Ringo, Trinidad, Sartana, Sabata, Camposanto. En su periodo de esplendor, el spaghetti western nos dejó como legado algunos nombres que se reprodujeron ad infinitum, como una prole a la que es difícil seguir la pista. Todos ellos, con caras a menudo intercambiables (Anthony Steffen, Gianni Garko, Peter Lee Lawrence...) conformaban el panteón de leyendas del subgénero, presidido curiosamente por El Hombre Sin Nombre al que Clint Eastwood cedió sus rasgos en la Trilogía del Dólar de Sergio Leone.
Ahora bien, frente a todos aquellos nombres se cuadra otro, solo uno, que mantiene su vigencia seis décadas más tarde de pronunciarse por primera vez, incluso por las generaciones recientes. Nos referimos a Django, un mercenario con incontables vidas desde su primera aparición en pantalla en 1966, con un efébico Franco Nero; pasando por una larga lista de iteraciones, verbigracia Django desencadenado, el Tarantino Deluxe merecedor de dos Oscars; a su más reciente encarnación, la miniserie homónima que propone una nueva lectura de la original, moldeando al personaje según los rasgos del belga Matthias Schoenaerts, y expande el argumento a lo largo de 10 episodios estrenados por SkyShowtime en España.
En un momento en el que el western televisivo trota el sendero del éxito, gracias al empeño de Taylor Sheridan y su provechosa hacienda Yellowstone, conviene hacer memoria y situar en su correspondiente contexto la última línea, por el momento, escrita dentro de la biografía del personaje. Si bien el empeño es ímprobo, dada la cantidad de filmes que se valieron del nombre (a su vez, tomado del músico Django Reinhardt) para subirse al carromato del éxito durante la segunda mitad de los sesenta y en adelante, apostamos por seguir el trazado de la línea genealógica que surge del original para conectarlo con su pariente más cercano. Ajusten la silla a su caballo, encájense el sombrero y galopen por la filmografía a Django. Nosotros nos encargamos de empujar su féretro correspondiente, “para que la ilusión sea completa”.
'Django'
Estamos en algún punto entre 1860 y 1870, tras la Guerra Civil estadounidense. Un hombre (Franco Nero) llega a un pueblucho desértico de la frontera con México, donde tan solo los inquilinos del burdel permanecen en el lugar. No lo hace a caballo, como estaríamos acostumbrados, sino arrastrando un pesado ataúd por un barro de impracticable espesor. Parapetándose tras un tronco varado en medio de la calle principal, se planta a la espera de que se aproximen las tropas del racista mayor confederado Jackson (Eduardo Fajardo), luciendo capuchas rojas. Son decenas, armados, contra un solo hombre y su ataúd. Aguanta hasta que las primeras hordas se aproximan a su posición, abre la caja de madera, y de ella saca una ametralladora con la que masacra a sus atacantes. La fuerza de la herramienta mortal le obliga a apretar los dientes, compungiéndose, mientras los bandidos se retuercen y hunden en el lodazal. Jackson huye con vida, pero ve su cara hundida en el barro, en un irónico juego con la tez de su cara.
Acaso esta escena define y separa a Django del resto de sucedáneos inspirados por Sergio Leone. Frente a la aproximación operística del maestro, Corbucci propone un Oeste más sombrío, puramente nihilista. Como brújula, coloca a un antihéroe sufridor alejado del cinismo del alter ego eastwoodiano, siempre en la encrucijada entre hombres enfangados en su propia corrupción moral, cargando con el peso de su pasado: la muerte de su esposa, a la que pretende vengar, aunque con ello termine de eliminar con lo que le queda de humanidad. La imagen del ataúd aproximaba el filme hacia el escenario del horror gótico con marca italiano, algo que la violencia expresa se encargaba de subrayar en tono rojo: la tortura a la que se verá sometido el personaje, destrozando sus manos y por tanto dejándolo impedido, apunta hacia el último reducto de humanidad que le queda, la puramente física.
Este personaje crucial de la historia del género se lo debemos a Sergio Corbucci, no solo director sino autor de la historia, escrita por encargo del productor Manolo Bolognini. Su tratamiento pasaría por las manos de Piero Vivarelli, Franco Rossetti, José Gutiérrez Maesso y su propio hermano, el también director Bruno Corbucci a lo largo de la producción. La partitura de Luis Bacalov será, como las que compuso Ennio Morricone para el género, con unos versos que pondrán voz a la tragedia de un personaje condenado a vagabundear eternamente.
