Crítica

La BBC y la práctica del periodismo

La BBC es la mayor cadena de televisión y radio del mundo (da trabajo a unas 25.000 personas). Hasta hace unos años también era la más respetada, en vista de su cobertura exhaustiva, su objetividad, su carácter profesional. Sin embargo, en los últimos tiempos ha sufrido cierto declive y el reciente escándalo acaecido en Gran Bretaña, por así decirlo, ha sido sólo la gota que ha colmado el vaso: ¿hasta qué punto contribuyeron las noticias sensacionalistas al suicidio de Kelly, el científico del Gobierno? Un juez británico se ocupa ahora de ese caso en particular, pero la actuación de la BBC plantea problemas más amplios.

El nivel de la televisión de la BBC es mucho más bajo de lo que solía ser. Antes se contaba entre las mejores del mundo y solía apuntar alto, ahora va en busca del mínimo común denominador para ser capaz de competir con otros canales de televisión. Esto es triste, pero no sería justo cargar con las culpas ante todo a los directivos de la cadena, que se encuentran bajo una presión considerable para acallar sus programas.

Más problemática es la cobertura informativa de la BBC. Antes existía una clara división entre el hecho y el comentario; de un tiempo a esta parte, esa línea divisoria se ha visto desdibujada en gran medida. La BBC ha mostrado una inclinación claramente antiestadounidense, como también contraria a los actuales dirigentes británicos y otros objetivos. Podría argumentarse que una mayoría de sus periodistas creían con firmeza y sinceridad en esta línea política. Si realmente creen que Bush es un peligro para la humanidad mayor de lo que era Saddam Hussein, sería poco realista esperar que expresaran opiniones que chocasen sobremanera con sus convicciones personales. No existe nada parecido a la objetividad absoluta, pero en ese caso es honesto declarar de forma abierta la inclinación de cada cual.

Sin embargo, no es esto lo que ha hecho la BBC. Al contrario, ha intentado seguir reivindicando al mismo tiempo el elevado terreno profesional (y moral). Dicho de otra forma, ha intentado integrar esa cobertura partisana y, no obstante, no abandonar la pretensión de ser objetiva e independiente. Esto no podía sino acarrearle problemas.

De haber sido la BBC una empresa privada o el órgano de un partido político, una línea altamente subjetiva y parcial habría sido legítima. Además, sus ingresos proceden del Estado y, por regla general, se la considera un organismo más o menos oficial.

No obstante, la cosa no acaba ahí. Ante todo se trata de una cuestión de actitud general: ¿cuál habría tenido que ser el enfoque de un periodista que se precie? En periodismo, durante años se ha considerado sensato ser “crítico”. Esto habría de ser siempre para bien, pues una sociedad democrática no necesita un ministerio de propaganda para justificar y embellecer las acciones del gobierno. Por desgracia, muchos periodistas (y no sólo en Gran Bretaña) han llegado a la conclusión errónea de que “crítico” es sinónimo de “negativo”; en otras palabras, que los logros de los gobiernos en asuntos nacionales o exteriores deberían pasarse por alto, mientras que sus errores y sus deficiencias tendrían que proclamarse a los cuatro vientos. Existe la creencia de que esto no sólo es políticamente correcto, sino que también se trata de buen periodismo (una pequeña exageración nunca ha hecho daño a nadie).

Con todo, los periodistas olvidan a veces que los políticos, a fin de cuentas, han sido elegidos por votación, mientras que ellos no.

La actitud negativa respecto de la autoridad, cuando se adopta de forma implacable, menoscaba las sociedades democráticas. Genera la impresión de que todos los políticos son unos incompetentes y unos sinvergüenzas; de que todas las instituciones son deficientes, tal vez de forma incorregible. Este tipo de actitud ha ganado terreno en muchas sociedades democráticas y, en una época de crisis, como ya ha sucedido en el pasado, podría allanar el camino para el fascismo y otras clases de dictadura.

La selectividad en asuntos nacionales va ligada a la falta de objetividad en la cobertura de las noticias de ámbito internacional. Es un patrón muy sencillo: sólo hay que comparar la entrevista a políticos elegidos democráticamente (“¿Cuánta sangre mancha sus manos? ¿Cuándo va a dimitir?”) con el guante de seda con que se trata a dictadores, desde Gaddafi hasta Castro, y a otros potentados semejantes. A éstos nadie se atrevería a plantearles una pregunta embarazosa, y menos aún provocativa. Eso no significaría sólo el fin de la entrevista, sino que, con toda probabilidad, el periódico o la emisora serían expulsados para siempre del país en cuestión.

No se trata de un problema nuevo, existió ya durante la guerra fría, y la suerte de los pobres periodistas no es envidiable: quieren conseguir su entrevista pero no pueden escribir la verdad. Habría que simpatizar con el dilema de los redactores, pero también debería quedar claro que este tipo de periodismo es fraudulento. Distorsiona la realidad: hace que los dictadores sean vistos bajo una luz positiva, mientras que no existe ningún tipo de restricciones frente a los políticos democráticos, a quienes hay que mortificar.

Este tipo de actitud se refleja también en el lenguaje mismo que se utiliza. Se da orden de no utilizar, por ejemplo, el término “terrorismo”, porque predispone sobre el tema tratado y puede ofender a los terroristas.

No hay soluciones sencillas para los dilemas a los que se enfrentan los periodistas del mundo contemporáneo. Los problemas de la BBC son problemas específicos de Gran Bretaña sólo en parte; de una u otra forma también los afrontan los periodistas de todas las sociedades democráticas. Sin embargo, debería imperar un sentimiento de responsabilidad por parte de quienes practican el periodismo. Quizá ha llegado el momento de preparar un nuevo código de comportamiento que pudiera ser de ayuda en situaciones peligrosas y ambiguas.