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En exclusiva, los primeros capítulos del libro de Àngel Llàcer: “Parece difícil, ¡pero no lo es!”

Àngel Llàcer debuta con su primer libro, Parece difícil, ¡pero no lo es!. En este libro de auto-ayuda, el popular actor, presentador y juez de programas de televisión (Tu cara me suena, Tú sí que vales, OT) comparte su experiencia acerca de cómo podemos sacar lo mejor de nosotros mismos y conseguir el éxito y todo aquello que nos propongamos.

Parece difícil, ¡pero no lo es! no es un libro de autoayuda, es un libro de “auto-autoayuda” gracias al cual Llácer ordena sus pensamientos, creencias y visiones de la vida de forma sencilla, directa y divertida. Cómo gestionar el éxito, enfrentarse a los propios miedos, tener empatía, esforzarse y trabajar son algunas de las claves que han hecho de él uno de los artistas más polifacéticos de la escena y la televisión.

El presentador ha creado un hagstag en su twitter (@angelllacer) , #PareceDificilPeroNoLoEs, en el que ya ha ido compartiendo fotos y aspectos de su primer libro, que sale a la venta el próximo martes 13 de noviembre.

Pero antes, Vertele te ofrece en exclusiva los tres primeros capítulos:

SOLO SEIS PALABRAS

El éxito es como el olor corporal: cada persona tiene el suyo propio. Muchas veces no eres consciente de él y no siempre resulta agradable para las personas que te rodean. El subtítulo de este libro habla justamente de «tu» éxito, porque al final se trata de que sientas que tu vida es un éxito para ti. Hagas lo que hagas. Y huelas como huelas.

Para mí, el éxito consiste en hacer en cada momento lo que me viene en gana, decir lo que se me pasa por la cabeza y estar rodeado de mis amigos y mi familia. En este sentido, se podría decir que soy una persona de éxito.

De la misma manera que no hay dos éxitos iguales, tampoco hay dos caminos iguales para llegar a él. El mío, lo reconozco, no ha sido especialmente difícil (de ahí el título del libro), lo cual no quiere decir que haya venido solo: he trabajado mucho y sigo trabajando mucho para mantenerlo.

Como no hay dos caminos iguales, habrá cosas de las que te explicaré a continuación que te servirán y otras que no, así que toma lo que te apetezca (para mí un gin-tonic, por favor). No voy a darte recetas, sino a explicarte lo que a mí me ha funcionado. Y lo que a mí me ha funcionado, y me funciona, es tener siempre presentes estas seis palabras:

COHERENCIA

TRABAJO

TALENTO

PERSONALIDAD

EMPATÍA

DIVERSIÓN

Son sólo seis, pero muy potentes. Además, cada una esconde otras en su interior. Por ejemplo, tener personalidad significa tanto tener carácter y no dejarse humillar como atreverse a ser original y buscar una forma de ser única. Coherencia incluye actuar según tus principios, pero también saber compartir. Diversión se refiere no sólo a pasarlo bien, sino también a hacerlo mientras trabajas. Etcétera. Pero para conocer los detalles tendrás que leer el libro y sacar tus propias conclusiones. ¿O es que pensabas que no tendrías que hacer nada? ¡Va, hombre, va!

COHERENCIA

MAMÁ, QUIERO SER ACTOR

Según el profesor Angrill, de Esade, yo estaba destinado a ser uno de esos jóvenes cuyo talento ayuda a cambiar el país. La verdad, no sé si he cambiado algo, pero seguro que no de la manera que él imaginaba.

Entré en Esade, una de las escuelas de negocios más importantes de España, con una de las cinco mejores notas de mi promoción, así que aquel amable señor me recibió con un discurso animándome a ser un empresario de pro. El problema es que yo no quería ser empresario ni dedicarme a ganar dinero. De hecho, detestaba y detesto a las personas que principalmente (o incluso únicamente) piensan en ganar dinero. Así que nada más empezar el curso, lo primero que hice fue apuntarme al grupo de teatro de Esade y presentarme para delegado de clase. Y lo segundo, al cabo de unas pocas semanas, desertar. O sea, dejar Esade.

