Un día en Tor: 4 cosas que no se ven en la serie, el cartel contra Carles Porta y las consecuencias de su fenómeno televisivo

El cartel contra Carles Porta en Tor tras su serie

Paula Hergar

Tor ha sido una de las series revelación de este año. Arrasó en TV3 durante el mes de abril y más tarde llegó a Atresplayer, convirtiéndose en el mejor estreno histórico de un documental en la plataforma de Atresmedia.

Se trata de un true crime que narra la historia de cien años de rencillas, secretos, buscavidas, casas quemadas, desaparecidos y asesinatos en el pueblo del pirineo catalán Tor, un lugar envuelto en un misterio que ha marcado la vida de sus habitantes.

Es el caso que ha obsesionado a Carles Porta desde que comenzó a investigarlo en 1997, entrevistando a todos los implicados, escribiendo libros sobre lo ocurrido y ahora, casi tres décadas después, ha compartido todo lo que ha conseguido averiguar en esta serie de ocho capítulos.

Una ficción que, por encima de todas las cosas, tiene como su mayor protagonista al pueblo de Tor. Un municipio de apenas 13 casas, en el que ha habido ya 4 muertos, que estaba destinado a convertirse en un lugar fantasma, en ruinas, pero que al emitir su historia negra en TV se ha convertido en una parada obligatoria para muchos amantes del true crime... entre ellos nosotros.

Hemos aprovechado las vacaciones para visitar este singular enclave de Lleida, en el que nos hemos encontrado con curiosidades que no aparecen en la serie y que nos han hecho sacar conclusiones sobre lo que ha supuesto convertirse en un fenómeno televisivo.

Casa Sisqueta con sus 150 menús diarios

La serie refleja a un Tor casi abandonado, con pocos habitantes e invadido por una nieve que dificulta aún más el acceso. Sin embargo, en verano el pueblo está plagado de árboles, flores de colores, plantas y mariposas que al caminar saltan a tu encuentro. Sobre todo en un prado que hay al subir la calle principal, dejando atrás todas las casas y junto a al río.

De lo que también está cargado el pueblo por estas fechas es de turistas. No al nivel de Benidorm, por supuesto, pero para que os hagáis una idea en Casa Sisqueta (donde te sirve “la Pili” y puedes encontrarte “al Lázaro” fácilmente) sirven hasta 150 menús diarios. Hay empresas que se dedican a hacer excursiones en 4x4 siguiendo la historia de la serie o la ruta de los contrabandistas.

Allí te cuentan que durante la emisión de la docuserie en la cadena catalana los curiosos que acudían se multiplicaron y los vecinos llegaron a plantearse cerrar los accesos para controlar la turistificación. Reavivaron la dualidad entre los habitantes del pueblo que preferían ganar dinero con ello, y los que apostaban por su intimidad.

En la actualidad ya han vuelto a los niveles habituales de visitantes, por lo que los nervios están menos crispados.

“El Corte Inglés” de Tor y “quien mató a Sansa”

Al llegar nos señalaron “El Corte Inglés de Tor”, refiriéndose a dos puestecillos de artesanos que tenían cola para vender sus productos. El más grande es de uno de los hippies que vivía en los terrenos de Sansa y que, semanas atrás, lamentaba que hubieran derribado el refugio que habían levantado en su honor. Ahora este comerciante vive en su furgoneta, que por el día le sirve de parada donde vende imanes, silbatos y complementos; y por la noche es su cama.

El otro puesto es de Montse, la “única persona de España que ha conseguido un alquiler en Tor”, así se define ella misma con una sonrisa. Nos cuenta que llevaba años visitando el pueblo y que se enamoró de él. Al preguntarle cómo logró que le alquilaran una casa, la respuesta fue: “Yo maté a Sansa”. A partir de ahí entendimos que la gran pregunta no era tabú y que está muy presente en sus bromas.

De hecho, si la repites por allí te responden: “Lo hizo 007, a Sansa lo mataron los ingleses. Si hubiera sido alguien de aquí ya se le habría ido la lengua a cualquiera”, esa es la teoría.

La casa de Sansa, la de Palanca, y el cartel contra Carles Porta

La primera casa con la que te encuentras al llegar a Tor es con la de Sansa, en la que ya no es posible acceder al patio donde supuestamente ocurrió el crimen, y que al parecer contaba con numerosos mirones.

La casa de Palanca está muy cerca y continúa impregnada por el carácter dual de su propietario. Si en vida el “pagés” tuvo una relación de amor-odio con Carles Porta, ahora tras su muerte continúa así, con un cartel en su entrada que pone: “Carles Porta prohibit aparcar” (prohibido aparcar). En un principio tuvimos dudas de si era una aparcamiento reservado para el periodista, pero nos aclararon que todo lo contrario, que “están cansados ya de él”.

Una vez más, en Tor tienen sentimientos encontrados con quienes les convierten en protagonistas: no los quieren allí, pero los tienen muy presentes.

El acceso casi imposible y la razón de no vender

Llegar hasta Tor no es fácil. No existe una carretera que pase por él, solo una pista forestal accesible en 4x4 si no quieres dejarte el coche por el camino. Como decía Pili en la serie, “para llegar hasta aquí tienes que querer ir a Tor, no es un pueblo de paso, no es uno más”. Lo sorprendente de estas palabras es que cuando estás allí, las entiendes.

Al meterte en la montaña (recordemos: propiedad de los vecinos) para llegar hasta el pueblo descubres un valle impactante, tan salvaje como solitario, con animales en libertad, ríos sin civilización y alejado del ruido. Antes de ese lugar todo son zonas turísticas enfocadas a la temporada de nieve, con edificios iguales, tiendas llenas y franquicias en cada esquina. Casi no diferencias una localidad de la otra.

Tor es diferente a todos ellos, ha resistido al alud capitalista que quería acabar con él, a los ambiciosos proyectos de estaciones de esquí y hasta se ha nutrido de su leyenda negra. Estando allí acabas comprendiendo el cartel que te advierte al entrar: “Catalunya tiene 1000 años, Tor ya existía”, porque por mucho que busquen someterlo, ese lugar trasciende a las personas. Y seguirá allí.

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