Un 15 de julio de 2002, un endogámico grupo de criminalistas liderado por el hermético Gil Grissom investigaba su primer crimen en la televisión española. En aquella fecha, un lunes veraniego, debutaba CSI: Las Vegas en Telecinco, con la esperanza de que el historial de delitos resueltos en Estados Unidos, donde se había estrenado algo menos de dos años antes (el 6 de octubre del 2000) fuera igual de exitoso al otro lado del océano.
Ocho meses después, en marzo de 2003, las pruebas certificaban la verdad, tal y como le gustaría al líder del equipo: si en Estados Unidos había registrado una media de casi 28 millones de espectadores en ese curso, en España se situaba en un 25.6% y 4.226.000 espectadores. Un éxito para la cadena de Mediaset al que se auguraba buena salud, siempre y cuando no sufriera una muerte violenta.
No parece que haya sido el caso de la franquicia Crime Scene Investigation, que ahora parece fenecer definitivamente. CBS sorprendía el pasado viernes 19 al anunciar la cancelación de CSI: Vegas, el revival de la marca para acercarlo a nuevos públicos, después de tres temporadas. Tres temporadas en las que ha rendido a buen nivel, pero que quedan lejos de las otras franquicias que dominan la provechosa programación de ficción del canal generalista de Paramount.
Lo cierto es que CSI ya vivió sus estertores a mediados de la pasada década, cuando la serie matriz dio carpetazo a sus tramas con un telefilme especial, CSI: Caso cerrado, y dejó al tercer spin-off, CSI: Cyber, desvalido en el nuevo entorno hostil de la oferta televisiva. CSI: Vegas surgía para actualizar una serie que, a su vez, había actualizado los códigos del policíaco televisivo, cambiando su look y redefiniendo sus formas en adelante. Sin embargo, esta segunda vida ha resultado artificial, mantenida por nostalgia antes que por pura eficacia.
La génesis de una nueva forma de ver el procedimental
“El juicio de OJ Simpson, al menos en Estados Unidos, encendió el interés por la medicina forense, por todas las pruebas que presentaron”, afirmaba Jerry Bruckheimer, para buscar el motivo del éxito de CSI en sus inicios. En efecto, aquel proceso convirtió la investigación en espectáculo, en buena medida por la estrategia que el bufete de Johnny Cochran adoptó para exonerar a la otrora leyenda de la NFL y estrella de Hollywood del cargo de doble asesinato de su exmujer Nicole Brown y del amante de esta, Ronald Goldman. La ABC de Disney se echó para atrás con el enfoque, temiendo moverse en terrenos demasiado oscuros; CBS no dudó en asomarse a ellos.
La investigación criminal no era ni mucho menos ajena a la ficción televisiva; el procedimental clásico se fundaba en ella. El personaje principal, Gil Grissom, en sí mismo bebe de los detectives poeianos, científicos y racionales; la caracterización que aporta William L. Petersen, el torturado Will Graham de Michael Mann en Manhunter, terminaba de impregnar al policía de un aura ambigua en su relación con lo macabro. Lo que la idea de Anthony E. Zuiker, por entonces un guionista primerizo con un único proyecto previo en su currículo, aportaba era una nueva óptica, introducir nuevos procedimientos: la ciencia por encima de la deducción.
En ello, el talento del productor de Top Gun. Ídolos del aire y Flashdance para crear imágenes subyugantes, con un estilo deudor de la gramática publicitaria, era primordial. Hasta entonces distanciado de la televisión, CSI supondrá la primera traducción de esa estética a la pequeña pantalla: brumosa, con querencia por el claroscuro y el contraluz, a los tintados con vocación expresiva. Y por supuesto, un trabajo metódico en montaje, que se beneficia en esta serie de adaptarse a las nuevas tecnologías e infografías para recrear en detalle las superficies, materiales y cavidades del cuerpo humano que los policías examinan en busca de pruebas, y que se recorren en planos subjetivos. Eso es lo que busca Bruckheimer con sus producciones: transportar a los espectadores hacia otros mundos, encauzar su mirada.
Una mirada que no podía evitar la violencia, que no podía vivir sin ella. CSI propuso servir gore en el menú de la cena. Tal y como Zuiker apuntaba, la casquería “se puede enseñar mientras esté dentro de una historia forense, no para escandalizar”. Esa justificación narrativa daba permiso para introducir la medicina forense de lleno en el prime time, haciendo de las visitas a la morgue y los minuciosos exámenes post-mórtem una rutina.
