La historia se repite y lo que sucedió hace casi diez años en la Guerra del Golfo, vuelve a suceder ahora con los ataques de Estados Unidos y sus países aliados sobre posiciones terroristas en Afganistán. No hay imágenes de ningún tipo. Paul Friedman, director de Informativos de la cadena ABC, ha sido claro: “No sólo es la absoluta falta de material gráfico, es que no hay gente para contar lo que está sucediendo”. Lo único que han podido ver los espectadores de momento han sido destellos en el cielo y fotografías aéreas, que presuponen objetivos destruidos pero que, más que aclarar al espectador, lo terminan de confundir. El problema que persigue a los informadores de esta guerra es doble. Por una parte, está el secretismo por parte del Pentágono y, por otra, las dificultades impuestas por el régimen talibán. Todo ello, unido a las duras condiciones climatológicas y orográficas, están agudizando la creatividad de algunas cadenas de televisión para que las crónicas lleguen a los espectadores. Lejos quedan en el recuerdo las crónicas desde la misma zona de combate durante la Guerra del Golfo o el conflicto de los Balcanes. Ahora la historia es diferente y eso lo atestigua que los corresponsales emiten desde todas las líneas fronterizas con Afganistán. No correr riesgos El fanatismo con el que se han comportado los talibanes desde su entrada en el poder también ha apaciguado mucho las ansias de “periodistas intrépidos”. Como afirma Jim Murphy, productor ejecutivo de un programa informativo en la cadena CBS, en el diario The New York Times, “no vamos a enviar a alguien con hijos a esa zona para que muera”. Algunos periodistas ya lo han intentado y han sido detenidos . Es el caso de Yvonne Ridley, corresponsal del diario británico Sunday Express que fue puesta en libertad el mismo día en el que se iniciaron los ataques. O más recientemente Michel Peyrard, otro reportero de la revista Paris Match, que también ha sido detenido por los talibanes cuando iba tapado con una burka. La suerte de Peyrard parece ir peor, ya que ha sido expuesto en las calles de la ciudad afgana de Jalalabad, para que los ciudadanos lo apedrearan.