'El clan de los ahorcados'
Dependiendo de los recuentos, y de lo estrictos que seamos (Alemania y Francia acostumbraron a renombrar filmes en su estreno local introduciendo el nombre del pistolero en el título, partiendo de la presencia de Nero), podemos encontrar alrededor de sesenta películas que, de un modo u otro, tratan de amortizar el éxito de Django y la sonoridad de su dé muda. De entre las múltiples iteraciones apócrifas existentes, solo hay una que mantiene una vinculación más o menos directa con respecto al original de Corbucci.
Se trata de Preparati la bara!, conocida en España como El clan de los ahorcados, dirigida por Ferdinando Baldi. La consanguineidad se explica por las identidades que sostienen el proyecto: Manolo Bolognini, de nuevo productor, Franco Rossetti, de nuevo en el guion, y Enzo Barboni, una vez más como director de fotografía. Franco Nero debiera haber encarnado una vez más al pistolero, pero la llamada de Hollywood le puso rumbo a Camelot, lo que abrió las puertas a otro emergente galán italiano, Terence Hill. Con unas facciones similares a las de Nero, y con el mismo atuendo, la mímesis era absoluta, si bien el nuevo Django adoptaba una pose más gimnástica (esas escenas del actor brincando y trepando por las paredes) que advertía ya los derroteros que definirían su carrera posterior en tándem con Bud Spencer.
Lo cierto es que El clan de los ahorcados propone casi una reescritura sobre la base original, ofreciendo un origen alternativo al personaje, manteniendo el icono del ataúd con él: traicionado cinco años atrás por un antiguo amigo (Horst Frank) para robar un cargamento de oro y dado por muerto, busca vengar el asesinato de su esposa parapetado bajo la identidad del verdugo del pueblo, para así simular los ajusticiamientos de los condenados, todos ellos injustamente. De nuevo, las aspiraciones políticas del villano y sus cohortes se entremezclan con las pulsiones de los aparentes aliados de Django, que emplean esa situaciones de “fantasmas” para entregarse a los crímenes que no cometieron en vida.
Se mantiene la hosca violencia del título precedente, con una escena que parafrasea la de la tortura de Django (a Hill también se le machacan las manos), y aunque no alcanza a replicar el aura sombría de la de Corbucci, esta excelente entrada en la historia de Django ofrece set pieces tan poderosas como la del incendio del saloon a plena noche. Es allí donde el vengador, entre las llamas, refuerza su entidad casi sobrenatural.
'Keoma'
Si mencionamos las secuelas no oficiales, también conviene mencionar las espirituales. Ahí, Keoma destaca, siendo no solo uno de los grandes referentes del spaghetti western italiano, sino también el último exponente de aquella hornada.
Franco Nero asumió un personaje, un mestizo llamado Keoma, casi un hermano perdido de Django, con el que se emparenta también en el argumento en que se inserta. En este caso, el pistolero regresa al que fue su pueblo natal, tras luchar en la Guerra Civil, para encontrarse con que sus hermanastros se han aliado con un cacique que tiene atemorizados a toda la población. En el camino, además, se encuentra con una viuda embarazada (Olga Karlatos) que ve en el medio indio como la única esperanza de sobrevivir. El peligro de una plaga de peste simboliza esa decrepitud de la sociedad ante la que se reniega a plegarse, en un filme que también aborda de manera frontal el racismo intrínseco de la sociedad norteamericana, no solo a través del protagonista, sino de George (formidable Woody Strode), un antiguo sirviente que se ha entregado al alcohol ante la decepcionante visión de la libertad que ofrece el sistema.
Estamos sin atisbo de duda ante la obra maestra de Enzo G. Castellari, quien, por cierto, debutó como director con un Un puñado de dólares para... Django, una de las primeras iteraciones del original de Nero, a quien dirigió en otras seis películas y dos series (además de ejercer de director de segunda unidad en su debut como realizador, Forever Blues). Acentuadas las imágenes con una subyugante y desoladora banda sonora a cargo de Maurizio y Guido de Angelis, que funciona a modo de coro griego, el onirismo de Keoma potencia la mística del género a través de un Nero crístico, con melena y tupida melena, al que incluso se llega a crucificar.
El martirio, como el sufrido por Django en sus múltiples encarnaciones es indispensable para entender el tortuoso camino del héroe, que termina con un último diálogo para el recuerdo: “El hombre que es libre nunca muere”. Qué mejor epílogo para un género en sus estertores, decadente como ese poblado final en ruinas del que Nero se alejaba a caballo. Aunque él resucitase, el género parecía condenado.
'El retorno del héroe'
Entre la larga lista de bastardizaciones de Django podemos encontrar títulos tan interesantes como la turbia Como lobos sedientos, con Gianni Garko y de nuevo con Loredana Nusciak.; Django, el bastardo, con Anthony Steffen, en la que se alimenta el componente sobrenatural haciendo del justiciero casi un espectro; y Oro maldito, con Tomas Milian, si bien la conexión con Django solo la debemos al título anglosajón. Incluso podemos incluir, merced al título con el que se la bautizó en Alemania Occidental, la formidable Las pistolas cantaron la muerte, en la que Franco Nero se colocaba a las órdenes de Lucio Fulci, que llevaba la violencia más allá: ahí queda la escena en que el personaje principal es torturado a latigazos por su odioso y frustrado hermanastro.