En ese aspecto, el primer episodio de CSI, dirigido por Danny Cannon, ya buscaba el trastorno de la audiencia: se utilizaba como foco a Holly Gribbs (Chandra West), una novata en el departamento de criminología que sirve a la audiencia como guía en este nuevo mundo; al final del episodio, la matan en off. En el segundo episodio, por su muerte, dejan a la audiencia con personajes un tanto hostiles, antipáticos o extraños. Quedamos a sus expensas, a la espera de juicio.
De 'O.T.' a 'C.S.I.'
“Creo que es difícil cruzar el charco y proyectar nuestra sensibilidad y cultura”, comentaba Bruckheimer en su momento sobre los desafíos de la ficción estadounidense al exportarse. La declaración resulta, a ojos vista, un tanto sospechosa. El productor había sido uno de los responsables de transmitir una imagen icónica, apetecible y emocionante de lo que América podía ofrecer. CSI quizás no contenía el vitriolo de La Roca o Con Air, pero sí mantenía una actitud autosuficiente de aquellas.
El estreno tuvo lugar en verano, permitiendo a Telecinco testar el producto con su público sin las grandes competencias del resto del año. Encuadró a los criminalistas en la primera noche de la semana, una noche que durante los dos últimos años había quedado dominada por otras siglas diferentes, OT. A la primera edición del talent show de Gestmusic en La 1, con unos datos incontestables (43.3% de cuota de pantalla y cerca de 7 millones de espectadores), le siguió una segunda que arrancó el 7 de octubre de 2002. El producto internacional, aunque funcionaba a buen nivel en sus primeros meses, aún no estaba consolidado dentro de la parrilla. Eso iría cambiando conforme el paso de las semanas.
La segunda edición de Operación Triunfo terminó en enero de 2003 con una media del 36.4% y 5.584.000 televidentes. El liderazgo era aún férreo, pero todo cambiaría con la siguiente edición, el 29 de septiembre de 2003. Meses antes, en marzo, CSI se convirtió en la serie extranjera más vista de la televisión española, al lograr un share del 35% y una audiencia media de 6.291.000 espectadores. Había que remontarse a series de los noventa, como Expediente X y Ally McBeal, para encontrar títulos foráneos que alcanzasen tales cotas.
Mediaset había encontrado un filón que no iba a desaprovechar: en marzo de 2003, con la segunda temporada en emisión, se anunció la compra de CSI: Miami, el primer spin-off de la marca, con vistas a su llegada en septiembre. Telecinco se adelantó al estreno de OT 3 y lanzó la nueva ficción liderada por David Caruso, emparejada con las reposiciones de CSI: Las Vegas a las 23:00 horas. En su debut, los criminalistas presentaron unas armas afiladas (27,6% de cuota), y llegado el momento de estrenar en La 1 la tercera edición de OT, la sorpresa fue la herida de gravedad que el atacante de Telecinco le había infligido.
Solo comparando la gala 0 del formato musical, se apreciaba una caída de 13 puntos de share (26.4% y 3.835.000), que subieron a 14 puntos al comprobar los promedios de toda la temporada: un 22.5% y 3.412.000 millones para OT 3, mientras CSI: Miami cerró su primera temporada con 24.4% y 4.313.000 espectadores. “Si la gente quiere ver CSI, es una cuestión de gustos”, se resignaba Chenoa, en El Mundo, cuando le preguntaban por esta caída de audiencia que resultó definitiva para que TVE optase por no renovar el programa, dejando la puerta abierta para que Telecinco se hiciese con sus derechos en 2005.
Telecinco, el lugar del crimen de 'CSI'
En noviembre de 2003, Telecinco se aseguró ser la casa en abierto de todas las futuras temporadas de CSI: Las Vegas y CSI: Miami. A ellas se añadiría luego CSI: Nueva York, esta con Gary Sinise al frente como un policía enviudado en el 11S, que mantuvo la tónica en su debut el 5 de septiembre de 2005 con un 28.9% y 4 millones de televidentes pendientes de cómo se abordaba la ciencia forense en la Gran Manzana. Los datos de CSI se mantuvieron en lo alto durante toda la década, con hitos como el episodio doble Peligro sepulcral, cierre de la temporada 5 dirigido por Quentin Tarantino: emitido en abierto el 11 de julio de 2006, arrasó con un 36,6%, máxima cuota hasta la fecha, y 5.260.000 espectadores. Se revalidaba el éxito en Estados Unidos, con más de 30 millones para dicho episodio.
