez la mayor flaqueza de aquella, fue concentrar todas las fechorías en la figura indefensa de la chica nueva. Las situaciones a las que se enfrentaba Hannah Baker funcionaban por acumulación. Hubo traiciones, comentarios sacados de quicio y grandes dramas que la condujeron poco a poco a una espiral de depresión. Ahora la repartición del sufrimiento es más equitativa, mucho más veraz e infinitamente más interesante.
Cinco meses después de que los alumnos del Liberty recibiesen las cintas, la gran mayoría son citados como testigos por una demanda interpuesta por la madre de Hannah contra el colegio. Es un arranque elocuente porque demuestra que el dolor no acaba con la muerte de una adolescente de 16 años. Que el bullying no entiende de mártires. “Ahora es aún peor que antes”, dice Tyler, el fotógrafo de la escuela y objeto constante de palizas, ante los abogados del juicio.
No ha perpetrado la masacre contra el instituto que se preveía en la season finale (aún), pero no porque el acoso haya desaparecido del Liberty. Aunque por las paredes cuelgan decenas de carteles sobre el concepto de consentimiento y eslóganes animando a la convivencia pacífica, ni los violadores ni los abusones han sido amonestados. Solo hay uno con un interés especial en mantener a sus compañeros en una dictadura del silencio: Bryce, el violador de Hannah y Jessica, y el alumno más blindado por parte del colegio. Veremos si, como en las peores realidades, el poder y el dinero son suficientes para que un abusador sexual se escaquee de la justicia.
Una jungla sin el #metoo
El otro gran tema sobre el que pivota Por trece razones es la responsabilidad que el sistema pone sobre los hombros de la víctima. Despedimos a Jessica confesando a su padre que había sido violada en una fiesta, un paso complicado que, sin embargo, apenas fue el primer escalón de una larga escalera purgatoria. La suya será la trama más atractiva y a la vez más despiadada y actual de la temporada.
Todos los alumnos del instituto quieren que Bryce pague por sus crímenes, pero su única obsesión es que no lo conseguirán sin la confesión de Jessica en los tribunales. Si ella se proclama portavoz de las agredidas, la memoria de Hannah será vengada por fin. Nadie parece reparar en que, mientras tanto, Jessica tiene que soportar a diario las cartas amenazantes, los insultos dedicados de zorra y guarra en las paredes del baño, la soledad y el miedo cada vez que se encuentra con su violador o que un chico la roza.
La primera temporada disparaba sobre los abusones, pero también sobre un colegio torpe que no sabía cómo asistir a sus alumnas y unos padres poco dispuestos a escuchar. Esta nueva entrega sigue la estela de su predecesora, y deja claro que los culpables del malestar de Jessica son muchos, incluido su entorno de confianza. Una mirada poliédrica que fue su gran virtud en el debut y que se sigue aplicando aquí a mayor escala, ya que las historias protagonistas se han multiplicado.
Además, hay otras tramas artificiales, cursis e incluso fantasmagóricas, pero ninguna de ellas eclipsa a una serie que sigue siendo tan necesaria como hace un año. Sorteando bien los peligros del culebrón, Por trece razones demuestra que no ha perdido ese músculo privilegiado para el thriller y el compromiso. Una noticia que será tan bien acogida por los desconfiados como por los que esperaban su regreso como agua de mayo.