Tuve que decidir entre cambiar el país o cambiar mi vida. Y opté por lo segundo, como es obvio. Porque ¿cómo vas a contribuir a cambiar nada si ni siquiera estás conforme con tu vida? Además, no quería ser un tipo de cuarenta y tantos que después de hacer una carrera profesional aparentemente exitosa se da cuenta de que no siguió su verdadera vocación. Yo, aunque en aquel momento fue duro, decidí seguirla. Decidí ser actor.

Por suerte, mis padres se lo tomaron razonablemente bien (aunque, ahora que lo pienso, quizá no tanto... Más adelante te hablaré de cómo el paso del tiempo modifica los recuerdos, pero para eso tendrás que llegar al capítulo Las medias de Sara Montiel). Mi madre lo recuerda así:

Cuando llevaba dos o tres meses en Esade, empezó a hacer un papel como de deprimido. Llegaba a casa y no decía nada, y se quedaba apagado, apático. Hasta que le preguntamos: «¿Qué te pasa, hijo?». «Que no quiero ir a Esade. Quiero ser actor.» Entonces le dijimos: «Pues haz las dos cosas». Y él: «No, yo si hago una cosa quiero hacerla bien». Le pedimos que recapacitara, pero nada, él no bajaba del burro. Así que se armó un drama y acabamos todos llorando, hasta la abuela de Àngel, que dejó de hablarle. Al final no tuvimos más remedio que ceder, pero le dijimos que se preparara bien. Así que decidió que haría las pruebas de acceso al Institut del Teatre de Barcelona. Eran casi dos semanas de pruebas, algo muy duro para aquellos chicos tan jóvenes. Cada día, cuando llegaba a casa, me decía: «No sé si entraré, mamá, la gente que se presenta es muy buena».

El primer gran triunfo de mi vida adulta fue cuando me admitieron en el Institut del Teatre de Barcelona. Yo había hecho una apuesta muy fuerte, que era dejar una carrera de dirección de empresas para ser actor. Y, aunque mis padres se portaron muy bien, tuve que aguantar cierta presión de la familia, que como es normal quería para su hijo una carrera «de provecho», como se decía antes. Para colmo, mi hermano mayor estaba estudiando medicina. Así que, cuando después de hacer las pruebas me dijeron que me admitían en el Institut del Teatre, me emocioné tanto que me pasé todo el trayecto del autobús (era el 16, todavía lo recuerdo) llorando. Y entré llorando en casa, que mis padres no sabían si era de tristeza o de alegría. Evidentemente era de alegría: por fin sentía que iba a hacer lo que quería. Y mis padrestambién lloraron: de la emoción de ver a su hijo inmensamente feliz.

Una vez leí una frase del experto en talento Juan Carlos Cubeiro que me gustó mucho y que viene a cuento: «Dedica el tiempo que haga falta para descubrir qué es con lo que más disfrutas, qué te hace levantarte cada mañana con ilusión. Si no quieres vivir la vida “mini”, descubre para qué has venido a destacar y ser feliz».

P. D.: Así que si eres padre y lees esto, tal vez puedas sacar la siguiente conclusión: si dejas que tu hijo siga su vocación, contribuirás a su felicidad. Y, de paso, a la tuya.

EL OSO HORMIGUERO

Tenía 25 años cuando trabajé por primera vez con un director de teatro admirado por todo el mundo. Un hombre con un carisma excepcional, líder nato, gran conocedor del lenguaje teatral, un referente para mí y para muchos otros. Un gran hombre de teatro, vaya.

Yo era un pardillo que tenía su primera gran oportunidad en el mundo de los musicales. O sea, una hormiga. Por cierto, siempre que digo hormiga me acuerdo de aquel chiste en el que un perro lobo y un oso hormiguero disertan sobre sus orígenes y el oso hormiguero le pregunta al perro lobo: «¿Tú qué eres?». Y el otro responde: «Soy un perro lobo, porque mi padre era un perro y mi madre una loba. ¿Y tú?». «Yo soy un oso hormiguero». Y el otro contesta a lo Llàcer: ¡¡VA, HOMBRE, VA!!