El impacto de CSI en España no solo atañía a lo que era la propia franja de la serie, los sempiternos lunes, en los que se sucedían las tres delegaciones, Las Vegas, Miami y Nueva York. De su estilo también se impregnó un policíaco de corte clásico como El comisario, emblema de la ficción del canal que comenzó a modernizar las técnicas de investigación y a prestar una atención específica a la sala de autopsias a partir de la octava temporada. Mediaset trató de trasladar el esquema de CSI a la ficción española de lleno, aunque fuera con un puente aéreo con su Italia matriz: ahí quedó R.I.S. Científica, una adaptación patria de RIS, delitti imperfetti que ya surgió como respuesta mediterránea a los policías yanquis. Entre tanto, la influencia se percibía a nivel europeo, como se puede notar en otras series de larga duración como Alerta Cobra, que dio mayor peso a los procesos científicos en sus escaletas.
El “efecto CSI” se hizo patente en la percepción de la ciencia forense, tal y como se encargaron de señalar eruditos y popes en la materia, que advertían de la irrealidad progresiva de los planteamientos de la serie, con técnicas y resoluciones poco plausibles: “Es esa concepción de que la ciencia es infalible y que puede crear falsas expectativas incluso en jueces o fiscales, pero especialmente en personas que no tienen ninguna formación en el ámbito de la investigación penal como pueden ser los tribunales compuestos por un jurado”, lamentaba Antonio Alonso Alonso, director nacional del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, durante un evento conmemorativo del canal Crimen + Investigación. Del interés progresivo por el true crime, potenciado con el auge de las plataformas y las docuseries, hay que culpar en parte a los criminalistas, que hicieron de lo grotesco algo cotidiano.
El ocaso de la serie, presa de los números
Todo eso acabó de forma progresiva en la década siguiente. Tras dos cambios de protagonista (Petersen dio el relevo a Laurence Fishburne, y este a Ted Danson) y varias bajas, CSI: Las Vegas se finiquitó en 2015 con el mencionado Casi cerrado, que recuperaba a Gil Grissom y satisfacía al público cerrando su historia romántica con su compañera criminalista Sara Sidle (Jorja Fox). Para entonces, CSI: Miami y CSI: Nueva York ya habían concluido sus tránsitos por la parrilla de forma casi consecutiva, en 2012 y 2013, y Zuiker se había desvinculado.
Las audiencias de Las Vegas habían perdido irremediable fuerza incluso en un canal como CBS, de éxito forjado en franquicias longevas con múltiples ramificaciones que apelan al target más maduro de la población (véanse NCIS, FBI o Mentes criminales). El desgaste se notó también en España. En 2014, tras doce años, Mediaset trasladó al equipo a su segundo canal, Cuatro, para “reforzar la oferta de ficción extranjera”, que tenía a Castle como principal referente. Haría pareja con CSI: Cyber, una tercera iteración de la serie matriz, liderada por Patricia Arquette, con la que se trató de aproximar la investigación a los nuevos tiempos de los delitos cibernéticos, sin conseguirlo, durante dos temporadas. Para entonces, los rasgos de estilo que hicieron de la marca un fenómeno adquirían un cariz casi paródico, como si la ficción se hubiera entendido como una parodia de sí misma.
Con ese cambio en los nuevos tiempos, e impulsados por una mezcla entre la nostalgia y el afán por navegar la ola del true crime, las negociaciones para reavivar CSI comenzaron en 2018 y se consumaron en 2021, con CSI: Vegas, que recuperaba a William Petersen y Jorja Fox. La serie ya evidenció el descuadre entre lo que proclamaba la franquicia en sus inicios (las pruebas como única verdad) frente a los nuevos tiempos, marcados por la importancia de las narrativas por encima de las evidencias, las emociones antes que los indicios. Mediaset apostó por emitirla en su primer canal, estrenándola 20 años después del comienzo del fenómeno, el 1 de agosto de 2022. Pero esta vez no funcionó.
La segunda temporada de CSI: Vegas, que ya no contó con Petersen (que nunca quiso volver al personaje más que de forma puntual) ni con Fox (que no vio sentido a proseguir sin su pareja de ficción), acabó confundiéndose en la programación de Energy con las eternas reposiciones del resto de títulos de la marca (a excepción de la olvidada Cyber), mientras en Estados Unidos la serie continuaba con una tercera temporada que, sin embargo, será la última: puede que la ficción hubiese rendido a buen nivel, pero en una cadena como CBS, con una programación tan estable y fiable, la prioridad eran series más rentables y marcas de mayor vigencia, como NCIS, que a su vez tenían mejor rendimiento.
No sin ironía, CSI termina ahora, parece que definitivamente, presa de los números. Las pruebas no engañan. En los nuevos tiempos, hay espacio para Grissom.