Seis años después de abrir sus puertas, Élite quedaba clausurada este pasado viernes 26 de julio, con el estreno al completo de su octava y última temporada. Netflix ha dejado bien amortizada su ficción juvenil, convertida en fenómeno en su debut en 2018 y ya plenamente amortizada por público y por la propia industria. Y decimos esto último porque el desgaste también ha pasado factura a la serie.
La campaña promocional por parte de Netflix para esta tanda final ha sido sensiblemente más modesta que la que acostumbraba a realizar en el pasado. Por otro lado, el estreno en lo profundo del verano y coincidiendo con el arranque de los Juegos Olímpicos de París 2024 también ha ensombrecido el lanzamiento.
La serie ya había visto bajar su rendimiento en las últimas temporadas, y ese perfil bajo con el que se ha alumbrado el final ha repercutido a su funcionamiento: en su primera semana, la del 22 al 28 de julio, entraba en el cuarto puesto global de ficción en habla no inglesa de la streamer, según sus propias métricas. Aunque mejora la posición de entrada con respecto a la temporada 7 (esta alcanzó el sexto puesto en su debut), experimenta una bajada en el número de horas vistas: de 21.100.000 a 15.100.000.
En España, de hecho, se ha conformado con entrar en segunda posición en el ranking nacional, por detrás de Cobra Kai, que se hace fuerte por segunda semana con su final, en su caso tras seis temporadas.
Con Omar Ayuso como único repetidor del reparto original con peso, exceptuando la recuperación de Mina El Hammani, el desenlace de Élite se ha nutrido del mismo elenco juvenil matriculado en la temporada 7. Ane Rot y Nuno Gallego, como los oscuros hermanos Krawietz, una familia de altos vueltos y turbios negocios, han sido la adición principal al elenco y los que han permitido dirigir las tramas hacia su conclusión. Una conclusión que, por un lado, ha reutilizado los elementos habituales de las temporadas previas, con un nuevo asesinato liderando la lista de crímenes perpetrados alrededor de Las Encinas; y que, por otro, ha tratado de encontrar una coartada ideológica a ese reincidencia creativa.
Lo que el final de Élite parece querer decir al público es que las cotas de irrealidad alcanzadas se justifican por el hecho de ser una serie sobre clases adineradas alejadas de la realidad que sus espectadores sí conocen. Al menos, eso parece desprenderse con la última secuencia. Eso sí, para llegar hasta ahí hay que desentrañar los vericuetos narrativos a los que la serie ha ido acostumbrando.
La resolución de una temporada enrevesada
La llegada de Héctor y Emilia para dirigir la exquisita asociación Alumni, de antiguos alumnos, había permitido avanzar hacia lo que sería la despedida del colegio privado Las Encinas. Las aspiraciones de los estudiantes por entrar en la órbita de los más poderosos, con la vista puesta en el mundo más allá del bachillerato, servían para espolear los bajos instintos de unos y otros. Joel (Fernando Líndez), en ese aspecto, era el peor parado, pues el juego de sumisión que iniciaba con Héctor (Gallego) lo alejaba de sus compañeros y lo conducía a la muerte.
Su asesinato fue el eje de los últimos cuatro episodios. Inicialmente se había culpado a Iván (André Lamoglia), exonerado a las primeras de cambio, y a Dalmar (Iván Mendes), apoyando la acusación en el hecho de su color de piel y de encontrarse sin papeles y en proceso de expulsión del país. Ambos eran cercanos al asesinado, el primero por la relación que habían mantenido, y el segundo porque, en su situación de precariedad, había acabado uniéndose a Joel en un turbio negocio vinculado a Alumni: entre muchas actividades, la asociación internacional de antiguos alumnos había fundado una red de prostitución de lujo entre sus apadrinados, en la que ambos jóvenes se habían metido como “chaperos”, uno por ambición y otro por necesidad.
Durante el séptimo episodio, las sospechas fueron señalando a casi todos los personajes, en una sucesión de giros imposible. El sospechoso más previsible era Héctor, y no en vano la serie había jugado con flashbacks poco fiables sobre su hipotética autoría del crimen; pero también lo era Emilia (Rot), obsesionada con su hermano hasta límites casi incestuosos. Pronto quedaba claro que ambos dos se habían desecho del cadáver y habían conspirado para señalar con las pruebas a los otros dos estudiantes. Joel había aparecido sin vida en las propias dependencias de Alumni en Las Encinas, pero fue trasladado a los jardines para evitar toda conexión.
