“La mejor primera dama de la historia resulta ser una asesina, eso podría ser un buen titular, ¿no te parece?”, dicen en el primer capítulo de Secretos de Estado. Y sí, lo habría sido, si no nos hubieran vendido la serie como “el primer thriller político donde se descubre el juego del poder”.
Porque de política solo contiene la decepción que deja en el ciudadano que la ve y de thriller aún menos, a causa de un ritmo demasiado lento y una duración extremadamente larga.
Si a ese engaño le sumamos los fallos garrafales que hay en la historia, los múltiples personajes y localizaciones insustanciales que aparecen en un solo capítulo y el “quiero y no puedo parecerme a las otras decenas de series que he visto y quería fusionar en una sola” del que suele pecar su creador (Frank Ariza), podemos confirmar que la única que se salva es la factura y el monólogo de una Myriam Gallego por el que debería haber empezado todo.
No hay nada más político que prometer algo y no cumplirlo
“- No sé qué estoy haciendo...
- Ojalá supiera cómo ayudarla, señora.
- Tráeme algo para beber, algo fuerte me vendrá bien“.
Este es uno de los diálogos que protagoniza Gallego y que seguro que ha representado a más de un espectador que, como yo, esperaba divisar en algún momento ese juego de poder tan jugoso en nuestra política.
Pero lejos de eso, hemos visto al guapo de Jesús Castro acompañado de otros actores igual de atractivos, casi modelos, cosa que no ocurre en la política española. Como tampoco ocurre que llamemos “primera dama” a la mujer del presidente y aquí, se repite hasta la saciedad.
Pero aunque demos por válido que son gobernantes idílicos más inspirados en los Clinton que en los Sánchez, lo grave es que en el argumento de una mujer engañada que le tiende una trampa a su amante y a su marido no hay nada de política. Hay culebrón, sí, pero no nos habían prometido eso.
El que mucho abarca...
Si una serie pretende centrarse en la política como eje de sus tramas, las aventuras en la Moncloa ya serían lo suficientemente suculentas como para llenar páginas de guion.
En cambio, en Secretos de Estado han coqueteado con las intrigas del gobierno para seguir con tramas hospitalarias, amoríos adolescentes, una cárcel, vecinas cotillas y hasta se han atrevido a visitar al servicio de inteligencia.
Es decir, que si a alguien le costaba entender Scandal, a ello le han sumado Anatomía de Grey, Élite, Vis a vis, Mujeres desesperadas, El Guardaespaldas y hasta El Príncipe. Demasiados escenarios como para que los espectadores echen raíces en alguno de ellos.
Errores que ya no se pueden pasar por alto
A sabiendas que cuando nos sentamos frente a una ficción pasaremos por alto elementos increíbles, lo que a estas alturas nos duele perdonar son los errores que ponen en duda nuestra inteligencia.
Ya no admitimos que una madre meta a sus hijos adolescentes en la cama mientras vemos el sol brillar en la ventana. O que esta diga que se va a pasar la noche con su marido en el hospital y minutos después esté con los niños acostada.
Tampoco se entiende que alguien llame desde la cárcel y cuando al otro lado del teléfono le pregunten dónde se encuentra, minutos más tarde ese mismo receptor confirme saber su paradero. No puede ser que se contradigan los propios personajes, pero aún menos que den por hecho que no vamos a detectarlo.
Un brillante monólogo... ¿final?
Si hubo una secuencia que mereció la pena (quizá no tanto) fue la del monólogo de Myriam Gallego frente a la cámara. En ella desmonta las estrategias de comunicación no verbal que le habían impuesto y acaba con un contundente: “Os ofrezco un bien muy escaso en estos días: la verdad”.
La actuación es tan cautivadora que habría sido maravilloso ver la serie empezar con esta escena, y que después nos contaran por qué había acabado haciendo eso. Pero si eso no era factible, porque quizá la cadena pidiera arrancar con sexo a los cuatro minutos, lo que habría dejado con mejor sabor a este primer capítulo era acabarlo con este monólogo.
Una pena que en Mediaset aún prefieran alargar sus series en vez de dejarlas en lo alto.