Allá por 1987, con los ecos del spaghetti western ya lejanos y casi inaudibles, el propio Nero trató de relanzarlo desenterrando el ataúd y la metralleta. Desvinculado Corbucci del proyecto de secuela, el encargado de asumir la tarea de la resurrección fue Nello Rossati, cuyos mayores éxitos habían sido profundizando en la comedia erótica italiana de los setenta. El retorno del héroe, o directamente Django 2, recolocaba al protagonista reconvertido en monje, alejado de la violencia, hasta que descubre que tuvo una hija que ha sido tomada como esclava por un villano con las facciones de Christopher Connelly, que se dedica a la explotación de minas.
Aunque muy inferior al original, y a muchos de sus derivados, Django 2 ofrece un entretenimiento ligero, ayudado por la siempre agradecida presencia de Donald Pleasence, y permite ver de nuevo a Nero con la metralleta en sus manos. Aunque es prácticamente imposible encontrar una copia física, RTVE Play la tiene disponible en su catálogo y la programa periódicamente en su ciclo de cine de mediodía en La 2.
'Sukiyaki Western Django'
Veinte años después del deslucido Retorno del héroe, este revivió muy lejos de las coordenadas originales. O quizás no tanto: al fin y al cabo, las conexiones entre el spaghetti western y el chambara se concretan en su fundación en Por un puñado de dólares, a la postre revisión mediterránea del planteamiento de Yojimbo. Sukiyaki Western Django es la reapropiación que Takashi Miike hace del pistolero, reubicando su cuna en una teatral versión del Japón feudal que reutiliza la épica de los clanes Genji y Heike en la guerra Genpei: un misterioso pistolero irrumpe en Yuta, un pueblo acechado por esos dos facciones, donde, se dice, aguarda escondido un tesoro de gran valor, generando el interés de unos y otros para el gran enfrentamiento.
Fiel a su condición de remezclador (por emplear el término con el que lo catalogaba Jordi Costa en El principio del fin. Tendencias y efectivos del novísimo cine japonés) tanto como a su papel desacralizador del pasado (algo que se plasma en su interés por el remake y el reciclaje), el estajanovista realizador no se limita a señalar el parentesco entre géneros. Al contrario, regurgita elementos folclóricos anacrónicos (los sets y el vestuario de los clanes enlaza el mundo samurái con la moda urbana del Japón contemporáneo) con los tropos que identifican al eurowestern para componer un abigarrado artefacto que cambia el sentido del trayecto a volantazos. La puesta en escena influenciada por el teatro kabuki, este Django sukiyaki resalta a través de sus imágenes la artificiosidad del Oeste recreado fuera de su geografía original, así como la paroxística violencia que caracterizaba a autores como Leone o Corbucci.
La presencia de Quentin Tarantino como remedo del Hombre sin Nombre leoniano, llamado Piringo, en la secuencia preliminar no solo es un aderezo más a la pintoresca mezcla, sino que entronca con el espíritu espurio del spaguetti western. Algo que queda luego corroborado con el apunte final, que acredita a Heihachi (el niño mudo, hijo de una Genji y un Heike, a través del cual se ordena la historia) como el futuro Django encarnado por Franco Nero.
'Django desencadenado'
Y volvemos a Tarantino, que alcanzó sus cotas de mayor éxito comercial infiltrándose dentro de la camada de producciones ilegítimas al calor de Corbucci. En Django desencadenado confluyen una vez más múltiples formas de explotación del western, que hacen honor tanto al referente mediterráneo al que se cita de forma expresa con el nombre del protagonista (Jamie Foxx) como con las incursiones en el Oeste alumbradas en el breve pero intenso periodo de blaxploitation de los años setenta (de El Condor a La leyenda de Nigger Charley).
El viaje del héroe, liberado y tutelado por el Doctor King Schultz (Christoph Waltz) para salvar de la esclavitud a su esposa Brunhilda (Kerry Washington) le permite a Tarantino insistir en su empeño por convertir el cine en una herramienta de reescritura correctora de la historia, como ya ocurriera con Malditos bastardos. La limpia no solo debía ser contra el hombre blanco abusador (Django atizando a un fugitivo con el látigo, como a Nero en Las pistolas cantaron la muerte), sino también con el hombre negro (al arquetipo del tío Tom que compone Samuel L. Jackson) que, con al aceptar el sistema, reprime con igual vehemencia a los suyos.
