Ven a cenar a mi casa. Ponte a las 20.30 horas delante de Antena 3 y comprobarás que el reality de anfitrión e invitados, posiblemente el más sutil de la programación, ha entrado en la fase de “cambiemos algo que esto ya cansa” o “pongamos algún aliciente” para llamar la atención.
Es decir, juguemos a innovar sin necesidad y la audiencia que hemos ganado trabajosamente se desperdigará.
Soy fan incondicional de “Ven a cenar conmigo”, y comprendo que los guionistas experimenten con nuevas fórmulas, pero ayer enriquecieron el programa con cambios innecesarios –las cenas se trasladaron del hogar a los lugares de trabajo- y perdieron audiencia.
El programa anotó un 12.6% de share, una de sus peores cuotas y tres puntos por debajo de su media. Hoy vaticino que bajará todavía más. Si me equivoco, estoy dispuesto a comerme las sobras de la cena que, de seguir por esta línea, terminarán montando en una clínica veterinaria.
Guionistas, productores y cadenas se cansan de sus propios hallazgos antes que el público. Y después, ante la erosión que producen sus iniciativas innecesarias, vuelven a la fórmula anterior para ganar la audiencia que han perdido, pero el efecto ya es la confusión. Es una ley no escrita de la comunicación.
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