Los siguientes en ser señalados fueron Chloe (Mirela Balic) y Eric (Gleb Abrosimov). Ella, que había hecho lo indecible por ganarse la confianza de Emilia, también había sido testigo de las orgías. Iván, Isadora (Valentina Zenere) y Sara (Carmen Arrufat) sabían que ella había estado cerca de Joel en la noche de autos, y para demostrarlo se organizaron para robarle el móvil y ver qué secretos obtenían de él. Lo cierto es que, una vez más, Élite jugaba al despiste: la pareja no había tenido nada que ver con la muerte, pero sin ser conscientes tenían un vídeo del asesinato en su móvil, que había dejado escondido en la sala donde murió Joel.
Ese vídeo revelaba al asesino, por fin, en el cold open del episodio 8: Luis (Alejandro Albarracín), el agente de policía que se incorporó en la temporada 7 de Élite, a fin de supervisar Las Encinas, y que terminó contagiándose de sus vicios. El motivo del crimen era un tanto enrevesado: obsesionado con Isadora, el detective había chantajeado y coaccionado a la argentina durante toda la temporada; cuando esta descubre que Alumni está utilizando su deficitaria discoteca como sede de sus actividades sexuales y que Joel se lo ha estado ocultando, lo pone en conocimiento del policía, creyendo que este puede dar con una vía de echarlos. En su lugar, y sin ella tener constancia, urdirá el plan de matar al chico, para así acusar a los Krawietz. Todo eso, por supuesto, sale mal.
Con el vídeo en su poder, y sin forma segura de ponerlo en conocimiento de la policía, Omar decide impartir justicia a su modo. Tras dudar sobre si pactar con Héctor para exonerarlo, a cambio de que este reconozca que lo agredió capítulos atrás, el exalumno decide “acabar con este puto cáncer” que encarna Las Encinas haciendo que se publique en redes sociales, para que así se entere todo el mundo. “Los ricos se cubren entre ellos”, denuncia en un vídeo, donde recuerda el chocante por elevado número de asesinatos y violaciones cometidos durante las temporadas. “¿Cuántos más tienen que morir para acabar con las putas Encinas?”.
En concreto, uno: Luis. En paralelo a las disquisiciones morales de Omar, la joven emprendedora tratará de usar el interés del policía por ella en su beneficio. Para ello lo invita a su suite, donde tiene preparada una jeringa lista para inyectarle. Ahora bien, él sospecha de sus intenciones y contraataca. Tras la emisión online del vídeo del crimen, los efectivos policiales llegaran en el momento justo para salvar a la argentina de una violación a manos del corrupto. En el trasiego, mientras le colocan las esposas, ella tendrá tiempo para reponerse y, esta vez sí, inocularle la sustancia a Luis, que morirá ahogado en sangre y vómito pocos minutos después.
'Élite' toma distancia de sus tramas desde un colegio público
Todo esto tiene una consecuencia adicional: el cierre de Las Encinas. La directora del centro se reunirá con Omar para hacer examen de culpa por no haber actuado antes, y procederá a anunciar la medida y el efecto. Y es ahí donde la serie juega a proponer un distanciamiento cuando menos llamativo: con la clausura sine die del colegio, a días de celebrarse los exámenes finales de curso, los alumnos de la exclusiva institución serán repartidos por institutos públicos para realizar esos controles. Así, la mirada sobre la pandilla protagonista cambiará al verles fuera de su elemento.
Como observados por el target de público al que se diría dirigida la serie, Élite se distancia de los actores, evidenciando que son, o al menos lo parecen, mucho mayores que la gente de la edad que representan, y que sus estilismos, actitudes y, sobre todo, los vicios a los que la ficción los ha acostumbrado, como la droga que ha circulado con normalidad por sus tramas, no tienen nada que ver con el mundo en que se mueven los adolescentes. El último plano de la serie, al ritmo de Should I Stay or Should I Go de The Clash, deja en los pasillos al grupo, aislado y, de algún modo, sin saber adónde ir en ese mundo real.
El gesto permite así darle un sentido a la existencia de una serie que se ha caracterizado por extraerse de la realidad y envolverse en el sensacionalismo. Estos rasgos hicieron de la serie un fenómeno de consumo en sus primeras temporadas, pero también la condenaron a la endogamia con el paso de las temporadas, repitiendo patrones narrativos y en ocasiones abordando problemáticas al día con un tacto cuando menos cuestionable. La autoconsciencia quizás llega tarde, eso sí, pues como veíamos el público parece haber pasado página con cierta rapidez.
También Netflix, que ya tiene postulantes para cubrir su hueco: es el caso de Olympo, otra ficción juvenil ambientada en un centro de alto rendimiento, que incluso comparte a uno de los actores de esta última temporada, Nuno Gallego. Es tiempo de crecer y dejar atrás lo que de jóvenes nos gustaba, también para la propia plataforma de streaming.