Bueno, a lo que íbamos. Eran los últimos días de ensayos y algunos estaban muy nerviosos, entre ellos el director. Yo, sorprendentemente, no lo estaba demasiado, supongo que porque había trabajado con un nivel de autoexigencia muy alto, incluso había aprendido a simular a la perfección que tocaba el violoncelo mientras cantaba una canción imposible de la que te hablaré más adelante. Por cierto, un crítico de un periódico vanguardista dijo en su crónica: «Gran acierto de casting escoger a un brillante músico que demuestra además ser buen actor». ¡JAAAA! ¡Si sólo tenía que desviar la vista hacia el foso para ver al músico que tocaba de verdad! Bueno, los críticos, pobres...

El caso es que estábamos en uno de aquellos últimos ensayos en el teatro Grec de Barcelona (si no lo conoces ven a visitarlo, vale la pena) y de repente oí unos gritos por los altavoces que retumbaron por toda la montaña de Montjuic. Cuando mis antenitas de hormiga empezaron a moverse para tratar de entender lo que pasaba, descubrí al director-lobo vociferando en mi dirección. Yo, con mi insignificante voz de hormiguita, pregunté al Maestro si aquella vociferación iba dirigida a mí. Y él estalló: «¡¡¡Sí, Llàcer, a ti a ti a tiiiiiiii!!!!». En ese momento me quité el alzacuellos (hacía de cura: ironías de la vida) y le dije que, sintiéndolo mucho, me iba a mi casa. «Seré una hormiga, pero a mí no se me habla en ese volumen y con esa actitud de apisonadora», susurré para mí. El resto de actores y actrices me miraron atónitos, sin comprender cómo era capaz de dejar tirado alMaestro en pleno ensayo tres días antes del estreno. Pero hice lo que sentí que tenía que hacer.

No había ninguna reflexión en mi decisión. Fue una respuesta impulsiva a un ataque frontal. Está claro que de haber reflexionado sobre el tema me habrían venido a la cabeza argumentos como: 1) Es una gran oportunidad para ti, Àngel, aguanta. 2) No eres nadie, por lo tanto apechuga. 3) Te juegas tu puesto de trabajo. 4) Perdónale y no se lo tengas en cuenta. 5) Si vuelve a pasar, ya le dirás algo. 6) ... 7) ... 8) ... Y hubiera seguido con el ensayo, pero herido en mi dignidad.

Ahí aprendí que la dignidad es algo que todos tenemos y no debemos permitir que nos roben. En tu dignidad como persona reside tu credibilidad como profesional y tu respetabilidad social. Así que, si un día alguien ataca tu dignidad, no pienses: actúa. Ya reflexionarás después.

Nadie es más ni menos que tú.Mi truco para no achicarme es imaginarme al que tengo delante defecando en un viejo inodoro de gasolinera, de esos que te obligan a quedarte en cuclillas. De esta manera, me resulta fácil pensar que tengo tanta o más dignidad que ese que quiere atentar contra la mía.

Lo mismo me pasó con una historia sentimental que tuve hace un tiempo. Me levanté una mañana antes que mi «pareja» y empecé a hacerle la maleta. Cuando estaba en ello, despertó y me preguntó, con ojos como pomelos: «¿Qué estás haciendo?». Le respondí: «Tu maleta». «¿Por qué?» «Porque ayer me gritaste.» «Sólo fue un grito.» «Sí, pero atravesó mi capa de dignidad.»

Está claro que de haber reflexionado sobre el tema me habrían venido a la cabeza argumentos como: 1) Hombre, Àngel, no te pongas así, que sólo ha sido un grito. 2) Todos tenemos un mal momento. 3) Dale una segunda oportunidad. 4) Es normal que en una relación amorosa haya algún grito de vez en cuando. 5) El amor apasionado tiene estas cosas. 6) ... 7) ... 8) ... Y hubiera seguido con la relación, pero herido en mi dignidad.

P. D.: De mi «pareja» de entonces no sé nada. Supongo que debe de ser feliz. Yo lo soy. Por cierto, creo que está bien que sepas que no sólo disfruté haciendo ese espectáculo, sino que el Maestro me llamó dos años después para participar en su siguiente producción.