El afán vengador del Django original, siempre del lado del oprimido, impregna una obra que, a la vez, rompe con su propia coherencia interna en un último acto que funciona de modo análogo al epílogo de El último de F.W. Murnau: una vez conocido el deprimente final que la Historia conocida reserva al protagonista, se le concede el final feliz que solo la ficción puede ofrecerle (como también hará con Sharon Tate en Érase una vez en... Hollywood). Lo hace siguiendo al pie de la letra el cantar de Rocky Roberts en la melodía compuesta por Luis Bacalov para Django: “Django, you must face another day”.
Ese another day pudo haber sido uno particularmente nevado: los primeros bosquejos de Los odiosos ocho surgieron como una posible secuela del superéxito de 2012, Django in White Hell; tal y como explicó Tarantino, decidió optar por un protagonista igual de execrable que el resto de la fábula para no corromper el eje moral que suponía Django Freeman.
'Django Lives' y 'Django / Zorro'
Entre tantas secuelas bastardas, también hay algunas no natas. Al menos, por el momento. Desde hace cerca de 10 años está amarrado en el infierno del desarrollo una tercera entrega oficial de Django, Django Lives!, con Franco Nero plenamente implicado con la esperanza de despedirse así del personaje. El argumento de esta secuela coloca al personaje epónimo, ya anciano, trabajando como asesor de las primeras estrellas de western cinematográfico, como lo hicieron Wyatt Earp o Buffalo Bill, en la década de los diez del siglo XX. El pistolero, aunque anciano, acabará desempolvando su revólver al verse los productores acechados por unos estafadores.
Las primeras noticias al respecto surgieron en 2014, con Nero tratando de capitalizar el éxito de Django desencadenado. Desde entonces, en sucesivas actualizaciones la producción cambiaba de manos y, con ello, de responsables: el montador Joe D’Augustine firmó como director en un primer momento, para, tras cambiar de manos el proyecto, pasar a encomendársele al alemán Cristian Alvart (Pandorum). El dos veces nominado al Oscar John Sayles se encargó del guion, que ha estado desde 2016 cercano a rodarse, sin terminar de desenfundar.
A finales de noviembre de 2020, la incombustible estrella italiana aseguró que confiaba en rodar en mayo de 2021, toda vez lograran la luz verde definitiva, y avisaba de un cameo de Tarantino. Los planes se frustraron, eso sí, por el coronavirus.
A este proyecto frustrado hay que añadir otra secuela directa, en este caso, de Django desencadenado: Django/Zorro. En 2019 comenzó a hablarse de esta propuesta de continuación del southern de Tarantino que uniría al personaje de Jamie Foxx con el mexicano Diego de la Vega, El Zorro. Juntos viajarían al sudoeste de Estados Unidos para liberar a un poblado indígena.
Junto a Foxx, se planteó que Antonio Banderas retomara el personaje que encarnó en dos filmes (el español confirmó las conversaciones con QT) tomando como base un guion coescrito por el propio cineasta de Tennessee y Jerrod Carmichael, que se hubiera encargado de dirigirlo. En 2022, este último confirmó que, si bien el guion estaba escrito, el proyecto estaba muerto. Consideraba “imposible” que Sony pudiera producir una película que, a sus ojos, costaría “500 millones de dólares”.
'Django'
La más reciente encarnación de Django se la debemos a la televisión, y más en concreto a la alianza entre Sky Italia y la francesa Canal+, que dieron luz verde al proyecto de miniserie en febrero de 2021. Francesca Comencini, realizadora responsable de la serie Gomorrah, se colocó en la línea de fuego con una revisión del argumento original de Corbucci a cargo de Leonardo Fasoli y Maddalena Ravagli, que escriben la adaptación en colaboración con Francesco Cenni y Michele Pellegrini.
El propósito de Django tiene por objetivo no ya la venganza de los asesinos de su esposa, sino encontrar su hija, que sobrevivió al crimen acaecido ocho años atrás. La encuentra en la recién fundada localidad New Babylon, un lugar donde no hay discriminación, donde está a punto de contraer matrimonio con otro joven, John. La llegada del forajido no será bien recibida por la ahora mujer; sin embargo, él insistirá en quedarse, convencido de que aguardan peligros en la frontera del pueblo.
Matthias Schoenaerts ofrece la nueva cara del pistolero, con la imprescindible bendición de Franco Nero, que interviene como el reverendo del pueblo, dentro de un reparto donde se amalgaman acentos distintos como ya ocurriera en los sesenta y setenta. El grupo de rock psicodélico Monkadelic se encarga, por su lado, de la difícil labor de hacer olvidar la música de Bacalov, mientras la estética refuerza esa idea de limbo anclado en el tiempo, esperando un final definitivo que nunca llega.